Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

lunes, 29 de septiembre de 2014

Diario de un Esquizofrénico: "Nunca supe cuando era mi cumpleaños"

     Terminaba el invierno. Estaba sentado en mi casa, mirando televisión. La radio de fondo, como decorando el ambiente. La pava rozando el fuego, para que el mate no queme. El frío que golpeaba, estaba áspero afuera. El diario abierto, sección economía. Los cigarrillos lejos, tan lejos que si me hacen un cuestionario, no fumaba más. Una taza vacía, con restos de café. El lápiz marcando un libro de Saramago, que estaba abierto en la página 254. Al lado, un cuaderno escrito con lapicera negra, sin saber donde estaba la lapicera, con marcas, líneas, flechas. El viento que tiraba abajo la ventana, ni un rayo de sol. La soledad a veces es lo único que te puede poner bien. Miraba el espejo y me devolvía la imagen de una persona que hoy en día ya no está. Gritaba el nombre de mi mujer, y nadie respondía. Creo que nunca iba a aprender a convivir con el hecho de que ya no podía cuestionar más a mi vida, sin tener el criterio clínico para hacerlo. Entre los papeles, encontraba recetas médicas, con medicamentos que una vez escuché a uno de guardapolvo mencionar como "los más importantes para usted", mirando a la cara a un tipo que se parecía al que el espejo me devolvía. ¿Cómo iba a saber yo que ésta realidad que estaba describiendo era real o no, si ni siquiera podía saber si el impresentable que aparecía en el espejo, era yo? Me deprimí tanto, que agarré el cuaderno. Busqué la lapicera en el mismo cajón que encontré el revólver y un pedazo de cinta, que estaba atada a un cartel que decía "úsese bajo responsabilidad". Eso me estaba salvando, yo no era responsable de nada, ni siquiera, de poder decirles mi nombre. Agarré la lapicera, y tomé el cuaderno, y cuando iba a escribir algo que me ayudara a romperme, leí lo que estaba allí sobre las hojas. Era algo así como lo que, en ese momento, hubiese escrito.

     "Una vez me di cuenta que iba a morir sólo. Que nadie iba a estar conmigo las primeras mañanas de mi nuevo cumpleaños. Me di cuenta, que dejé escapar cualquier tipo de amor que existiera. Que nunca valoré y que me la pasé llorando lo que hoy en día no tengo ni cerca. Ni una cosa ni la otra me permite hoy cerrar el libro de lo que ayer llenó mi boca de palabras. Caminé y camino sólo sin pensar en que si estiro la mano, siento un apretón, propio del inconsciente que siempre busca rellenar los vacíos patológicos, como si existiese uno que nos haga feliz. Me di cuenta que el poder tener la libertad no siempre te garantiza la sonrisa. Me doy cuenta que el fracaso está acá, conmigo. Siento una impotencia difícil de explicar. No termino de comprender como, pero el mundo se me viene abajo. Estoy como encerrado en una caja que esconde lo que una vez me hizo feliz y ahora me gustaría tener. Pero ahora estoy triste. Tanto, que no tengo ganas ni de terminar el cigarrillo. No quiero ni mirarme al espejo, es peor la imagen. La cena se enfría. La cama se prepara para recibirme. Y yo con dolor de panza, de esos que te hacen mojar los ojos. Que triste es sentirse así, triste. La gloria del beso que tus labios entreguen no podría ni mojarme la oreja, A pesar de eso, pienso que lo mejor es intentar. Pero, ya me cansé de intentar, de equivocarme. Soy el error tras el error, no aprendo ni por cansancio. Te quisiera acá y estás allá, sonriendo de la mano de alguno que de idiota, no tiene nada. Al que tiene el doctorado de estúpido, lo tenes escribiendo éstas lineas, las cuales no hacen más que firmar con aclaración la nota que declara culpable de mi mal estado, a mi mismo. Y yo que una vez creí saber todo, no se nada. Sé menos que algo. Sé poco. Un error siempre es recordado más que un acierto. Un error es el punto de partida para la crítica. Para el dedo acusador, el violento desengaño por la gloria y la peste misma. Brindemos, no hay motivos. Al menos que consideres un motivo el saber que vas a morir solo."

