Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Fin de año, y Año Nuevo.



Una vez, hace mucho, en algún lugar, existía un hombre que no creía en año nuevo. El insistía, que el 31 de diciembre no era nada, que el 1ero de enero era menos. Que no había años, sino días, ni semanas, tal vez horas. Que el camino era siempre uno, solo que podíamos colocar carteles marcando eventos que nos hagan trascendente el vivir. Algunos hechos eran más, otros menos. Pero que el “año nuevo” era irreal, no tenía lógica que existiese. Y, en caso de que fuese real, no tenía sentido, porque uno no es uno nuevo, es el mismo, pero en otro contexto, que no es empírico, es abstracto, es propiedad del consiente de todos. Sus hijos lo retaban por éste razonamiento y él, lejos de enojarse, los hacía aprender a ser ellos, y creer, si quisieran, en las palabras de su padre, o no, nadie los obligaba como pensar. Él, sin embargo, sostenía eso, de que uno es dueño de lo que vive y considera importante, y si para uno es importante el fin de año, debería colocar un cartel allí. Pero que algo tan monótono como que el 31 de diciembre de todos los años era año nuevo, nunca iba a servir como referencia para grandes cambios. Para grandes aventuras. Para pensar diferente. Actuar distinto. Ser otro parecido a quién eras y dejaste de ser, vaya a saber uno porque. Por ende, su teoría era bastante cercana a lo que hoy uno busca: cambios. Diferencias. Algo diferente a lo que uno se está acostumbrado, como dice en alguna parte de sus obras Coelho. Ese hombre nunca descorchó una botella el 31 de diciembre, ni brindó por los que no están. Nunca saludó a un número ni recibió a otro. Tachaba días, contaba dinero y bebía café, sin azúcar. Ese hombre se levantaba y se acostaba como si nada pasara. Solo que, aplaudía al resto, por creer en situaciones irreales, según él. Y se unía al festejo, consciente de que la soledad es un lugar terriblemente triste. Y brindó.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Diario de un Esquizofrénico: "Ocho con noventa"

     Miraba por encima de la pared al lejano camino que se bifurcaba sin previo aviso, sin notoria coincidencia con el destino. Se asomaba cada tanto, a la ventana que daba al parque San Martín, en la parte más externa del interior de su pequeño pueblo. Él se animaba a contar estrellas, a mirar al sol sin pestañear, a escribir la pared sin tener que borrarla. Y entre tantas cosas, tomaba un vaso de agua, cantaba en inglés, acariciaba un perro viejo y se fumaba el tercer cigarrillo del año. Era verano, terminaba la vida. Miró de nuevo la hora en el reloj de madera colgado en la pared, y se dio cuenta que era temprano para tarde, era hora para un beso. Salió de la habitación, atravesó la cocina, entró al vestíbulo. Esquivó un beso, agarró un abrazo, escuchó un consejo y desestimó una campera acompañada de un “está fresco”, que rebotó con un “hay sol”, opacando cualquier otro anuncio meteorológico. Era único. Era especial. Caminaba sin pensar todo lo que pensaba, era el mejor de todos. Y era, como se sabe, el dueño de su propia sonrisa.
     Pero él era ignorante de la realidad. El colectivo no paraba, no era necesario sentarse pensó, si el tren en algún momento iba a aterrizar. Esos pensamientos, la confusión a flor de piel, el estado post ictal a nada, a un poquito quizás de coñac. Pero hoy no es domingo pensó. Ayer no fue lunes. ¿Qué pasa? Dudaba de todo, menos de él. Guardó las monedas sobrantes, se encendió el sexto cigarrillo del día, y buscó el diario en la mesa del bar, sin entender porque el mozo le seguía diciendo “ocho con noventa”. Para callarlo, le dio diez, para recibir el “gracias” amable que todos esbozamos cuando se cumple nuestro pedido. Nunca antes, claro está. Salió del bar, y se cruzó de vereda a las siguientes dos cuadras, para volver de nuevo sobre sí mismo, y entender, que lo que le había pasado, era como siempre, causa y consecuencia de haber sido considerado un loco por la sociedad, por sus mentiras, sus acciones, sus vaivenes, su big bang ideológico y conspiratorio, sobre el cual, ahora, sin meditar, estaba sentado. Pensó mucho.
     Y entre tanto, pensó en que todo lo que quiso, estaba ahí, en la punta de su mano. Una casa, una familia, un trabajo, una idea, un abrazo, algunos besos, abrigos, un tren, un avión, un colectivo. En realidad, el avión no estaba ahí, estaba allá, cuando me despierto. Pero siempre sentía que le faltaba el amor. Le faltaba la sospecha, el desengaño, la autoestima baja, el indiferente autónomo de amores baratos y ciegos, de Saramago, Borges, Bioy Casares y Galeano, de un pedazo de ayer que se transforma en hoy. Se quebró, emocionalmente, al verse en el espejo, de camisa y pantalón de vestir, zapatos, listo para enfrentar lo que no sabía. Vibró su suerte, cambió de sentimientos. Aquí y allá, el abrazo al megáfono, al quizás mejor pago de la vida. Se burló de todos. “Acá me voy a morir sin sentir amor” pensó, dando vueltas en la cama. “Que ganas de volver a la vida”, volvió a meditar. Y se cerraba en esa idea, de no haber sentido amor. De que desconocía lo que era aferrarse a alguien, y que ese alguien te entregara sus más íntimos secretos. No conocía la bondad sincera, el beso comprado ni la sonrisa envuelta en verdades, en abrazos eternos que no hacen más que querer plasmar sobre la pared la imagen, ni un poco ni mucho, simplemente, un poco de amor. No conocía el camino de ida, la propuesta amorosa, el desayuno compartido, el baño en espera. No conocía la mano con la mano, la presentación sonriente, el estar alegre sin motivo, el cosquilleo matutino. Y el nocturno. Y todo eso que él no conocía, que él ignoraba completamente, producto quizás de como se había movido, o de las elecciones que hizo siempre, priorizando nada por mucho. Entonces, se quedó allí pensando, sacando conclusiones. Anotando. Como siempre. “Eso debe salir más de ocho con noventa”, pensó. "Y el gracias seguramente lo termine diciendo yo".

