Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

domingo, 22 de septiembre de 2013

Charla con la realidad, tomo I

     Un día, de esos días que no se olvidan, sin intención de que esto sea una rima, me encontré de frente con una realidad. La recibí, y entre chistes y caricias, le expliqué mis intenciones. Le dije, que yo no era dueño de nadie, pero que si era dueño de mi verdad. Y que la verdad, era que yo estaba fabulando, con un perfecto presente sin lágrimas. Esta realidad me miró, y me dijo, que sus intenciones, eran las mismas, pero que no estaba fabulando.
     De sus bolsillos, la realidad sacó una hoja. Al verla, me percaté del color amarillento, el olor a vejez, y el estado arrugado que tenía. La hoja no tenía nada escrito. La realidad me miró, y me dijo "si yo te diera esta hoja para que escribas las cosas que te harían feliz, necesitarías otra. Si yo te diera esta hoja, y te pidiera que escribas las cosas que te hicieron feliz, podrías además, agregar un párrafo de alguna novela de Bioy Casares". Me quedé, pensando, en dos cosas. Primero, tenía razón. Segundo, por qué Bioy Casares.
     La realidad a continuación, me hizo escuchar una conversación. Era entre un hombre que pedía monedas, y un montó de ignorantes, que pasaban a su lado, como si fuese un arreglo para la decoración. En la conversación, existían respuestas monótonas, siendo "una moneda por favor", y "(sonido de pasos, risas, charlas)" la respuesta. El pobre, al cual yo no podía ver, insistía, sin variar su tono de voz. Y la realidad me miró a los ojos, y me dio la misma hoja, con un texto escrito en lápiz, que nunca entendí, y abajo otro, que si entendí, y también escrito en lápiz: "En un futuro no muy lejano, vas a aprender a valorar las cosas, como el hecho de no tener dinero ni para una hoja" Certero golpe sobre mis condiciones.
     Su ultima intención, fue mostrarme una imagen. Una persona, de edad, con algo en la cabeza que nunca pude comprender, parece estar decorando algo, sobre sus piernas, con una luz tenue que cae de la pared y de un pseudobiblioteca de metal, inundada de cosas carentes de sentido para mi, pero seguramente vitales para el protagonista. De la imagen, se desprendían varias cosas, como la precariedad del lugar de trabajo, su incomodidad, el orden que había, la mezcla de artesanía con tecnología, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Pero lo que más sobresalía, era la felicidad. Y cuando veo la imagen, pienso, ¿En donde está la felicidad? Y no logro concluirla. Y la realidad, con sarcasmo, se río. Pero luego me miró fijo, y con cara de querer marcarme a fuego, me dijo "a veces la felicidad aparece en formas infrecuentes. No siempre es a base de sonrisas gritos abrazos y otras cosas. Si miras bien, el hombre disfruta estar en su lugar precario, con su sombrero sin sentido, y sus cosas, inservibles para nosotros pero vitales para él. He aquí una muestra de felicidad"
      Y así como si nada, desapareció. Que curioso, la realidad desapareciendo; el mayor problema del humano es cuando aparece y nos sorprendemos. ¿Se podrá mejorar?
Ph: Florencia Vulcano

sábado, 21 de septiembre de 2013

Atardecer del recuerdo

     En si, el atardecer es lo más cercano a la perfección que puede haber. Resume muchas cosas, y abre puertas para otras tantas. Pero al mismo tiempo, significa un fin, o un acercamiento al final del día, al inicio de la noche, y a la cena de tu desayuno. Que placer poder disfrutar un atardecer, envuelto en un manto de agua, pura como la verdad de mis abrazos familiares. Y ahí, entre lo natural y lo artificial, me divierto con la nada misma. Con seres sin vida. Con un poco de arena, y un litro de ganas de sonreír. De valorar el momento. 
     El mar roza mis pies, y el frío me contagia las ganas de escaparme. Sin embargo, el momento, amerita una foto cerebral. Esas imágenes que no hay virus que borre ni computadora que pierda. Esos momentos, gloriosos, ajenos a la rutina, que uno busca añorar. 
     Veo más olas acercarse, y desde mi posición, veo dos chicos, un nene y una nena, divertirse con el agua. Con la arena. Con la inocencia que transmite verlos allí. Sedientos de alegría, ajenos a cualquier momento de tristeza. Los veo, sonreír. Aplaudirse entre susurros lo que hacen. Chapotear, como si fuese, el agua más preciada, y el último momento de sus vidas. Se acercan y se alejan, batiendo al mar a un duelo insignificante, en el que no gana más que la vida ante todos. Aprovechen, que son libres, y sanos, para ser felices. 
     Aumenta el viento, aunque sigue siendo inocente. Fiel a mi enamoramiento parcial, me quedo, y disfruto de la imagen. Creo que la alegría se transmite con el aire. A veces no hace falta ni un contacto ni una palabra. Tal vez esa risa, del nene, cuando el agua lo llena de espuma. O la de la nena, dichosa del momento, que patea la nada para elevar unas gotas. El padre, a los gritos insignificantes, para llamarles la atención. Pero en este cuadro ya no entra más nadie. Solo ellos y su inocencia.
Ph: Florencia Vulcano