     Sin fecha, la tinta no parecía estar fresca, pero tampoco que haya pasado mucho tiempo. El día me hizo imaginar todo lo que ahora me estaba pasando. La ausencia de ganas de fumar, las ganas de dormir, y la soledad. Y el hecho de saber, de que cometí más errores que aciertos. Ahora es preciso comprender que para ser feliz debo convivir con lo que hice siempre mal, para poder así no repetirlo. Aunque, es de humano tropezarse dos veces con la misma piedra. Y es de loco el tropezarse siempre con la misma piedra, pero no contarla, porque cada tropiezo puede ser la primera vez. Aunque, si tenemos que titular esto, es muy triste admitir, que no se cuando es mi cumpleaños.

martes, 2 de septiembre de 2014

Diario de un Esquizofrénico: "El Viejo Estadio"

                Siempre me gustó ir al almacén del barrio a comprar una leche y unas galletitas, y ver que la señora que me atendía, que era la mujer del dueño, el cual estaba en la vereda vestido de jean y camisa, pasando la escoba, anotara en un cuaderno marca “Gloria” de hojas amarillas, cuánta plata había ingresado al local. Era digno de barrio, de vereda y de conocidos éste hecho, el poder decir “buen día Rosa”, el poder intercambiar opiniones sin miradas desafiantes ni rechines de dientes.
                Hubo una mañana que llegué a la misma esquina, y el almacén estaba cerrado. Doña Rosa no daba noticias, estaría durmiendo quizás. Consternado por ésta ausencia, tomé el tranvía de la calle Gibson, hasta la esquina de Roca. Caminé 5 cuadras en dirección al viejo estadio, doblé en Urusti y me metí al centro del Barrio Libanés, lleno de polacos encendiendo pipas y tomando vodka puro. Al entrar al local de ropa que no entendía porque iba, me frené de seco y medité. Y ahí descubrí que la verdadera razón por la cual había tomado el tranvía, había sido para escapar a la rutina. Salí del local y empecé a caminar por las calles angostas, tan angostas que las bicicletas te rozan los codos y los niños te superan en altura. Me fui vendiendo al silencio del umbral del dolor de mi pie gastado y con ampollas, pero feliz de que una vez en la vida, podía aplaudir sin mirar a quien.
                Era tarde en la mañana del atardecer de la noche de ayer que hoy relato. Me senté a escribir en un viejo tronco abandonado en los costados de una cancha de fútbol barrial que tenía más tierra que el mismísimo desierto. Había chicos pateando estrellas en arcos montados sobre nubes. Una mujer de bolso negro que miraba. Dos cigüeñas debatiendo destinos, una linterna que daba oscuridad, y tu sonrisa tapando el siniestro destino. Me di cuenta que si quería ser feliz, tenía que empezar por no pensar. Y no pensar, es lo que más le cuesta al ser humano. Porque siempre es más fácil pensar que actuar, si uno piensa y actúa, y se equivoca, suaviza el error diciendo “lo pensé”. Pero si actúa sin pensar, y no logra lo cometido, se castiga, pero en realidad, debería aplaudirse. Es imposible que entendamos eso. Quizás viéndolo al revés, tenga más lógica.
                Cuando revisé el bolsillo, buscando el boleto de vuelta a la rutina, me encontré con el papel de la carta enviada por mi hermano, viviendo en territorio azteca. A la distancia, me decía lo mucho que me quería y me extrañaba, lo mucho que le gustaba el tequila y los tacos, y lo mucho que seguía al equipo barrial, al equipo del pueblo. Yo le había contestado no hace mucho, diciendo que el viejo estadio seguía estando en la avenida Roca, y que el nuevo iba a construirse no se donde, ni no se cuando. Pero que iba a construirse. Él me dijo después, mediante otra carta enviada desde el desierto, que nunca dejara de ir al viejo estadio, ya que en él habían tesoros jamás encontrados, como goles, gritos, aplausos, jugadas, maravillas y algún que otro silencio escondido. Yo ahí entendí que en realidad, nunca fui al barrio libanés, ni que quise comprarme ropa. Yo entendí que quise cumplir el deseo de mi hermano. Ahora estaba feliz, leyendo esta carta, sobre el campo de juego del viejo estadio, escribiéndole a la eternidad un pedazo de historia personal.

                

lunes, 1 de septiembre de 2014

Cortázar y van...

Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores 
blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz, 
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz, 
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago 
y cintas que dormían en la lluvia. 

No quiero que tengas una forma, que seas 
precisamente lo que viene detrás de tu mano, 
porque el agua, considera el agua, y los leones 
cuando se disuelven en el azúcar de la fábula, 
y los gestos, esa arquitectura de la nada, 
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro. 

Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo, 
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco 
con ese pelo lacio, esa sonrisa. 

Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino 
es también la luna y el espejo, 
busco esa línea que hace temblar a un hombre 
en una galería de museo. 

Además te quiero, y hace tiempo y frío.