jueves, 11 de diciembre de 2014

Cien Años de Soledad - Gabriel García Marquez


Lo lindo de terminar un libro es darte cuenta lo excelente que fue leerlo, y lo eterno que es.
  • Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque sólo podía conducirlo al pasado.
  • "Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra".
  • Pero el visitante advirtió su falsedad. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.
  • Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad.
  • Se había cansado de esperar al hombre que se quedó, a los hombres que se fueron, a los incontables hombres que erraron el camino de su casa confundidos por la incertidumbre de las barajas. En la espera se le había agrietado la piel, se le habían vaciado los senos, se le había apagado el rescoldo del corazón.
  • Pensaba en su gente sin sentimentalismos, en un severo ajuste de cuentas con la vida, empezando a comprender cuánto quería en realidad a las personas que más había odiado. 
  • No sintió miedo, ni nostalgia, sino una rabia intestinal ante la idea de que aquella muerte artificiosa no le permitiría conocer el final de tantas cosas que dejaba sin terminar.
  • Pero durante cuatro años él le reiteró su amor, y ella encontró siempre la manera de rechazarlo sin herirlo, porque aunque no conseguía quererlo ya no podía vivir sin él.
  • Pero en realidad, en los dos últimos años, él le había pagado sus cuotas finales a la vida, inclusive la del envejecimiento.
  • Hizo entonces un último esfuerzo para buscar en su corazón el sitio donde se le habían podrido los afectos, y no pudo encontrarlo.
  • ... y a las tres y cuarto de la tarde se disparó un tiro de pistola en el círculo de yodo que su médico personal le había pintado en el pecho. A esa hora, en Macondo, Úrsula destapó la olla de la leche en el fogón, extrañada de que se demorara tanto para hervir, y la encontró llena de gusanos. -¡Han matado a Aureliano!- exclamó.
  • El fracaso de la muerte le devolvió en pocas horas el prestigio perdido.
  • Taciturno, silencioso, insensible al nuevo soplo de vitalidad que estremecía la casa, el coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.
  • Se extravió por desfiladeros de niebla, por tiempos reservados al olvido, por laberintos de desilusión.
  • ... la soledad le había seleccionado los recuerdos, y había incinerado los entorpecedores montones de basura nostálgica que la vida había acumulado en su corazón, y había purificado, magnificado y eternizado los otros, los más amargos.
  • ... optaron por no volver al cine, considerando que ya tenían bastante con sus propias penas para llorar por fingidas desventuras de seres imaginarios.
  • Faltaba todavía una víctima para que los forasteros, y muchos de los antiguos habitantes de Macondo, dieran crédito a la leyenda de que Remedios Buendía no exhalaba un aliento de amor, sino un flujo mortal.
  • ... porque su propia experiencia empezaba a indicarle que una vejez alerta puede ser más atinada que las averiguaciones de barajas.
  • Sintió, en medio de las tinieblas, que lo arrojaban desde lo más alto de una torre hacia un precipicio sin fondo, y en un último fogonazo de lucidez se dio cuenta de que al término de aquella inacabable caída lo estaba esperando la muerte.
  • Vio los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre.
  • ... porque Amaranta se había hecho a la idea de que se podía reparar una vida de mezquindad con un último favor al mundo, y pensó que ninguno era mejor que llevarles cartas a los muertos.
  • "Un minuto de reconciliación tiene más mérito que toda una vida de amistad."
  • "- Lo que me choca de ti - sonrió - es que siempre dices precisamente lo que no se debe."
  • ... la ansiedad del enamoramiento no encontraba reposo sino en la cama.
  • El ánimo de su corazón invencible la orientaba en las tinieblas.
  • Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor, porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla.
  • ... y se lamentaba de cuánta vida les había costado encontrar el paraíso de la soledad compartida.
  • ... y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más destinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.
  • "El mundo habrá acabado de joderse - dijo entonces - el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga."
  • El primero de la estirpe está amarrado a un árbol, y al último se lo están comiendo las hormigas.
  • La incertidumbre del futuro les hizo volver el corazón hacia el pasado.
  • ... era incapaz de resistir sobre su alma el peso abrumador de tanto pasado.
  • FRASE FINAL: Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
Por fortuna, Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo 
que le permite a uno ver lo que quiere ver y verlo como quiere.






