- "En cambio, es un triunfo de la vida que la memoria de los viejos se pierda para las cosas que no son esenciales, pero que raras veces falle para las que de verdad nos interesan. Cicerón lo ilustró de una plumada: No hay un anciano que olvide dónde escondió su tesoro."
- "Aquella noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin los apremios del deseo o los estorbos del pudor."
- "Se me ocurrió que uno de los encantos de la vejez son las provocaciones que se permiten las amigas jóvenes que nos creen fuera de servicio."
- "La edad no es la que uno tiene sino la que uno siente."
- "Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mi para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodiaco."
- "Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados."
- "El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor."
- "Siempre pensé que morir de amor solo era una licencia poética."
- "Pasé hasta una semana sin quitarme el mameluco de mecánico ni de día ni de noche, sin bañarme, sin afeitarme, sin cepillarme los dientes, porque el amor me enseñó demasiado tarde que uno se arregla para alguien, se viste y se perfuma para alguien, y yo nunca había tenido para quién."
- "No hay peor desgracia que morir solo."
Escribir inspira. Abre puertas. Te da campos para cultivar la imaginación. Te hace pensar. Te llena de dudas, y muchas veces también de respuestas. Pero más importante, es leer.
Letras
jueves, 29 de diciembre de 2016
Gabriel García Marquez - Memoria de mis putas tristes (Citas)
domingo, 18 de diciembre de 2016
El laberinto de los espíritus - Carlos Ruiz Zafón (citas)
- "Los recuerdos que uno entierra en el silencio son los que nunca dejan de perseguirle"
- "... el licor es como el matarratas o la generosidad; cuanto más se usa, menos efecto tiene"
- "Demasiados secretos son los que llevan a un hombre a la tumba antes de hora"
- "... que había aprendido en los casi dos años previos de guerra que lo inesperado va a menudo de la mano de lo lamentable..."
- "Y si algún día decide usted ir a por él (porque lo que el destino no hace son visitas a domicilio), ya verá cómo le concederá una segunda oportunidad"
- "Un crucifico de caoba la contemplaba desde la cabecera de la cama, pero el cielo, en su infinita crueldad, no le concedía la bendición de la muerte"
- "Un cazador debe comprender que, en un momento crítico de la cacería, el papel de la presa y el del cazador se confunden. La caza, la caza de verdad, es un duelo entre iguales. Uno no sabe quién es de verdad hasta que derrama sangre"
- "Las certezas reconfortan, pero solo se aprende dudando"
- "Una leyenda es una mentira pergeñada para explicar una verdad universal. Los lugares donde la mentira y el espejismo envenenan la tierra son particularmente fértiles para su cultivo"
- "Siempre había creído que el destino, amén de su afición a embestir a los inocentes por la espalda y a ser posible a calzón quitado, gustaba de anidar en las estaciones de tren en sus pausas de refresco. Allí empezaban o terminaban tragedias y romances, huidas y retornos, traiciones y ausencias. La vida, se decía, es una estación de tren en la que uno casi siempre se sube, o le suben, al vagón equivocado"
- "La esperanza no es más que la fe de que ese momento no haya llegado todavía, de que acertemos a ver nuestro verdadero destino cuando se acerque y podamos saltar a bordo antes de que la oportunidad de ser nosotros mismos se desvanezca para siempre y nos condene a vivir de vacío, añorando lo que debió ser y nunca fue"
- "El juego de la infiltración es similar al de la seducción: el que pide permiso ha perdido antes de empezar"
- "Se bebe para recordar y se escribe para olvidar"
- "Las guerras lo ensucian todo, pero limpian la memoria"
- "La verdad nunca es perfecta y nunca cuadra con todas las expectativas. La verdad siempre plantea dudas y preguntas. Solo la mentira es creíble al cien por cien, porque no tiene que justificar la realidad sino sencillamente decirnos lo que queremos oír"
- "El tiempo, comprendió, siempre fluye con velocidad inversa a la necesidad de quien lo vive"
- "... los juramentos eran un poco como los corazones: roto el primero, los demás resultaban pan comido"
- "En ese sainete de monas vestidas de seda que es el mundo, la falsedad es la argamasa que mantiene unidas todas las piezas del pesebre"
