Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

jueves, 20 de noviembre de 2014

Carta de Julio Cortázar a Lucienne C. de Duprat.

Fragmento
Mendoza,  Argentina.
16 de diciembre de 1945.

“Cherè amie:

Iniciar una carta para usted es como comprender repentinamente que se está al fin de un largo viaje y sentir la dulzura de volver a los antiguos hábitos, a los afectos de siempre. Se viaja de muchas maneras, y aunque sea un poco pedante hacer citas literarias, me acuerdo ahora de que Xavier de Mistre no necesitó apartarse de su habitación para cumplir un largo itinerario y darnos uno de los libros más encantadores de la literatura francesa. Yo vuelvo ahora de un viaje que empezó en el mes de septiembre, en esta misma Mendoza, y que me ha dejado muchas experiencias, no pocas amarguras y un poco más de vejez en el alma. Durante todo ese tiempo –que trataré de resumirle dentro de un instante- viví al margen de amigos y de toda correspondencia; apenas si algunas líneas a casa pudieron llevarles noticias de mi situación y mis problemas. Todo eso ha pasado ya, vivo tranquilamente y me dispongo a viajar a Buenos Aires para pasar el Año Nuevo con los míos (ya que desgraciadamente deberé quedarme en Mendoza para Navidad). Pero recién ahora comienzo a contestar tantas cartas atrasadas, y a pedir perdón a los amigos que tal vez –pienso en usted- me lo acordarán.”

lunes, 17 de noviembre de 2014

Bar céntrico en un otoño primaveral.

    Un hombre pide un café en un bar en el centro de la ciudad. De camisa, pantalón negro, zapatos. Fuma con la ventana abierta, pegado al sol. Hojea una agenda con más años que él mismo. Muerde la parte alargada y estética del anteojo que se apoya en la oreja derecha de la persona. Da una pitada. Se acerca el mozo y le deja el café. El hombre tarda unos segundos en advertir el movimiento del transitorio peón. Otra pitada, azúcar en mano. Levanta la vista con aire de sobrador, y admira el sol que le cae en la cara.
     Se cierra la puerta (dejando afuera al frío), y entra una señora. Se pone a esquivar mesas, bajando la mirada para ver sus pies, y subiéndola para saludar a otra mujer, vestida de camisa floreada, que la espera agitando el brazo como despidiéndose. Se hunden en un abrazo, se enredan, entre el coso que sirve para colgar los anteojos de una, con la cartera de la otra. Se sueltan, y se sientan al grito de “señor”, mirando al mozo. Una se acomoda el pelo. La otra se miente a si mismo, diciendo “nada nada, me estoy cuidando” cuando el mozo le preguntaba si quería pedir algo. Se aleja con el pedido, dándoles la espalda sin intención.
     Los malabaristas de la esquina intentan, mediante el uso de su destreza, obtener ese objeto circular, metálico, pequeño, con números y dibujos históricos, para poder aplaudir el día Los autos ignoran esto, los colectiveros controlan relojes. El policía charla con el verdulero sobre fútbol. Las más antiguas creencias pasan de largo aquí. Salgo apurado entre el vacío. El bar enciende las luces. Se cae el día. Miro al pasar el detalle de mi camisa, manchada del café más atónito.
     Al subir al taxi, me acuerdo de aquel verano, en la pileta del club, en el que me acerqué para enseñarte mediante una explicación breve, que no había nada más hermoso que vos. Y tu cara, paralizada, que dibujó sin preámbulos esa sonrisa inconsciente, involuntaria, propia, signo característico que el piropo había llegado al medio de tu corazón. Al buscar en los bolsillos el dinero para pagar el viaje, encontré una carta jamás enviada, pero si guardada, que tenía escrita la palabra “Ana”.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Libros 1

"Se había cansado de esperar al hombre que se quedó, a los hombres que se fueron, a los incontables que erraron el camino de su casa confundidos por la incertidumbre de las barajas. En la espera se le había agrietado la piel, se le habían vaciado los senos, se le había apagado el rescoldo del corazón."

Extracto, página 66, de "Cien Años de Soledad", de Gabriel García Marquez.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Diario de un Esquizofrénico: "Eterna caminata del último sincero"