jueves, 19 de septiembre de 2013

Relato Crónico

     Cada tanto me pongo a sacar conclusiones sobre lo que me ha pasado. Son como recuerdos plasmados sobre el aire, que intento analizar. Muchos son positivos, otros, me destruyen la sonrisa, y otros pasan, pero más adelante terminan importando. Cada vez que me toca esta etapa, me pongo en un stand by, a la espera de un milagro. Con los años, y los diferentes procesos, fui aprendiendo que en realidad, las conclusiones ya fueron sacadas  y que yo simplemente las repaso. Es una especie de transferencia, del subconsciente al consciente. Pantallaso de la realidad.
     Estos días son irritantes. Me siento humillado, decepcionado, inferior, triste, cabeza abajo, sordo de consejos y ciego de soluciones. Voy para un lado, para el otro, escribo, borro. Hago todo lo que no hago, o tal vez, quiero hacer. Algunas veces son días, otras semanas. Y después de ahí, creo no entender nada, creo que no sirvió. Siento que estoy más escondido de lo que soñaba que pasara. Pero siempre algo se saca. Siempre me da tela para teclear un rato.
     Hace unos días ya me siento que voy entrando en esta etapa, que como dije, es transitoria. Es corta, el humano suele vivir momentos fugaces sin darse cuenta que pasan entre todo. Pero sucede, y a uno, le altera el equilibrio. El barco ya no va tan derecho, es un prodromo, una advertencia de lo que vendrá, o tal vez, de lo que dejamos ir. Y hoy particularmente, la sonrisa se me fue desdibujando. Pasamos de cosas buenas a cosas malas como pasamos del frío al calor, del techo al aire libre, del amor al odio. Y acá, en mi vida, no soy ajeno a esto. El humano en si, vive de bipolaridad, vive de, ahora aquello, y en un ratito, quien sabe. Por eso no me sorprende. Pero si me, como decirlo, tira abajo. No digo abajo y me refiero al pozo, ni cerca. Pero ya uno pierde ganas de hacer cosas que hace, días, añoraba como un abrazo. Ya ni quiero cruzar caras conocidas, ni frecuentar charlas. Me encierro en mi vida de ermitaño transitorio, que en realidad, sostengo que es crónica, pero que se agudiza en una situación así. Claramente, si nos basamos en la evidencia, esto simplemente pasará sin dejar secuelas. Pero esta vez, el camino me está mirando diferente.
     Ya hace varios años transito la misma ruta. Sin destino, o un destino incierto, golpeado y a veces brillante, me siento a fumar la nada misma. Siempre la monotonía fue compañera de mis vivencias. Nunca me escapé del círculo de lo básico, de lo obvio. Si tuviese que dividir este camino, tiene como, diferentes autopistas, que conducen a diferentes cosas. Uno puede transitar todos los caminos de igual forma, pero no va a poder hacer el camino con la misma calidad. No va a poder llegar a destino igual de descansado. No va a poder cuidar todos los caminos con el mismo esfuerzo. Con los años, fui aumentado o disminuyendo mis ganas de transitar cada uno de esos caminos. Amor, amistad, estudio, familia, los pilares básicos en los que siempre me senté, empezaban a mostrarme que no pueden ayudarme si yo no los ayudo. Si yo no leo. Si yo no comparto un mate con la maternidad. Si yo no admiro un libro. Si no disfruto una cerveza entre hermanos. Si yo no deseo amor. Y cuando digo desear, es desde lo más profundo del corazón. Ese amor que te hace vivir sonriendo. Entonces, deduje que algo hacía mal. Pero nunca lo reparé. 