- "El dinero no dará felicidad, pero la química a veces nos aproxima a ella"
- "El dolor más sincero se vive a solas"
- "En la guerra hizo fortuna y en el amor lo perdió todo. Estaba escrito que no había nacido para ser feliz y que nunca podría llegar a saborear el fruto que aquella primavera tardía había llevado a su corazón. Supo entonces que viviría el resto de sus días en el otoño perpetuo de la soledad sin más compañía ni recuerdo que el anhelo y el remordimiento, y que, cuando alguien preguntara quién había construido aquella casa y quién había vivido en ella antes de que se convirtiera en un embrujo de ruinas, las gentes que la habían conocido y sabían de su historia maldita bajarían la mirada y dirían, con voz leve y rogando que su palabras se las llevase el viento: nadie"
- " - Según mi experiencia, los que más fanfarronean con su deseo de morir en el último minuto se vienen abajo cuando le ven los dientes al lobo y suplican como nenazas." - "Son las orejas." - "¿Cómo?." - "El dicho, las orejas al lobo. No los dientes"
- "Uno se va acojonando a medida que le va viendo las orejas al lobo. Lo llaman templanza"
- "Las esperanzas las guardan las personas, pero el destino lo reparte el diablo"
- "En el poder las puñaladas nunca llegan de frente, siempre por las espaldas y con un abrazo"
- "... cuanto mas se le intenta ocultar algo a un niño, más empeño pone éste en encontrarlo, ya sea un dulce o una postal de coristas descocadas dándoles vuelo a sus encantos." - "Y menos mal que es así, porque el día que esa chispa del querer saber se nos acabe y los jóvenes se contenten con la bazofia vestida de oropeles que les vendan los mercachifles del momento, tanto si es un electrodoméstico en miniatura como un orinal a pilas, y sean incapaces de comprender nada que quede más allá de sus posaderas, volveremos a la era de la babosa"
jueves, 17 de noviembre de 2016
343
miércoles, 26 de octubre de 2016
Ojos de perro azul - Gabriel García Márquez
La vi caminar hacia el tocador. La vi aparecer en la luna circular del espejo mirándome ahora al final de una ida y vuelta de luz matemática. La vi seguir mirándome con sus grandes ojos de ceniza encendida: mirándome mientras abría la cajita enchapada de nácar rosado. La vi empolvarse la nariz. Cuando acabó de hacerlo, cerró la cajita y volvió a ponerse en pie y caminó de nuevo hacia el velador, diciendo: «Temo que alguien sueñe con esta habitación y me revuelva mis cosas»; y tendió sobre la llama la misma mano larga y trémula que había estado calentado antes de sentarse al espejo. Y dijo: «No sientes el frío». Y yo le dije: «A veces». Y ella me dijo: «Debes sentirlo ahora». Y entonces comprendí por qué no había podido estar solo en el asiento. Era el frío lo que me daba la certeza de mi soledad. «Ahora lo siento ―dije―. Y es raro, porque la noche está quieta. Tal vez se me ha rodado la sábana». Ella no respondió. Empezó otra vez a moverse hacia el espejo y volví a girar sobre el asiento para quedar de espaldas a ella. Sin verla sabía lo que estaba haciendo. Sabía que estaba otra vez sentada frente al espejo, viendo mis espaldas, que habían tenido tiempo para llegar hasta el fondo del espejo, viendo mis espaldas, que habían tenido tiempo para llegar hasta el fondo del espejo y ser encontradas por la mirada de ella, que también había tenido el tiempo justo para llegar hasta el fondo y regresar ―antes que la mano tuviera tiempo de iniciar la segunda vuelta― hasta los labios que estaban ahora untados de carmín, desde la primera vuelta de la mano frente al espejo. Yo veía, frente a mí, la pared lisa, que era como otro espejo ciego, donde yo no la veía a ella ―sentada a mis espaldas―, pero imaginándola dónde estaría si en lugar de la pared hubiera sido puesto un espejo. «Te veo», le dije. Y vi en la pared como si ella hubiera levantado los ojos y me hubiera visto de espaldas en el asiento, al fondo del espejo, con la cara vuelta hacia la pared. Después la vi bajar los párpados, otra vez, y quedarse con los ojos quietos en su corpiño, sin hablar. Y yo volví a decirle: «Te veo». Y ella volvió a levantar los ojos desde su corpiño. «Es imposible», dijo. Yo pregunté por qué. Y ella, con los ojos otra vez quietos en el corpiño: «Porque tienes la cara vuelta hacia la pared». Entonces yo hice girar el asiento. Tenía el cigarrillo apretado