Una a una se
iban amontonando las bicicletas sobre la vereda de doña Alicia, cada pequeño
participe de la historia que se estaba celebrando en aquel fondo de Lobos
ocupaba su lugar en el verde césped. Ahí estaba Juan, el creador de alegrías,
disfrazado de momia coqueta, llenando un par de vasos con el néctar de los
héroes. Alzo el cristal transpirado a lo alto del cielo nocturno, porque así creía
el que debía ser un brindis. Un encuentro magnético de una misma intención, que
se resumía en unas pocas palabras dichas al mundo, en medio de la oscuridad. “Por la sed verdadera” dijo, “Por la sed verdadera”
se escucho del otro lado del puente donde estaba Cristian, el que veía lo que
otros no, disfrazado de hobbit. Ambos ubicados en una esquina de la fiesta,
compartiendo la foto con Freud, que analizaba a La mujer Maravilla; El pibe
Valderrama y una cocina con hornallas apagadas atacando a Helena de Troya,
Marylin, y Cleopatra; un sugus de ananá intentando moverse a la par de Elvis;
un Huevo Kínder, y tantísimos más. Todos formando una heterogénea masa que
bailaba en la más histórica de las coreografías.
La luz de aquel
patio reflejo estrellas en el cielo, y Lorena, la de cálida voz, que iba
vestida de Minnie, las uso para guiar su bicicleta hacia allí. Intento entrar
en absoluta invisibilidad, pero Cristian, el que veía lo que otros no, la
descubrió. Quiso disimular detrás de un sorbo largo de cerveza toda su alegría
por encontrarla allí. Pero así como Cristian, fue el único capaz de ver a
Lorena al entrar, Juan, el creador de alegrías, fue el único en notar aquella
sonrisa en su compañero. Juan, que iba vestido de momia, no lograba ver a
Lorena aun, entonces intento, como era su costumbre, inventar las semillas de
aquella sonrisa. Pensó: “solo aquellos que mañana no tengan nada que hacer,
pueden beber del pico. El resto, los que tienen que trabajar, que estudiar, que
hacer mandados, o que dormir, pedirán vasos, y serán controlados por Cristian,
aquél que ve lo que otros no ven. Levanten sus copas, y brindemos por el fin de
la carrera”. Al mismo tiempo, todos levantaron las copas, los vasos, los
bidones, los picos, las faldas y los suspiros. Chocaron en el aire con la nada
misma, y rieron a carcajadas luego del fondeado. La luz era tenue a la
distancia, solo se veía lo que uno quería ver.
Arturo, El Soñador de Lobos, llegó tarde, la calle
estaba llena de sueños, y él amaba los sueños. Si uno quería soñar, tenía que
pedirle autorización a él. Llegó junto a su esposa, Promesa, la impuntual,
quien nunca anunciaba su horario, para no contradecir su nombre. Entre su
llegada y la del último invitado, pasaron 25 personas más, de las cuales 24
eran humanos y 1 era ET, no se sabe aún si vestido o real. Solo se sabe que su
bicicleta también se estacionó sobre lo de doña Alicia. Bailaron hasta el
amanecer, se tomaron todo lo que pasaba el esófago, y se comieron todo lo que
el cuerpo no devolvía (aunque algunos, eran la excepción). Mirta y sus pequeños
se fueron temprano: ella es maestra jardinera y ellos peones de su jardín. La
familia más numerosa no se podía ir; si se iban, la mitad del césped quedaría
al descubierto, la fiesta se vaciaría.
Mucha gente
recordó siempre la fiesta que organizó Juan, el creador de alegrías, quien,
entre tantos invitados, no paraba de despilfarrar sonrisas. A la mañana del
siguiente día que sucedió a la fiesta, el diario titulaba “Gran noche”, y
debajo de aquel titular, “seremos
ancianos, seremos ciegos y sordos, y ya no podremos entender las cosas que
mañana irán a impresionarnos sin ensuciarnos la cara”, y mi prima dormía y
roncaba, sin tener en cuenta que ayer alguien estaba a su lado, y hoy, la radio
era lo único vivo en su pequeña habitación, hablándole de un momento Épico.
http://corazonesypensamientos.blogspot.com.ar/ (Luciano Blanco)
http://palabrassobrelahoja.blogspot.com.ar/ (Patricio Di Salvo)