     Algunas cosas no requieren una atención exclusiva. Ya están marcadas en tu vida, y la atención que requieren, es mínima, como por ejemplo, la familia. Las amistades, si son reales como el amor de una madre por su hijo, tampoco requieren una atención exclusiva, casi que se mantienen solas, cada tanto hay que mirar que no se acerquen mucho al mar. Pero en si, estos dos pilares, no son importantes de mantener, y cuando digo esto, no me refiero a descuidarlos, porque eso si estaría mal. Pero estos pilares, son los que están, cuando los otros dos, se caen. 
     Porque el estudio en si, para muchos, es un paso más, es algo, que carece de la importancia que quizás otros si le dan. En mi caso, es clave, muy importante. Sostengo que una persona no es persona si no tiene estudio encima. Y cuando digo estudio, no hablo de la mejor o peor universidad ni carrera. Simplemente estudiar algo, es interés en tener un Futuro. Es interés de algún día decir "yo soy", y que antes de tu nombre, exista un sustantivo que te identifique a algo. Hay una frase de Kant que dice "Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él". Pero como todo, el estudio tiene etapas. Muchos tienen una sumatoria de inteligencia, confianza, astucia, suerte y ganas, y logran transitar este camino sin trabas. Sin caídas. Sin problemas. Otros, vivimos en el piso. Y cada vez que nos levantamos, al tiempo nos caemos. Nunca logramos estar de pie el tiempo que un árbol crece, o que una persona camina. Vivimos de decepciones, por más que algunos quieran negarlo. Y sin embargo, transitamos. Seguimos. Nos cansamos de golpearnos, pero a golpes pareceríamos funcionar. Se que en un futuro esto cambiará. Espero que sea cercano.
     Por último, los pilares antes mencionados, se cierran en el cuarto, que es el amor. En si, el amor, es solo una palabra, 4 letras, miles de definiciones. Y cuando uno dice "¿que sentimos al sentir amor?" yo siempre digo, no lo sé. Y creo que allí también radica un poco de estas conclusiones que cada tanto, me dispongo a realizar. No quiere decir que uno pierda sonrisas por esto, porque no es así. Pero si, te hace reflexionar. Te hace ver que en tu vida, nunca amaste. Nunca ni siquiera dedicaste un beso. Ni un abrazo. Y ese vacío, te saca más conclusiones, pero que no las entendés. Y cuando no entendés una conclusión, es cuando realmente estás mal, porque quiere decir que no sabes el origen de ello. No sabes porque las cosas pasan, o dejan de pasar. Y pensas, existe solución, ¿no? Claramente. Entonces, ¿debo encontrarla? Yo considero que no. Pero si debería lograr sobreponerme a esto. Porque esta autopista, es la más descuidada. Los faroles de iluminación no iluminan. Hay pozos, falta de vallas de contención, no hay lineas, ni subidas, ni bajadas. Esta autopista está llena de mentiras, de parches que buscaban tapar la soledad eterna. Y así, uno no dispone de una conciencia tranquila. O tal vez si, o tal vez no pero cree que si. Es una eterna mezcla de sentimientos. Y acá es cuando yo razono acerca de errores y aciertos. Virtudes y defectos. Pero esto siempre me deja parado en la medio de la vida, como decía Charly. No me sirve. Y quizás sean tiempos de dejar de pensar tanto, y empezar a mirar las cosas de diferentes formas. Dejar el pasado atrás. Olvidar otras conclusiones. Ver todo como si fuera nuevo o viejo, pero diferente a lo que crees que sobreviviste. Ya no sirve estar atados a puertos que abandonaste. A diarios que usas para secarte los pies. Quien sabe, quizás en unos meses, escriba una conclusión más corta, y que el título no sea "Relato crónico", sino algo más lindo. Algo más llamativo. Algo más, parfait pour la vie

