Ayer no
estaba bien descansado. El sábado me había acostado tarde, y arrastraba
cansancio del viernes. Sin embargo, al despertarme, me dieron ganas de
levantarme. Bajé a desayunar, y a hojear un poco el diario. Viendo que el día
no mostraba una variante de la rutina, dispuse a escuchar música y a intentar
recuperar un poco el sueño. En ese momento, viendo el sol de frente, la vuelta al estudio que me tocaba el hombro, decidí romper el
esquema. Subí, ducha rápida, mochila con un mapa, un papel con recordatorios,
block de hojas y lapiceras. Tomé el auto, algo de dinero, y arranqué.
El sol
asesinaba a su paso, pero mis ganas eran más grandes. Aceleré hasta Acceso
Oeste, casi corriendo, sin tener prisa. Subí a la autopista, y decidí disfrutar
más el viaje, intentando acompañar al resto y no estar pendiente de pasarlos.
Seguí avanzando por este camino, unos cuantos kilómetros, hasta que después de
unos 35 o 40 minutos de viaje, encaré hacia la derecha para la salida que iba a
la Ruta 5, mi destino. Tomé una curva, pasé por encima la autopista, bajé,
llegamos con el contingente de autos a una loma de burro en la cual un hombre
repartía papeles. “Parrilla libre, en la otra colectora” gritaba, y recordé el
hambre que tenía, que el pedazo de pan con jamón y queso no había logrado
saciar. Doblé a la derecha, llegamos a una rotonda, y decidí pasar por el
puente viejo, el cual es tan viejo que si un camión viene en dirección
contraria, no podes pasar al mismo tiempo. Allí me detuve unos segundos, para
luego pasar. Bajamos del puente y de a poco los autos se empezaban a alejar.
Vinieron unos kilómetros de lomos de burro, para luego si, encarar a la ruta,
que en un principio es autovía, para luego ser mano y contramano. Allí tomó más
placer el viaje. Los campos que aparecían, las casas aisladas, el
viento que pegaba fuerte, el sol que no daba espacio. Había poco tránsito por
suerte. La sonrisa se me esbozaba sola, era imposible no sentirme pleno.
El auto
avanzaba como si no existiese resistencia del viento. Un poco de Bob Dylan al
principio, para luego ir variando. De a poco me acercaba a destino, pero me
faltaba mucho aún. La ruta era perfecta para mis ganas de esta escapada. Los
pueblos que aparecían, Luján, Mercedes, Suipacha, Chivilcoy. Mi destino final
era antes de Bragado, Mechita. Un paraje ubicado a unos 15 kilómetros de Alberti, y 10 kilómetros de Bragado, a 3
kilómetros de la ruta, desde la que se accede por un camino de doble mano en
perfecto estado, con una arboleada que decora los campos verdes propios de la
pampa húmeda. El camino es muy poco transitado, tan así que puedo sentarme 5
minutos sobre el asfalto a saborear la tranquilidad. Antes de ingresar, hay no
uno sino 3 carteles artesanales que indican a donde se está accediendo. Seguí
ruta adentro, pasé un cartel que decía “Cementerio”, pero no me animé a entrar,
ya que el camino, de tierra y en mal estado, se perdía en una arboleada
moribunda. Seguí hasta un lomo de burro, y un cartel de “Zona Urbana”, a partir
del cual se empezaban a ver casas, de techos bajos, para que, como decía
Borges, “los pueblos tienen casas bajas para que un hombre a caballo cobra
importancia”. El pueblo era un pueblo fantasma. La calle seguía hasta la nada,
y las casas no variaban. Un almacén que se caía, “acá hay ielo”, unos perros
bajo un árbol bajo, y chicos en bicicleta ("dale tomi vamos al puente"). Motos, autos que contaba con la
mano. Así a la distancia, vi lo que quería ver: las vías del ferrocarril.
Mechita era una estación de la Ex Línea Sarmiento. Al llegar a las vías, sentí alivio al ver que de lado a lado, estaban
con el pasto corto; algo por acá estaba pasando, y no hablaba del tiempo. Crucé el paso a nivel y encaré
hacia la izquierda, pero luego de 2 km, no llegaba a nada, y decidí volver.
Pasé por ese cruce, pero en vez de tomarlo, seguí de largo, y ahí encontré la
imagen que quería llevarme; la estación de trenes. Paré el auto primero para
tomar unas fotos del mismo sobre las vías, y luego me acerqué a la estación. Al
llegar, apagué el motor y bajé. Miraba con miedo un edificio no muy alto, de
ladrillo macizo bien cuidado, con un mástil sin bandera. Al costado una reja
abierta, y una plazoleta, con restos de trenes que servían para juegos, calculo
yo, de los niños que esperaban el ferrocarril. Pasé por el costado de la casa grande, y sin aviso previo salí al andén.
