Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

miércoles, 22 de enero de 2014

Historia no verídica I

     Creo firmemente en las ideas que salen de mi cabeza. Siempre pensé que lo que uno decide vale más que mil consejos, siempre y cuando, uno esté con la cordura que nos caracteriza. Entonces, pensé en que un avión puede volar sin motor, al igual que un pájaro, y sin embargo, no estaba loco. Era más bien, una idea, que tenía cierta verdad. Entre tanto, hojeaba un libro cerrado, que las hojas me explicaban como sonreír cuando la sonrisa se tomó el último tren al horizonte. Pero igual yo estaba bien, me acordaba de muchas cosas.
     En un fin de semana que no tenía más que matar el tiempo, conocí dos locos. Violentos de palabras, amables del corazón, me mostraban sus armas: una cuchara, una hoja, un lápiz, dos manzanas podridas, y una mujer, que no existía, pero que ellos insistian en que estaba ahi, escuchando mis pensamientos. "Marta, saludá a nuestro amigo, te va a curar la piel". Estos tipos, que no voy a decir el nombre, porque hasta eso carece de sentido, me mostraban además los motivos por los cuales no dejaban de caminar ni de sonreir. El desierto lleno de edificios y plantas (el Psiquiátrico ubicado en el punto más austral de la manzana), era una postal más de lo que ellos consideraban su casa. Los locos, o como quieran llamarlos ustedes, hablaban sin cesar, sobre violencia, sobre amor, y sobre como amar sin ser amados. Muy cursi. Y como son locos, justamente, hablan sin razonar, o, dicho de otra forma, razonando con algún grado de desorientación. Y entre sus vocablos al viento, se les escapaban grandes frases. El más alto de ellos, siempre sonriendo, me decía "Porque vos acá en el mundo, no haces nada, ¿entendes?. El mundo no necesita de vos, ni de nadie. Todos necesitamos del mundo, porque nos junta a todos, y nos abraza. El problema del humano es que no quiere abrazar, quiere que lo abracen. Pero, ¿Cómo es un abrazo de a uno? ¿Dónde viste que uno abrace a otra persona, y que se sienta feliz por no ser abrazado? No entienden nada." dijo. El otro, mientras tanto, cebaba mate, frío, sin gusto. "Cuidado que está caliente.", insistía, "Yo el otro día miraba a una señora con sombrero que me miraba y murmuraba cosas. Y yo pensaba, ¿qué le agarró para ponerse un sombrero tan ridículo?" En eso, yo lo interrumpí, y le pregunté si no le generaba algo el hecho de que la mujer lo mirara y murmurara, y me dijo "No, para nada. El que habla de vos a escondidas de uno es más triste de lo que puede llegar a decir de vos, porque no se anima a decírtelo en la cara. Yo podré haber estado preso, haber sido presidente, haber ganado un premio, pero nunca me sentí triste de mi mismo. Capaz es porque no conozco la tristeza." Seguía cebando. Mientras el primero que había hablado me miraba, me encendí un cigarrillo, de esos que ellos mismos dejan consumir hasta que la ceniza es larga como una moneda de 50 centavos peso argentino. Como era lógico, una multitud se me acercó a pedir, para lo cual, tuve que decir que era el último. Ahí por más que quieras, no podés explicar como conseguir sus propios cigarrillos. Con la segunda pitada, el primer internado me contó que una vez amó, pero que se dió cuenta, cuando la perdió. "Ese es el problema de la gente, el no hablar a tiempo, el pensar que querés a alguien cuando ya no está. Siempre el recuerdo duele más que el error, porque te acordás del error, es como que se suma. Una cosa, más la otra. Son dos cosas. Eso si lo se hacer bien, las matemáticas" dijo riéndose. A lo que el segundo internado interrumpió, y dijo "No es así, hay personas que no admiran la sinceridad, sino que te la echan en cara. Y así no vas a poder abrazar a nadie", y ahí volvimos, al abrazo sin nadie. Y el cigarrillo se iba, como otras cosas.
     Ya era de tarde, y el hospital terminaba su horario de visita. Yo me estaba cansando de escribir, pero estos tipos me dejaban más enseñanzas que un libro de historia. No había perdido el tiempo, ni lo había ganado. Lo había invertido. Eso también lo pensé. La gente habla de perder o ganar el tiempo, pero yo considero que lo invertimos. Todos tenemos nuestro lado economista. Invertís esta charla en sacar conclusiones, y si sabés aprovecharlas, en un futuro, te pueden regalar sonrisas. Eso es invertir, y sino, que venga Smith y lo refute, si se anima. O Keynes. O Fisher. O Nash. O Marx.
     Cuando los saludé, prometí no volver, y me pidieron que vuelva. Entonces, les dije que iba a volver la semana próxima. Uno me miró pálido, "La semana próxima es imposible, me voy de vacaciones". "Yo estoy yo estoy, venite y tomamos un café" me decía, mientras cebaba otro mate. A quien le creo, es la cuestión. Yo considero que a los dos. Al fin y al cabo, no es perder el tiempo.


lunes, 13 de enero de 2014

"El amor en los tiempos de cólera". Gabriel García Márquez

     "No le dijo a nadie que se iba, no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida. Se puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el valse de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás."

viernes, 10 de enero de 2014

"El único que jamás había sido enamorado por nadie, excepto por alguien"