domingo, 7 de diciembre de 2014

El Reino de los colores.

     Una vez al año, el Rey invitaba a todos los dignos habitantes del pueblo a un gran asado en el Palacio Real. La gente hacía cola desde temprano para ocupar los lugares mejor ambientados, y evitar así sentarse al fondo, cerca de la fosa donde los leones aspiraban la caída de algún pueblerino desorientado. Eran mesas largas de madera, pintadas de azul, con sillas violetas. Las paredes eran redondeadas, sin tocar el suelo, de color naranja, como el disfraz del rey, que en vez de corona llevaba una peluca. Los guardias tenían armas sin filo, y la entrada tenía el cartel de “salida” pegado abajo, donde nadie lo viera. El ambiente era ideal, la música sin notas en séptima sonaba de fondo, casi sin percibir el ruidoso amontonamiento de suspiros.
     Al sentarse, la gente tenía que aplaudir y gritar su nombre, así el rey sabría que familia vino. La familia que no venía, estaría condenada a pasar una década en blanco y negro, sin ni siquiera poder ver el amarillo radiante del sol primaveral. A los pocos minutos de pasadas las 12 del mediodía, los sirvientes vestidos de lila, negro, verde, y amarillo, portando un gorro de un color desconocido, venían e iban trayendo comida, agua, gaseosa, jugos, limones, carnes, chorizos, morcillas, chinchulín, riñón. Era una fiesta colorida llena de comida y ganas de creer que el rey era el mejor.
     La carne estaba pintada de colores que no alteraban el gusto, solo la visión. El rey tenía carne de colores diferentes a los del pueblo. Los jugos eran ideales, y el agua siempre era azul, como el hielo cuando detrás de él se pone al mar. La sal era amarilla, para encontrar a los viciosos. El tomate era verde, la lechuga roja, la zanahoria blanca, la remolacha celeste, el huevo azul, la cebolla negra. Entre todo, los leones devoraban sobras, y a uno que se cayó por mirar el camino, que era verde, pero no por el pasto, sino por el verdín. Mi tía siempre cuenta que los primeros asados reales, el ambiente era más pálido, y que todo había cambiado cuando el rey vio por primera vez un arco iris. Que significativo fue semejante hecho que en ese presente instante nadie supo su consecuente realidad.
    Luego de todo, el postre venía despacio, sin que nadie lo viera llegar. Las tortas eran de muchos colores, tenían pinta de ser ricas, pero en realidad, eran deliciosas. El café transparente, que te permitía ver el azúcar flotar, era lo mejor. El gusto era ideal, era minucioso el hecho de que uno pidiera una galletita para acompañarlo. Pero en vez de eso, los sirvientes de color rosa traían alfajores de dulce de leche blancos, negros, rojos, amarillos y color “café”. Ese color lo conocía yo solo por haberlo visto en una revista de moda en Jamaica, ya que acá, no existía el color. Ni la revista. Ni la moda. Y así y todo, somos felices. Siempre el detalle final era caminar a la vuelta, llenos de comida, por los campos violeta, saboreando el interesante deseo de nunca caer en la tristeza. 