en la boca. Cuando quedé frente al espejo ella estaba otra vez junto al velador. Ahora tenía las manos abiertas sobre la llama, como dos abiertas alas de gallina, asándose, y con el rostro sombreado por sus propios dedos. «Creo que me voy a enfriar ―dijo―. Esta debe ser una ciudad helada». Volvió el rostro de perfil y su piel de cobre al rojo se volvió repentinamente triste. «Haz algo contra eso», dije. Y ella empezó a desvestirse, pieza por pieza, empezando por arriba; por el corpiño. Le dije: «Voy a voltearme contra la pared». Ella dijo: «No. De todos modos me verás, como me viste cuando estabas de espaldas». Y no había acabado de decirlo cuando ya estaba desvestida casi por completo, con la llama lamiéndole la larga piel de cobre. «Siempre había querido verte así, con el cuero de la barriga lleno de hondos agujeros, como si te hubieran hecho a palos». Y antes que yo cayera en la cuenta de que mis palabras se habían vuelto torpes frente a su desnudez, ella se quedó inmóvil, calentándose en la órbita del velador, y dijo: «A veces creo que soy metálica». Guardó silencio un instante. La posición de las manos sobre la llama varió levemente. Yo dije: «A veces, en otros sueños, he creído que no eres sino una estatuilla de bronce en el rincón de algún museo. Tal vez por eso sientes frío». Y ella dijo: «A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve huevo y la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea por dentro, es como si alguien me estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es como si fuera así como tú dices: de metal laminado». Se acercó más al velador. «Me habría gustado oírte», dije. Y ella dijo: «Si alguna vez nos encontramos pon el oído en mis costillas, cuando me duerma sobre el lado izquierdo, y me oirás resonar. Siempre he deseado que lo hagas alguna vez». La oí respirar hondo mientras hablaba. Y dijo que durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, al través de esa frase identificadora. «Ojos de perro azul». Y en la calle iba diciendo en voz alta, que era una manera de decirle a la única persona que habría podido entenderla:
«Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul». Y dijo que iba a los restaurantes y les decía a los mozos, antes de ordenar el pedido: «Ojos de perro azul». Pero los mozos le hacían una respetuosa reverencia, sin que hubieran recordado nunca haber dicho eso en sus sueños. Después escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas: «Ojos de perro azul». Y en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos, escribía con el índice: «Ojos de perro azul». Dijo que una vez llegó a una droguería y advirtió el mismo olor que había sentido en su habitación una noche, después de haber soñado conmigo. «Debe estar cerca», pensó, viendo el embaldosado limpio y nuevo de la droguería. Entonces se acercó al dependiente y le dijo «Siempre sueño con un hombre que me dice: “Ojos de perro azul”». Y dijo que el vendedor la había mirado a los ojos y le dijo: «En realidad, señorita, usted tiene los ojos así». Y ella le dijo: «Necesito encontrar al hombre que me dijo en sueños eso mismo». Y el vendedor se echó a reír y se movió hacia el otro lado del mostrador. Ella siguió viendo el embaldosado limpio y sintiendo el olor. Y abrió la cartera y se arrodilló y escribió sobre el embaldosado, a grandes letras rojas, con la barrita de carmín para labios: «Ojos de perro azul». El vendedor regresó de donde estaba. Le dijo: «Señorita, usted ha manchado el embaldosado». Le entregó un trapo húmedo, diciendo: «Límpielo». Y ella dijo, todavía junto al velador, que pasó toda la tarde a gatas, lavando el embaldosado y diciendo: «Ojos de perro azul», hasta cuando la gentes se congregó en la puerta y dijo que estaba loca.
Ahora, cuando acabó de hablar, yo seguía en el rincón, sentado, haciendo equilibrio en la silla. «Yo trato de acordarme todos los días la frase con que debo encontrarte ―dije― . Ahora creo que mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con que puedo encontrarte». Y ella dijo: «Tú mismo las inventaste desde el primer día». Y yo le dije: «Las inventé porque te vi los ojos de ceniza. Pero nunca las recuerdo a la mañana siguiente . Y ella, con los puños cerrados junto al velador, respiró hondo: «Si por lo menos pudiera recordar ahora en qué ciudad lo he estado escribiendo».