domingo, 15 de septiembre de 2013

Lo nuevo enamora.

          Desde chico, entendía que las cosas lamentablemente no son eternas. La infancia, la primera evidencia de esto, se terminaba cuando uno más quería que se termine, pero después, es necesaria. Y sin embargo, las cosas terminan, pero uno mismo no. En estos casos es cuando, el humano deja de ser humano y se convierte en persona. Se transforma en un sobreviviente de lo vivido. Una lección de alegría destruida. Y entre los restos despedazados de la decepción, se construyen imperios de alegría. Se animan los miedosos a apostar por lo desconocido. Se enamoran corazones. Se entrelazan besos amargos. Solo depende uno mismo el poder, pasando los días, cerrar capítulos. Abandonar ideas. Saltar campos. Dejar el pasado, y tapiar la puerta que te lleve a él. Ignorarlo, sobreponerse. No volver. Cada escalón solo sube. Cada habitación, debe ser nueva. Debe ser algo que nunca imaginaste. Y allí, entre lo no vivido y lo cotidiano, animarse a lo demás. No atarse a puertos ya visitados, ni estancarse con el presente perfecto. Siempre lo nuevo te despierta curiosidad. 

Little words

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer" (Coelho)

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que la otra persona es única" (Borges)

"Te dicen descuidado porque están acostumbrados a los jardines y no a la selva" (Sabines)

"Educad a los niños, y no será necesario castigar a los hombres" (Pitágoras)

"Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él" (Kant)

viernes, 13 de septiembre de 2013

El caminante.

            El caminante cada día camina entre sus propias dudas. Paso a paso escapa de un pasado que le carcome la mente en cada instante sin pensar. El caminante a la mañana desayuna miles de mapas, que le indican cientos de caminos para llegar a un punto mejor. Este caminante no usa ni brújula ni las estrellas. Solamente se guía por lo que cree que está bien. El caminante vive de disyuntivas a cada paso. Izquierda derecha, arriba abajo, para atrás nunca, siempre para adelante. Cada disyuntiva le genera dudas, y cada duda, es un camino diferente. Sin embargo, se las arregla para que, entre las dudas que le generan, siempre elegir el camino que le lleve a buen puerto.
            Algunos días, el caminante se sorprende con la torpeza que lo rodea. Pero sin embargo, lejos de ilusionarse, camina humildemente entre un mar de indiferencias. Siempre que avanza, deja una estela, para saber que ese camino ya ha sido recorrido, para saber que por ahí, no se puede volver atrás. Y él lo relaciona, con errores del pasado, como si los errores fueran caminos que nunca debemos volver a transitar. Entonces, entre las moralejas que siempre aplaude su inconciente, descubre que “al volver al pasado, debemos fijarnos en donde pisamos, para evitar volver a un punto desde el cual nos equivoquemos de camino”.
            Otros días, el caminante se enamora de cada planta que decora el camino. Entiende que la naturaleza que lo rodea es producto de su sonrisa constante. Entonces, a cada paso, despilfarra alegría, decora de felicidad la silueta del árbol más alto y más viejo de su viaje. Y a pesar de que cada tanto, tropieza y cae sobre sus propias fallas, el caminante se levanta y esquiva esas fallas, o a veces, las intenta reparar, para que si volviese caminando para atrás, no se tropiece con la misma piedra. Entonces, el caminante concluye que “nunca sonreír está de más; los errores no son fracasos, y el caerse no significa rendirse. Rendirse jamás”.
            Algunas noches, entre la oscuridad de su soledad absoluta, el caminante encuentra en la distancia, luces que le indican por donde tiene que ir. Duda de cada una, y no confía ni en su propia linterna, pero siempre debe elegir, ya que cada una ocupa un camino. Algunas noches, elije la correcta, y al día siguiente se despierta con más ganas de correr que de caminar, de saltar que de pararse, de amar que de querer. Otras, se equivoca, y la luz se le apaga, oscureciendo sus ideas, y opacando su futuro. Sin embargo, prende su linterna, una especie de conciencia, que le indica que nada puede quitarle las ganas de ser feliz. Para concluir su noche, el caminante se dice a si mismo “nada ni nadie puede arrebatarte las ganas de sonreír frente a todo, las ganas de ilusionarte con un futuro que te llene de alegría, las ganas de estar mejor”.
            Para ya concluir su viaje, el caminante cierra su bitácora con algunas ideas, con algunos consejos para aquellos que quieran transitar su camino de ida. En su memoria, él siempre remarca que “cada disyuntiva tiene una sola respuesta que te lleve a la sonrisa, y una sola respuesta que remarque tu forma de pensar, y ambas, a veces, pueden no ser las mismas. Es ahí en donde entra tu estado emocional”. También, entre sus muchas palabras y mapas escritos con suspiros de sus ilusiones, comenta que “al pasar los días, me fui dando cuenta que la vida pasa al mismo tiempo que nosotros pasamos por sobre ella, imposibilitando que realmente disfrutemos de lo que nos tiene que pasar. Debemos siempre, apartar las urgencias, y esconder los problemas un rato en un cajón, para poder entender que solo se vive lo que se vive una vez en una sola vida.”.

            Así el caminante, entre abrazos besos y caricias, se despide de sus aplausos sin manos y de sus ojos sin mirada. Entiende que cada cosa debe ser influenciada por su persona. Cada momento es reflejo de las ganas que tenemos de estar mejor. Si el reflejo es una sonrisa, siempre estaremos felices. Si el reflejo no tiene sonrisas, la felicidad estará ausente. Pero el problema es cuando no existe un reflejo sincero; es ahí cuando nos engañamos a nosotros mismos. A nuestra propia ilusión.


martes, 10 de septiembre de 2013

La Biblioteca de Babel, Ficciones. J. L. Borges.

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta         letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada. 

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.



domingo, 8 de septiembre de 2013

Cortazar I. Rayuela.

      Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.