Pequeño, simple, de película. Ahí parecía que el tiempo no había pasado, que
estábamos en alguna década inferior a la del 50. Carteles de “Boletería”, “Sala
de Espera”, “Encomiendas”, “Ferrobaires”. Dos bancos de madera color verde, uno
perfecto, otro con algunas maderas en falta. Me senté a admirar la tranquilidad
que no sentía hace muchos años. Ahí solo tenes al viento de compañía. Te sentás
sobre el cemento que bordea la vía, y ni el calor que cae como hojas en otoño
puede arruinarte el momento. Caminar por la vía, y encontrar manchas de grasa
húmeda, me daba más esperanza. Ver carteles que decían “Mechita”, con la
impronta de lo viejo, de lo antaño, me dibujó otra sonrisa. Ya tenía más
sonrisas de todas las del año pasado. En eso vi que una pareja con un perro se
me acercaron, para charlar sobre el lugar. Al darse cuenta que yo tampoco era
de ahí, nos pusimos a charlar de trenes ("¿Esto seguirá funcionando che?). Y me dieron el dato de un lugar a unas
cuadras en donde habían restos de trenes. Decidí ir, a lo cual ellos decidieron
acompañarme, para aventurarse en ese mini cementerio de la realidad argentina.
Al
llegar al lugar, paramos los autos al lado de una comisaría que, parecía
desierta. Nos metimos por un camino de tierra escondido, y llegamos a ver una
locomotora “Fiat”, de la década del 50, en mal estado, pero que daba placer
verla, no por el estado, sino por la nostalgia de lo pasado. Seguimos
recorriendo, y encontramos un tren de principio de siglo con un vagón de
madera, cerrado herméticamente. Otros 3 vagones Fiat, y restos de materiales.
Parecía un taller abandonado. Pasamos el taller y doblamos a la derecha, viendo
cadáveres de metal, y encontramos otro taller abierto, en el cual había más
trenes, y parecía haber actividad. Vimos unas ruedas nuevas, restos de
plásticos, grasa húmeda; alguien había acá. En eso aparecen perros y un hombre
detrás, a los chiflidos, callando a los caninos. Se acercó y le explicamos de
donde veníamos. El hombre nos empezó a contar que ahí se trabajaba. Y nosotros
mostrábamos interés en esto, para lo cual él lo devolvió. Y empezó a mostrarnos
el taller. Habló casi dos horas, pasando por Lanusse, Alfonsín, Menem, Jaime,
Kirchner. Ninguno se salvó. Desde el año 83 que trabajaba para los
ferrocarriles, y lo mismo su padre; vaya si conocía. En eso veo una locomotora Diésel,
GT – 22 número 9076. El hombre veía que me interesaba, y me invitó a subir,
mientras me explicaba porque habían pasado los accidentes en las líneas Sarmiento y
el de San Miguel. Dentro de la locomotora, nos explicó todo, y nos dice “ahora
la enciendo”, lo cual me generó risa relacionada a lo absurdo que sonaba eso. No porque la locomotora no andara, sino porque no esperaba que pasara. En eso veo que abre un panel, acciona una
palanca, y empieza a sonar una chicharra muy fuerte. “Es el sistema eléctrico,
ahora hay que encender el diésel”. Salí afuera con él, y me mostraba el motor,
veo que acciona una palanca, y me dice “escucha”. Presiona la palanca afuera,
se escucha como una turbina que empieza a girar, sale un chorro de humo
terrible del centro de la locomotora. Realmente estaba encendida. Cuando me doy
cuenta, la estaba moviendo, nos estaba llevando unos 150 metros. Una maravilla
realmente, no pensaba cuando llegué allí que iba a poder disfrutar de estas
cosas. Volvimos y la frenó, explicándonos el sistema de freno. “No es como
todos dicen, y yo no defiendo a nadie, pero hay mucho error humano,
consecuencia de la falta de control”. Para lo cual lo cerró diciendo “lo que
nos pasa es consecuencia de lo que somos; interesados, egoístas, y corruptos.
Todos, cada uno en un porcentaje menor y mayor”. Siguió mostrándonos y
explicándonos negociados que no van al caso, pero que ayudan a entender porque
hoy en día está todo como está. Luego de mostrarnos otra parte del taller y de
contarnos anécdotas, lo abandonamos, sin antes agradecer en reiteradas veces.
La pareja seguía ruta hacia otra localidad, por ende los saludé, casi como si
los conociera de la vida.
Me subí
al auto, y salí despacio, despidiéndome del pueblo, ansioso de volver pronto.
Al volver a salir a la ruta, me obligué a parar y sacar unas fotos, necesidad
imperiosa de tener este momento en algún lugar más que la retina. Volví a la
ruta, y emprendí la vuelta. Al pasar por Alberti, tuve la necesidad de entrar y
visitar la estación, muy similar a la de Mechita, pero más linda, con más
verde, más edificios. Este ya no era tanto un pueblo fantasma.
La
vuelta fue más de lo mismo, nostalgia, pero muchas conclusiones. Es muy feo ver
como retrocedimos desde 1950. La desinversión, la
falta de interés, los negociados. Los
trenes creaban pueblos, y con su cierre, murieron muchos. Pero en algunos
lugares queda gente apasionada, que intenta con lo que tiene mantener lo que
nadie quiere mantener. Pero no me sorprendió. Me pareció un poco más de lo que
conocemos como progreso, nosotros. Nosotros lo conocemos así. Pero el
diccionario no dice lo mismo.
nostálgico!
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