     Una vez me encendí el último cigarrillo del día a las 5 de la mañana. Era temprano entre tantas dudas. Me caminé el recorrido ideal desde mi cama al baño, sin distraer el viaje con el viento del norte o el frío del sur. Soñé durmiendo sobre espacios dispuestos en mi mente. Me encerré en razonamientos ilógicos que intentaban demostrar las cosas que hoy en día ni siquiera analizo, porque mientras más se analiza, más se enreda. Mientras más se piensa, más se equivoca, el humano debería vivir del sí y del no, no del porqué. Pero, eso es difícil, la caminata seguía, y yo no debía pensar en nada más que llegar al baño y matar al freno de mi eterno sueño.
     Al día siguiente comprendí que nunca había sido feliz. Me vi en un futuro poco inmediato, saboreando los barrotes de una cárcel, creando amistades con la muerte, para que no me llevara sin antes poder abrazar a una mujer y sentir que con mi abrazo, ella cree en el amor. Sentí impulso de cantar, de crear cosas inhumanas que hoy completaran mi vida. Pensé, entre los llantos de los acompañantes del cortejo fúnebre que entraba al cementerio, que ayer era el único que nunca había sido indispensable para nadie. Y, a pesar de pensar sin entender lo que la cabeza me decía, me aplaudí a mí mismo, ignorante del sentimiento ajeno a la culpa automatizada por intentar hacer lo que uno creía correcto.
       Ahora que dejé de trabajar, consecuencia de mi desempeño agotador, me siento más libre. Viviré eternamente de mis 3 jubilaciones, con mis nietos, mis hijos, mis perros y mis canarios, acá y allá, en el campo y en la ciudad. Algo en mí, me decía que todo esto era falso, que era producto de mi imaginación entorpecida. Pero ignoré ese “algo”, y seguí caminando al baño, a pesar de que las piernas ya estaban cansadas, y que el frío realmente me estaba atormentando. Estaba mal esto; me estaba distrayendo.
     Al final, me senté en el sillón, a esperar la llegada de lo más hermoso. La señorita descendió sigilosamente por la escalera, como si una especie de silencio la trajera desde el más allá, tan hermosa que encandilaba. Tan linda era, que mi mente no hizo más que imaginarla conmigo el resto de mi vida, y mi corazón, estúpido de sorpresa, latía tanto que si lo quería conocer, lo escucharía en la nada. La tomé de la mano, y la llevé al baile del colegio, fines del año 72, diciembre, calor. Subimos al auto, y ahí llegué al baño, y entendí que los barrotes si eran producto de mi imaginación. Pero el resto, no. El resto era tan real como la carta que te envié, declarándote mi amor, sabiendo que más que una alegría, haberte conocido había sido una de esas cosas que la gente define como lo único que le puede robar una sonrisa cunado la angustia supera cualquier barrera que uno intente interponer entre ser feliz, y caer en un pozo eterno de depresión, que solo se sale por donde se entró, como cualquier pozo. Perdón si te sorprende esto, pero a mí me fascina sorprenderte. Voy a dejar los zapatos para que el sol los seque. 


Las Bicicletas

Una a una se iban amontonando las bicicletas sobre la vereda de doña Alicia, cada pequeño participe de la historia que se estaba celebrando en aquel fondo de Lobos ocupaba su lugar en el verde césped. Ahí estaba Juan, el creador de alegrías, disfrazado de momia coqueta, llenando un par de vasos con el néctar de los héroes. Alzo el cristal transpirado a lo alto del cielo nocturno, porque así creía el que debía ser un brindis. Un encuentro magnético de una misma intención, que se resumía en unas pocas palabras dichas al mundo, en medio de la oscuridad. “Por  la sed verdadera” dijo, “Por la sed verdadera” se escucho del otro lado del puente donde estaba Cristian, el que veía lo que otros no, disfrazado de hobbit. Ambos ubicados en una esquina de la fiesta, compartiendo la foto con Freud, que analizaba a La mujer Maravilla; El pibe Valderrama y una cocina con hornallas apagadas atacando a Helena de Troya, Marylin, y Cleopatra; un sugus de ananá intentando moverse a la par de Elvis; un Huevo Kínder, y tantísimos más. Todos formando una heterogénea masa que bailaba en la más histórica de las coreografías.
La luz de aquel patio reflejo estrellas en el cielo, y Lorena, la de cálida voz, que iba vestida de Minnie, las uso para guiar su bicicleta hacia allí. Intento entrar en absoluta invisibilidad, pero Cristian, el que veía lo que otros no, la descubrió. Quiso disimular detrás de un sorbo largo de cerveza toda su alegría por encontrarla allí. Pero así como Cristian, fue el único capaz de ver a Lorena al entrar, Juan, el creador de alegrías, fue el único en notar aquella sonrisa en su compañero. Juan, que iba vestido de momia, no lograba ver a Lorena aun, entonces intento, como era su costumbre, inventar las semillas de aquella sonrisa. Pensó: “solo aquellos que mañana no tengan nada que hacer, pueden beber del pico. El resto, los que tienen que trabajar, que estudiar, que hacer mandados, o que dormir, pedirán vasos, y serán controlados por Cristian, aquél que ve lo que otros no ven. Levanten sus copas, y brindemos por el fin de la carrera”. Al mismo tiempo, todos levantaron las copas, los vasos, los bidones, los picos, las faldas y los suspiros. Chocaron en el aire con la nada misma, y rieron a carcajadas luego del fondeado. La luz era tenue a la distancia, solo se veía lo que uno quería ver.
                Arturo, El Soñador de Lobos, llegó tarde, la calle estaba llena de sueños, y él amaba los sueños. Si uno quería soñar, tenía que pedirle autorización a él. Llegó junto a su esposa, Promesa, la impuntual, quien nunca anunciaba su horario, para no contradecir su nombre. Entre su llegada y la del último invitado, pasaron 25 personas más, de las cuales 24 eran humanos y 1 era ET, no se sabe aún si vestido o real. Solo se sabe que su bicicleta también se estacionó sobre lo de doña Alicia. Bailaron hasta el amanecer, se tomaron todo lo que pasaba el esófago, y se comieron todo lo que el cuerpo no devolvía (aunque algunos, eran la excepción). Mirta y sus pequeños se fueron temprano: ella es maestra jardinera y ellos peones de su jardín. La familia más numerosa no se podía ir; si se iban, la mitad del césped quedaría al descubierto, la fiesta se vaciaría.
Mucha gente recordó siempre la fiesta que organizó Juan, el creador de alegrías, quien, entre tantos invitados, no paraba de despilfarrar sonrisas. A la mañana del siguiente día que sucedió a la fiesta, el diario titulaba “Gran noche”, y debajo de aquel titular, “seremos ancianos, seremos ciegos y sordos, y ya no podremos entender las cosas que mañana irán a impresionarnos sin ensuciarnos la cara”, y mi prima dormía y roncaba, sin tener en cuenta que ayer alguien estaba a su lado, y hoy, la radio era lo único vivo en su pequeña habitación, hablándole de un momento Épico.


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