Sus dientes apretados relumbraron sobre la llama. «Me gustaría tocarte ahora», dije. Ella levantó el rostro que había estado mirando la lumbre: levantó la mirada ardiendo, asándose también como ella, como sus manos: y yo sentí que me vio, en el rincón, donde seguía sentado, meciéndome en el asiento. «Nunca me habías dicho eso», dijo. «Ahora lo digo y es verdad», dije. Al otro lado del velador ella pidió un cigarrillo. La colilla había desaparecido de entre mis dedos. Había olvidado que estaba fumando. Dijo: «No sé por qué no puedo recordar dónde lo he escrito». Y yo le dije: «Por lo mismo que yo no podré recordar mañana las palabras». Y ella dijo, triste: «No. Es que a veces creo que eso también lo he soñado». Me puse en pie y caminé hacia el velador. Ella estaba un poco más allá, y yo seguía caminando, con los cigarrillos y los fósforos en la mano, que no pasaría el velador. Le tendí el cigarrillo. Ella lo apretó entre los labios y se inclinó para alcanzar la llama, antes que yo tuviera tiempo de encender el fósforo. «En alguna ciudad del mundo, en todas las paredes, tienen que estar escritas esas palabras: “Ojos de perro azul” dije―. Si mañana las recordara iría a buscarte». Ella levantó otra vez la cabeza y tenía ya la brasa encendida en los labios. «Ojos de perro azul», suspiró, recordando, con el cigarrillo caído sobre la barba y un ojo a medio cerrar. Aspiró después el humo, con el cigarrillo entre los dedos, y exclamó: «Ya esto es otra cosa. Estoy entrando en calor». Y lo dijo con la voz un poco tibia y huidiza, como si no lo hubiera dicho realmente sino como si lo hubiera acercado el papel a la llama mientras yo leía: «Estoy entrando ―y ella hubiera seguido con el papelito entre el pulgar y el índice, dándole vueltas, mientras se iba consumiendo y yo acababa de leer ― ...en calor», antes que el papelito se consumiera por completo y cayera al suelo arrugado, disminuido, convertido en un liviano polvo de ceniza. «Así es mejor ―dije―. A veces me da miedo verte así. Temblando junto al velador».
Nos veíamos desde hacía varios años. A veces, cuando ya estábamos juntos, alguien dejaba caer afuera una cucharita y despertábamos. Poco a poco habíamos ido comprendiendo que nuestra amistad estaba subordinada a las cosas, a los acontecimientos más simples. Nuestros encuentros terminaban siempre así, con el caer de una cucharita en la madrugada.
Ahora, junto al velador, me estaba mirando. Yo recordaba que antes también me había mirado así, desde aquel remoto sueño en que hice girar el asiento sobre sus patas posteriores y quedé frente a una desconocida de ojos cenicientos. Fue en ese sueño en el que le pregunté por primera vez: «¿Quién es usted?». Y ella me dijo: «No lo recuerdo». Yo le dije: «Pero creo que nos hemos visto antes». Y ella dijo, indiferente: «Creo que alguna vez soñé con usted, con este mismo cuarto». Y yo le dije: «Eso es. Ya empiezo a recordarlo». Y ella dijo: «Qué curioso. Es cierto que nos hemos encontrado en otros sueños».
Dio dos chupadas al cigarrillo. Yo estaba todavía parado frente al velador cuando me quedé mirándola de pronto. La miré de arriba abajo y todavía era de cobre; pero no ya de metal duro y frío, sino de cobre amarillo, blando, maleable. «Me gustaría tocarte», volvía a decir. Y ella dijo: «Lo echarías todo a perder ―volvió a decir, antes que yo pudiera tocarla―. Tal vez, si das la vuelta por detrás del velador, despertaríamos sobresaltados quién sabe en qué parte del mundo». Pero yo insistí: «No importa». Y ella dijo: «Si diéramos vuelta a la almohada, volveríamos a encontrarnos. Pero tú, cuando despiertes, lo habrás olvidado». Empecé a moverme hacia el rincón. Ella quedó atrás, calentándose las manos sobre la llama. Y todavía no estaba yo junto al asiento cuando le oí decir a mis espaldas: «Cuando despierto a medianoche, me quedo dando vueltas en la cama, con los hilos de la almohada ardiéndome en la rodilla y repitiendo hasta el amanecer: “Ojos de perro azul”».
Entonces yo me quedé con la cara contra la pared. «Ya está amaneciendo ―dije sin mirarla―. Cuando dieron las dos estaba despierto y de eso hace mucho rato». Yo me dirigí hacia la puerta. Cuando tenía agarrada la manivela, oí otra vez su voz igual, invariable: «No abras esa puerta ―dijo―. El corredor está lleno de sueños difíciles». Y yo le dije: «Cómo lo sabes?». Y ella me dijo: «Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba dormida sobre el corazón». Yo tenía la puerta entreabierta. Moví un poco la hoja y un airecillo frío y tenue me trajo un fresco olor a tierra vegetal, a campo húmedo. Ella habló otra vez. Yo di la vuelta, moviendo todavía la hoja montada en goznes silenciosos, y le dije: «Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo». Y ella, un poco lejana ya, me dijo: «Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el campo». Se cruzó de brazos sobre la llama. Siguió hablando: «Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y nunca ha podido salir de la ciudad». Yo recordaba haber visto la mujer en algún sueño anterior, pero sabía, ya con la puerta entreabierta, que dentro de media hora debía bajar al desayuno. Y dije: «De todos modos, tengo que salir de aquí para despertar».
