Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

martes, 15 de abril de 2014

Lo mejor de todo lo lindo.

     Yo estaba aquí, y vos estabas allá, con el pelo suelto sobre tu espalda, algunos rulos. Me serví el último pedazo de realidad, y me senté a devorar mis ganas de abrazarte. Vos a la distancia, me susurrabas al oído frases que ni el mejor de los ignorantes podría llegar a comprender. Pero eran hermosas. Te miré de reojo, sin perder la atención a mi porción de comida, con un poco de vino que ayuda a despabilar las ideas y sacar sonrisas. Vos seguías en tu mundo, sin perder la noción que alguien se te estaba enamorando. Los dos nos quedamos ahí, en el bar de la esquina de las calles Romero y Olmo, del barrio más porteño entre los provincianos.  Los dos queríamos encontrarnos sin buscarnos, desafiando al destino, culpando a las casualidades. Me imaginé en otro lugar, pero con vos, y ahí la sonrisa terminó mi cena, que no era real, pero existía.

     Me acerqué a la ventana del bar, que ya estaba vacío y cerrado, y miré como las gotas de lluvia decoraban la tarde. El amarillo del sol a lo lejos, y el frío del invierno que se acercaba. Me prendí un cigarro, no sin antes abrir la ventana, solo un poco, estaba fresco. Me quisiste acompañar, con otro pucho sin demora, como si lo necesitaras para calmar las ansias de querer ser feliz. Dos cafés, que vicio que tengo por esta bebida. Otros dos cafés, una tarde entera de anécdotas, risas y papel. Los cigarrillos se terminaban, como el tiempo para que entiendas las cosas. Brindé solo en mi conciencia, mi objetivo estaba siendo realizado.

     Porque en sí, mi objetivo era disfrutar de tu risa, entre tanta maleza que tapa todo lo lindo que puedo aspirar a tener. Me miré en el espejo del baño, con mi cara eterna de querer un poco más. Salí y me senté frente a tus ojos, que miraban el atardecer. Y cuando iba a hablar, preferí besar, sabiendo, que disfrutas más los besos, porque son más reales, ya que no se piensan. Uno no piensa como besa, ni si besa porque quiere o porque se le ocurre. Uno besa porque el cuerpo le demanda un beso. Uno besa porque sabe que es lo más sincero para expresar cariño. Es como el cigarrillo o el café, no se puede decir que no. En realidad, si se puede, pero el no hacerlo es peor que el no poder fumar. O tomar un café.

     Y ese beso fue eterno, fue pasando los minutos que intentaban distraernos de esta expresión única de pasión. El café se enfriaba y yo seguía mirando el amarillo del sol, de esta tarde de invierno que moría lentamente, como mi etapa eterna de soledad sin prejuicios ni diarios de domingo. Mis semanas escondidas, opacadas por las noticias que llegaban de no se donde ni no se cuando, que no hacían más que amargarme, ya eran cosa del pasado. Ahora tenía motivos para abrir botellas de vino, comer comidas copiosas, quedarme hasta altas soras matando libros en compañía de una morocha, con el sol amarillo a lo lejos, de este invierno otoñal que me hacía recordar a la mejor de las primaveras. Me senté luego en el sillón, mientras el mozo que había vuelto de la ausencia generada por mi mente extraviada, se acercaba a una mesa a tomar los pedidos. Vos a la distancia, me sonreías, y yo caía en el mundo ideal que cualquier persona quiere caer. Te guiñaba el ojo y vos sonreías aún más, y así podíamos estar por días. Pero recordé que lo mejor de todo esto, es que es real. Ya no estaba soñando como paisajes ni caminos. Estabas ahí. Eras única e irrepetible, y, tal vez, lo mejor de todo lo lindo.


sábado, 12 de abril de 2014

Confesiones al aire libre


                Siempre admiré a aquellos que pueden atravesar la ciudad sin ser afectados por las historias eternas y picantes de ésta. Quizás, los admire porque desconozco como se hace para dejar de recordar el pasado. O tal vez, porque si, porque tengo ganas de algo, porque no tengo otro a quien admirar. La admiración es un sentimiento de inferioridad, he dicho. Y si me dijeran que me admiran, me sentiría inútil, porque estoy generando escalones entre los que deberían estar sobre el mismo peldaño de la escalera.
                Cuando me sentaba en el colectivo y era chico, imaginaba mundos de fantasías que no existen ni en los libros menos lógicos. Soñaba con cosas cómicas, simples, eufóricas. Esas cosas que te hacían querer saltar del asiento, motivo por el cual, era muy inquieto.
    Siempre me cuentan la misma anécdota de que una vez me escapé y aparecí juntando pelotas en una casa de deportes. Es como que a los padres les gusta contar dos tipos de anécdotas: las felices, y las tristes con final feliz. Que masoquistas.
                Una vez, me di cuenta que el mejor momento para caminar por la calle, es un día de semana, a las 7 de la tarde, sin tanto sol, y no con tantas nubes, sin preocupaciones ni prisa, ni cansancio, mucho menos mal humor, y ni que hablar de traer un problema. Me di cuenta porque iba caminando, sin pensar en nada, y me gustaba todo lo que ante mis ojos se presentaba. Algunas cosas, como en todo, eran la excepción. Pero la mayoría era maravillosa: cosas que solamente pueden gustarte un día de semana a las 7 de la tarde, sin tanto sol, y no con tantas nubes.
                Muy pocas veces me arrepiento de lo que digo o hago, o tal vez, casi nunca, porque arrepentirse, es ser consciente que lo que hiciste, lo hiciste sabiendo que existía esta posibilidad de arrepentirse. Es un juego de palabras muy interesante si se quiere.
                Me gusta escuchar música sin entender porque la estoy escuchando. No soy de esos que seleccionan qué escuchar, me encantaría poder poner mil discos al mismo tiempo, y que los vinilos estén parando y empezando uno tras del otro, mientras al mismo tiempo leo a Cortázar, y el café deja de estar caliente.
                

lunes, 7 de abril de 2014

Instrucciones para llorar. Cortázar.


Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Cronopios y otras cosas...

"Un cronopio es un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas"

“Los cronopios son criaturas idealistas, sensibles e ingenuas. De esta manera se diferencian de otros seres imaginados por el escritor, como los famas (pretenciosos y formales) y las esperanzas (aburridas e ignorantes)."

Descrito por el escritor argentino Julio Cortázar, junto con los famas y las esperanzas, integran el mundo. 

Los cronopios son personajes de una serie de cuentos en su libro "Historias de Cronopios y de Famas" (1962).

… “quien nunca dio demasiadas precisiones sobre el ademán físico de estos personajes”

La primera ocasión que Cortázar utilizó el terminación fue en un noticia publicado en 1952, cuando reseñó un representación que Louis Armstrong ofreció en París. Al argumentista se le ocurrió la conceptualización cuando, en el auditorium de los Campos Eliseos de la hucha francesa, tuvo un ilusión de unos globos verdes flotando más de la sala.


Así, Cortázar suele cuerpo llamado como El Cronopio Mayor...