Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

sábado, 12 de septiembre de 2015

Línea 28

     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. La cara se distorsiona, la sonrisa vuelve con frecuencia, los ojos se fijan inconscientemente en la boca, en la nariz, en los cachetes. El hombre atiende las necesidades menos evidentes de la mujer. El ayer es una paradoja, para él es todo hoy y mañana.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. El ir y venir de la charla sigue un ritmo atípico, el susurro no se presente. Las palabras se mezclan con muestras absurdas e inevitables de amor, de ese amor que te esconde del odio, del amor sin estación ni día. Del no mirar atrás.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Lo vi en un colectivo, no podía más de deseo, no podía más de sonrisas. El paisaje no existía, todo lo que miraba era carne y hueso femenino, esa mezcla de dulzura y pelo, de perfume y sabor a caricias de mañana sin sol y nubes.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Si uno le habla, no mira para responder, no le interesa el entorno ausente en ese instante de clímax, no camina ni se para, solo es para ella. Y ella está ahí, sabiendo su poder, maneja con hilos ese títere que de a poco se acomoda a su lado, sin levantar sospecha, propio de un arte el cosquilleo imposible de confundir.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Ella mira a la puerta del medio, recostada contra la ventana, dando un papel de desinterés falso como ese beso amistoso de cachete izquierdo al bajarse juntos, ambos sabiendo que es cuestión de tiempo que la pelotita de la ruleta caiga en el lugar indicado. Y ahí se enamoran.

domingo, 6 de septiembre de 2015

GGM - El amor en los tiempos del cólera.