Afuera el viento aleteó un instante, se quedó quieto después y se oyó la respiración de un durmiente que acababa de darse vuelta en la cama. El viento del campo se suspendió. Ya no hubo más olores. «Mañana te reconoceré por eso ―dije―. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: “Ojos de perro azul”». Y ella, con una sonrisa triste ―que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable―, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día». Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».
jueves, 5 de mayo de 2016
El barrio
El barrio es el camino eterno al kiosco a comprar una coca y unas papas, el jugar al metegol con todas las monedas que tenés. Es el fútbol en la calle, es el saludo a la distancia con el vecino de enfrente. El barrio es conocer las calles por quien vive y no por su nombre. Es ir y venir de memoria, no hay mapas ni flechas, no hay duda al caminar. Calles con doble sentido sin importar nada mas que andarlas. Es el colectivo que dobla sobre tu vereda, que las luces te llegan a los pies de tu cama, es el chofer que te saluda. El barrio es los amigos, la familia, la seguridad insegura de andarlo sin pensar en nada. Lees esto y aun no sabes que es el barrio, porque el barrio es más que todo lo que podes aprender en un trabajo, en una escuela, en una universidad. El barrio te enseña a ser quien sos, de donde sos, y quizás a donde vas. El barrio te muestra los códigos, te enseña a pedir perdón, a ayudar, te da alegrías, tristezas y muchas enseñanzas. El barrio te presenta tus primeros amigos y tus enemigos por el fútbol, la escondida, la rayuela o la chica/chico del almacén que todos quieren enamorar. El barrio es leer la tapa del diario en patas sobre la vereda a las 6 de la mañana sin que te importe nada ni nadie. El barrio es todo lo que ahora extrañas. Y no me digas que no, porque todos daríamos lo que sea por volver a la infancia un ratito largo.
jueves, 18 de febrero de 2016
Para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos
Entre su memoria y la realidad casi no habia diferencia, olvidaba más de lo que recordaba porque nos indicaba de que había sufrido más de lo que era capaz. La confianza estaba perdida y los besos era lo que más extrañaba, pero estaba dispuesto a arriesgarse por amor. Se sentaba en pleno verano sobre el banco de la plaza local, y se imaginaba en unos años caminando por algún barrio de techos bajos, de la mano del todo, entendiendo que para ser feliz era necesario confiar en si. Nunca hablaba de su pasado pero ese día se sentó frente a la mesa, y luego de 3 vasos de whisky lo vomitó todo, menos comida.
Entre todo, si se trata de disfrutar, el silencio le tapaba los ojos, nada mejor que su propia sombra para escapar. Durante la mañana una mano y de noche unos ojos gigantes que lo miraban al revés de como se mira, sin saber como se hace. Ve sobre las montañas las grietas de la vida, la decoración del cielo que no hace más que invitar a mirar el atardecer sobre el lago azul en una mañana de esas que si el café no te ayuda es dificil de continuar, el frío del momento número cero. Se vestía en silencio mientras el tiempo le pasaba por adelante, se enamoraba de nuevo y al instante dejaba de querer, sabiendo que una vez que se llega al amor es dificil irse. Y como sabía esto, decidió vivir, nunca olvidó las caricias del ayer. La luna lo mojaba sobre los ojos, como si le marcara el error, el ver es un sentido de los más dificiles de aprovechar. Porque el sabor es inconciente, el olor es inevitable, el oido solo transmite, y el tacto reconoce. Pero ver, va más allá, ver es pura y exlusiva voluntad, por eso siempre digo que el que logra ver superando esa falsa linea imaginaria que vendria a poner un limite entre lo absurdo y lo amoroso, es el verdadero personaje destinado a ser feliz. De ahi la frase, creo yo, de Julio Cortazar que titula este texto.
lunes, 1 de febrero de 2016
Mina de carbon
Cuando el terreno se había terminado de limpiar, vieron en el horizonte al sol ponerse sin sobresaltos. Creían que la visibilidad estaba disminuida pero en realidad, estaban tan cerca de él que podían tocarlo sin quemarse las manos. Sentían el calor intenso e incomprensible de la estrella iluminándolos a la par de las luces de la calle que empezaban a apagarse por miedo a ser vencidas.