Siempre pensé cuando sería el momento de dedicarme a
enamorarme de vos. Supuse que eras la misma de siempre. Y que tus actos, como
considerarme parte del paisaje de un entorno, eran constantes e imposible de cambiar.
Pero me aferré al sentimiento, a las ganas idiopáticas de expresar lo que
sentía o pensaba o deseaba. Y como no eras amiga mía ni de mis amigos. Ni
siquiera, como ya dije, sabías quien era yo. Como no tenía mecanismo alguno de violentar tu vida, ya que no iba a declararte esto por facebook.
Como no sabía cómo, decidí escribirte una carta. De lapicera y papel. En un
sobre, sin perfume, con tu nombre, con remitente, sin estampilla, sin
direcciones. Sin vueltas, simplemente, el pensamiento autónomo e incordial en
el que expreso sin tapujos mi más sincera reflexión acerca de lo que genera
sobre lo más interno de mi el poder verte caminar en la calle, descansar en la
plaza, o disfrutar del sol matutino de la playa, aunque el verano sea cada vez
más infierno.
“No todos los días uno tiene el placer de
poder enfrentarse con lo mejor que vio y sintió en su vida. No todos los días
uno puede, aunque suene ilógico, ser feliz. No todos los días uno se lastima la
conciencia sabiendo a trasmano el apellido del peor vendedor de diarios, para conocer
cuando te mueves hacia él a reclamar el primero papel de la mañana. No todos
los días uno logra caminar una cuadra sin pensar en otra cosa que en tu
sonrisa. No todos los días extraño Paris, Barcelona, Mendoza, Haedo o la
Capital Federal sin pensar en esos lugares de la mano de tu brazo. No todos los
días siento cosquillas sin los nervios, miedo sin el susto, alegría sin la
sonrisa. No todos los días cuento las horas para verte y tacho los segundos
para extrañarte. No todos los días leo un libro una y dos y tres veces, porque
no entiendo su contenido ya que mi cabeza está en tu nariz. No todos los días
aplaudo la caminata, el silencio, la llama del sol al final de la calle. No todos
los días me subo al colectivo con la esperanza de verte, sino más bien, de que te
sientes al lado mío, y me preguntes cualquier estupidez, para, a partir de eso,
construir un camino que conduzca directamente a una carta de presentación, para
dejar de ser “nada” y ser “algo” en tu vida y, quizás en un futuro, “alguien”. No
todos los días me siento a mirar por la ventana a ver si te apareces para
declararme un amor ilógico. No todos los días es lunes para mí, siempre es domingo,
porque es así como te puedo pensar relajada. No todos los días el tren pasa tan
rápido como cuando me paro en el paso a nivel a tu lado. No todos los días
compro cigarrillos para ver si necesitas uno. No todos los días voy en bici por
la calle para tener la suerte de cruzarte. No todos los días escribo.”