·         Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.
·         No le había sido fácil recobrar ese domino desde que oyó el grito de Digna Pardo en el patio, y encontró al anciano de su vida agonizando en el lodazal. Su primera reacción fue de esperanza porque tenía los ojos abiertos y un brillo de luz radiante que no le había visto nunca en las pupilas. Le rogó a Dios que le concediera al menos un instante para que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar la vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pasado. Pero tuvo que rendirse ante la intransigencia de la muerte. Su dolor se descompuso en una cólera ciega contra el mundo, y aun contra ella misma, y eso le infundió el dominio y el valor para enfrentarse sola a su soledad. Desde entonces no tuvo una tregua, pero se cuidó de cualquier gesto que pareciera un alarde de su dolor. El único momento de un cierto patetismo, por lo demás involuntario, fue a las once de la noche del domingo, cuando llevaron el ataúd episcopal todavía oloroso a sapolín de barco, con manijas de cobre y forros de seda acolchonada. El doctor Urbino Daza ordenó cerrarlo de inmediato, pues la casa estaba enrarecida por el vapor de tantas flores en el calor insoportable, y él creía haber percibido las primeras sombras moradas en el cuello de su padre. Una voz distraída se oyó en el silencio: “A esa edad ya uno está medio podrido en vida”. Antes que cerraran el ataúd, Fermina Daza se quitó el anillo matrimonial y se lo puso al marido muerto, y luego le cubrió la mano con la suya como siempre lo hizo cuando lo sorprendía divagando en público. –Nos veremos muy pronto- le dijo.
·         … y estaba convencido en la soledad de su alma de haber amado en silencio mucho más que nadie jamás en este mundo.
·         Contéstale que sí – le dijo-. Aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contesta que no.
·         Le parecía tan bella, tan seductora, tan distinta de la gente común, que no entendía porque nadie se trastornaba como él con las castañuelas de sus tacones en los adoquines de la calle, ni se le desordenaba el corazón con el aire de los suspiros de sus volantes, ni se volvía loco de amor todo el mundo con los vientos de su trenza, el vuelo de sus manos, el oro de su risa.
·         Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.
·         Cuando Hildebranda murió, casi centenaria en su hacienda de Flores de María, encontraron su copia bajo llave en el armario del dormitorio, escondida entre los pliegues de las sábanas perfumadas, junto con el fósil de un pensamiento en una carta borrada por los años.
·         Florentino Ariza permanecía en vela la mayor parte de la noche, creyendo oír la voz de Fermina Daza en la brisa fresca del río, pastoreando la soledad con su recuerdo, oyéndola cantar en la respiración del buque que avanzaba con pasos de animal grande en las tinieblas, hasta que aparecían las primeras franjas rosadas en el horizonte y el nuevo día reventaba de pronto sobre pastizales desiertos y ciénagas de brumas. El viaje le parecía entonces una prueba más de la sabiduría de su madre, y se sintió con ánimos para sobrevivir al olvido.
·         Esta certidumbre halagadora aumentó la ansiedad de Florentino Ariza, que en la cúspide del gozo había sentido una revelación que no podía creer, que inclusive se negaba a admitir, y era que el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser sustituido por una pasión terrenal.
·         Le había enseñado que nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor.
·         Los idiomas hay que saberlos cuando uno va a vender algo –decía con risas de burla-. Pero cuando uno va a comprar, todo el mundo le entiende como sea.
·         Lo único que me duele de morir es que no sea de amor.
·         Sin embargo, Florentino Ariza descubrió ese parecido muchos años después, mientras se peinaba frente al espejo, y sólo entonces había comprendido que un hombre sabe cuando empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre.
·         Pero después ya no pudo decir si su costumbre de fornicar sin esperanzas era una necesidad de la conciencia o un simple vicio del cuerpo.
·         La torre del faro fue siempre un refugio afortunado que él evocaba con nostalgia cuando ya tenía todo resuelto en los albores dela vejez, porque era un sitio bueno para ser feliz, sobre todo de noche, y pensaba que algo de sus amores de aquella época les llegaba a los navegantes en cada vuelta de los destellos. De modo que siguió yendo allí, más que a cualquier otra parte, mientras su amigo el farero lo recibió encantado, con una cara de bobo que era la mejor prenda de discreción para las pajaritas asustadas. Había una casa abajo, junto al estruendo de las olas desbaratándose contra los cantiles, donde el amor era más intenso porque tenía algo de naufragio. Pero Florentino Ariza prefería la torre de la luz después de la prima noche, porque se divisaba la ciudad entera y el reguero de luces de los pescadores del mar, y aun de las ciénagas distantes.
·         … fue una mirada material que lo tocó como si fuera un dedo.
·         Pero no pudo reaccionar como hubiera querido, porque el corazón le hizo entonces una de esas trastadas de putas que sólo se le ocurren al corazón: le reveló que él y aquel hombre que había tenido siempre como el enemigo personal, eran víctimas de un mismo destino y compartían el azar de una pasión común: dos animales de yunta uncidos al mismo yugo. Por primera vez en los veintisiete años interminables que llevaba esperando, Florentino Ariza no pudo resistir la punzada de dolor de que aquel hombre admirable tuviera que morirse para que él fuera feliz.
·         Al menos pudo vivir sin ver a Fermina Daza, a diferencia de antes, cuando interrumpía a cualquier hora lo que estuviera haciendo para buscarla por los rumbos inciertos de sus presagios, en las calles menos pensadas, en sitios irreales donde era imposible que estuviera, vagando sin sentido con unas ansiadas del pecho que no le daban tregua mientras no la veía siquiera un instante.
·         Vendió de cualquier modo la casa de su padre porque no podía soportar el dolor de la adolescencia, la visión del parquecito desolado desde el balcón, la fragancia sibilina de las gardenias en las noches de calor, el susto del retrato de dama antigua la tarde de febrero en que se decidió su destino, y hacia dondequiera que se revolvía su memoria de aquellos tiempos tropezaba con el recuerdo de Florentino Ariza. Sin embargo, siempre tuvo bastante serenidad para darse cuenta de que no eran recuerdos de amor, ni de arrepentimientos, sino la imagen de un sinsabor que le dejaba un rastro de lágrimas. Sin saberlo, estaba amenazada por la misma trampa de compasión que había perdido a tantas víctimas desprevenidas de Florentino Ariza.
·         Pues aún a veinte brazas debajo de la tierra habría reconocido de inmediato aquella voz de metales sordos que llevaba en el alma desde la tarde en que le oyó decir en el reguero de hojas amarillas de un parque solitario: “Ahora váyase, y no vuelva hasta que yo le avise”.
·         Se deleitaba con los hálitos del perfume de almendras que le llegaba de regreso de su intimidad, ansioso de saber cómo pensaba ella que debían enamorarse las mujeres del cine para que sus amores dolieran menos que los de la vida.
·         De modo que era razonable pensar que la mujer más amada sobre la tierra, a la que había esperado desde un siglo hasta el otro sin un suspiro de desencanto, apenas tendría tiempo de tomarlo del brazo a través de una calle de túmulos lunares y canteros de amapolas desordenadas por el viento, para ayudarlo a llegar sano y salvo a la otra acera de la muerte.

·         -Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La dorada.-Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz iluminada por la gracia del Espíritu Santo y miró al capitán: él era el destino. Pero el capitán no la vio porque estaba anonadado por el tremendo poder de inspiración de Florentino Ariza. -¿Lo dice en serio?- le preguntó. –Desde que nací – dijo Florentino Ariza-, no he dicho una sola cosa que no sea en serio. El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. -¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?- le preguntó. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. – Toda la vida- dijo.