martes, 2 de diciembre de 2014

Querida Ana

continuación de http://palabrassobrelahoja.blogspot.com.ar/2014/11/bar-centrico-en-un-otono-primaveral.html

"Al buscar en los bolsillos el dinero para pagar el viaje, encontré una carta jamás enviada, pero si guardada, que tenía escrita la palabra “Ana"”


Querida Ana:
     Me quedé pensando si llegaste bien a la estación. Sé que las calles se doblan sin previo aviso, las esquinas no son esquinas, y la gente no es muy amigable como para demostrar que uno está perdido. Debes haber visto a la distancia el tren llegando, ya que saliste 10 minutos después del horario de salida del mismo desde la estación de Mercedes. Me siento cansado de todo lo que habrás esperado, acá la gente se quedó saludando tu sombra, tu ausencia ya es un paradigma sólido y sinuoso.
     Desde ayer que pienso en si habrás encontrado el camino de vuelta a tu felicidad. Siempre dudé sobre tu capacidad para amar, para conquistar hombres, y para errar palabras. Solo sentí pánico cuando no te vi acá, y te vi allá, a lo lejos, al abrazo de un desconocido. Pero antes de ayer me acordé de tu sonrisa, y esa sensación de placer símil a beber unas medidas de whisky me devolvió el alma al cuerpo. Hoy medito sobre donde estarás, debes estar feliz, o intentando. Yo mientras tanto, juego ajedrez, leo no uno sino dos libros, aprendo a sonreír sin causa ni necesidad, y pienso si realmente se necesita sonreír.
     Desde donde estoy yo, todo parecería enderezar el rumbo. El cielo nunca se vio tan celeste, parece agua, un pequeño mar sin olas, que cada tanto se llena de espuma, como nubes, sin sol. Te saboreo en cada esquina, creo que te extraño hasta en la enfermedad misma. Te aplaudo en la ignorancia del triunfo caliente y sincero, esperado, rozando la tempestad, caminando sobre columpios estáticos, sin pensar en la yerba del mate pasado, quemado, sin gusto. Me encantaría tenerte acá, al lado, sobre el mar profundo y dormido, para que entiendas que mi inconsciencia es consciente, que mi sinceridad es una mentira a mi intento de inhibir las palabras que hoy declararían mi amor hacia tus ojos, esclavos de la memoria, sin perderla tan de golpe. Me pregunto, a donde te fuiste, tan rápido, que ni tiempo a tomarte de la mano me diste, sin pensar entonces, en que las flores que alguna vez te regalé, morirán llenas de agua, por ausencia directa del encanto más gigante, simplemente vos. Pero, entre tanto, entiendo que todo lo que fue, ya no es, ya no será, al menos que ambos dos queramos encantarnos de nuevo, al menos que ambos dos queramos fundirnos en un beso de esos que los fotógrafos mueren, las películas los usan de imagen, y tu perfume se me impregna para siempre.
     Pero ésta carta, si el hombre del correo tiene ganas, el camión sale a horario, no se rompe el motor viejo en la ruta, la ciudad abre las puertas, el distribuidor del correo tiene ganas de trabajar, la carta no se perdió, y el cartero es un tipo inteligente, que se da cuenta que en realidad tu calle no es Yrigoyen sino Irigoyen, como el abogado, te llegará en 3 semanas, para lo cual, quizás sea tarde. Y si no lo es, nada detendrá el interesante intento de dormir sobre tu piel, casi sin tocarla, bebiendo café mientras la lluvia mata los planes al aire libre, mientras el viento te aferra a mí y yo a vos, mientras el gris plateado azulado del cielo argentino te conquista para que te quedes acá un rato más, sin importar el día y la noche, el chocolate, un pequeño acertijo, un diario viejo, Hyde Park, Piazza del Popolo, San Siro, Hôtel National des Invalides, Rialto, Ponte Vecchio. Aprenderé así, a esperar, a calmar la ansiedad acoplada a ésta necesidad calamitosa de verte. Mientras tanto, dibujo tu imagen en mi mente abandonada por la imaginación, por la originalidad, perdida.