Un hombre se encuentra de pie frente al mar, saboreando el
destino de su suerte, de su malicia, de su Marlboro Box a punto de morir en sus
labios. Siente la brisa del viento que cosecha recuerdos en su memoria quemada
por el amanecer súbito e intranscendente del ayer. Miente a su sombra sobre el
sol, concurre de madrugada al callejón de la paranoia e invita a su inquilina
soledad a beber con él, para festejar el mañana, de otro que no es él, ni ella.
Otro hombre
camina por la plaza central de Catalunya, teniendo conocimiento del horario, 6
de la tarde pleno julio, el verano come vivo tus pies. Se acerca al puesto de
gaseosas y compra la bebida anaranjada de conocimiento público. Paga en
efectivo, cash, sin vuelto. Agradece y se va con la otra mano en el bolsillo,
palpando el teléfono que lo condena al trabajo, y el engaña ese momento de
placer de no trabajar, porque recuerda números, reuniones, palabras. El estar
atado al destino eterno de no poder ni siquiera ignorar lo que uno es cuando
intenta desconectar.
Un
chico viaja en el subte desde Camden Town hasta Piccadilly Circus. Lee un libro
sobre un desconocido que busca en una ciudad sin nombre a una mujer,
atravesando las calles de noche, sin tener en cuenta que no se busca el amor. El
subte frena en las estaciones y él no se da cuenta que el amor está allí, o
quizás esté en sus manos, y nunca más sepa lo que significa querer a alguien. Hasta
se anima a pensar que el ayer es una alfombra para esconder lo que no hacemos
hoy.
Aquel que
no tenemos en nuestras manos se quiebra de conocimiento cuando lee el diario
que le cuenta sobre la increíble coincidencia de cruzarse con aquella persona
que no sabe hasta mañana que lo atrapará y no dejará escapar para no hacerlo
más que feliz, más que sonreír, más que no dejar de estar bien hasta que un
día, sin previo aviso, sin cartel de anuncio, desaparezca como apareció, para
dejar en él un vacío que no será llenado ni por el aire mismo, y crear un
recuerdo que lo hará recordar constantemente aquella persona que una vez en su austera
vida, lo quiso un poco más de lo que él quiso a esa persona. Esa es la historia
sin fin.