     Una vez hace mucho poco tiempo, conocí a un hombre. Era viejo, alto, canoso, bueno, aventurero, cansado. El hombre se presentó como "el único que jamás había sido enamorado por nadie, excepto por alguien". Yo me presenté como alguien, pero no el o la que lo enamoró. El viejo me hizo sentar sobre el banco de una plaza incrustada entre edificios que no hacían más que contaminar la paz que buscaba mi alma. Sacó un libro sin título y me empezó a mostrar fotos de lo que él denominaba su vida. Yo miraba hojas en blanco. Siguió mostrándome dibujos que para él significaban el todo. Yo veía borroso.
     Después de un rato de inundar mis oídos con palabras que en los minutos que estaban pasando no lograba comprender, intenté frenar su inútil intento de ser aplaudido. Me miró y me sonrió, como el día que te vi por primera vez, y me señaló su cabeza. "Pensá..." me dijo "... que lo que uno dice el otro lo escucha, pero no así, lo entiende". Comprendí su frase, pero insistí en que cesara con su intento. "Vos pensas que yo no entiendo nada, pero creo que entiendo más que vos" dijo, mientras se arreglaba la barba que, en un principio me pareció postiza, todo esto sin borrar la sonrisa de su cara. Yo le dije, con la voz más humilde y dulce, que yo no entendía lo que me decía, por ende, no tenía sentido esta charla. Ahí fue cuando se desató.
     Y me enseñó que su vida era ese libro, porque allí el había escrito lo que nadie conoció de su alma. Allí fue donde dibujó la sonrisa cuando no podía expresarla. O fue ahí sino el lugar en donde anotó la dirección de las amistades que los pasos le dejaban en el camino. Fue ahí donde brindó con su familia todas las fiestas, cumpleaños y eventos. Fue en ese cuadrante en donde compró un perro, plantó un árbol, vendió una flor. Fue ahí donde se sintió querido como nunca nadie nos hizo sentir a nosotros. Fue ahí donde encendió sin fuego la fogata de su vida. El hombre sonreía mientras me contaba como había vendido su alma al diablo, pero que después, la recuperó con una jugosa oferta.
     También me mostró los secretos de su éxito sin dinero. Me mostró los dibujos, y los entendí. Lo ilegible era el mapa de sus pensamientos. Lo ilógico eran sus frases pero escritas al revés. "Si las escribo bien y las leen, pierdo la capacidad de crear" me dijo. Y también me mostró las fotos, y eran perfectas, eran reales. Solo que, para mirarlas, tenía que pensar en lo que me generar felicidad. Y no encontraba nada al principio, o, en realidad, no lo pensaba. Pero luego de oler tu perfume, todo me es más fácil.
     Él me contó que una vez estuvo enamorado, sintió amor. Sentía el cosquilleo, la sonrisa sin evento, los ojos perdidos, la mirada en la luna. Sentía ganas de abrazar a lo que se le cruzara por el camino. Sentía ganas de tomar café, de leer el diario, de despertar. Me dijo que esa mujer nunca lo amó, pero si que lo quería mucho. También me enseñó que nunca es bueno aventurarse en un terreno que no conocemos, porque podemos perdernos sin entender como nos encontramos. Y ahí recetó, con otras palabras, a Galeano, para decirme que "... es preciso perderse, para volver a encontrarse". Todo tenía sentido, y, tal cual dijo, él parecía entender más que yo. Me susurró al oído muchas cosas, como que un beso habla más que todo lo que planees y no hagas. Y me dijo que "nunca dejes que el tiempo patee lo que tus ganas dicen que hagas". Y me daba más cuenta que todo era cierto. Pero tuve que irme, ya que, mi vida no era depender de una charla en una plaza. Y así me fui, mientras caía el sol a lo lejos de mi punto físico. Lo saludé, como saludan las personas a los ídolos que nos da el mundo. Y me devolvió el saludo sin mirarme a los ojos; ahí es donde se perdió.


Después de un tiempo

Un hermoso texto escrito por Verónica Shofstall. Sin embargo, buscando encontré que el verdadero autor sería William Shakespeare, y que fué Borges quién lo tomó y modificó, por eso al buscarlo aparece como si fuese del escritor argentino. 

Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma;
Uno aprende que el amor no significa acostarse, que una compañía no significa seguridad y uno empieza a aprender…
que los besos no son contratos y los regalos no son promesas; y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos.

Y uno aprende a construir sus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para planes y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo, uno aprende que, si es demasiado, hasta el calor del sol quema.

Y aprende a decorar su propio jardín y decorar su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende…

Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano tendrás que volver a tu pasado.

Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estas a lado de esa persona solo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.

Con el tiempo también aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar, cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.

Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.

Con el tiempo aprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sea como esperabas.

Con el tiempo te das cuenta que en realidad, lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese único instante. Y aprendes que hay 3 momentos en la vida que uno no puede remediar: la oportunidad que dejaste pasar, la cita a la que no asististe, la ofensa que ya pronunciaste.

Con el tiempo también aprendes sobre el dinero y entonces, comprendes que puedes comprar una casa, pero no un hogar; puedes comprarte una cama, pero no hacerte dormir; puedes comprarte un reloj, pero no te dará tiempo; puedes comprarte un libro, pero no conocimiento o lo que necesitas aprender; puedes comprarte una posición, pero no sirve para tener respeto; puedes comprarte medicinas y pagar la consulta al médico, pero no te dará salud; puedes comprarte sangre, pero no vida; puedes comprarte sexo, pero no amor.

Con el tiempo aprendes que la vida es aquí y ahora, y que no importa cuántos planes tengas, el mañana no existe y el ayer tampoco.

Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, ya no tiene ningún sentido. Pero infortunadamente, todo esto lo aprendes solo con el tiempo.


jueves, 9 de enero de 2014

Diciembre, 2013.

     "Mueren en los sueños las ilusiones hechas en vida". Eso leí sobre el asiento que estaba a mi lado viajando en el subte. El año se estaba yendo para siempre y el calor me aniquilaba sin charla previa. Ya estaba tocando la puerta la nueva vida de la que todos hablan pasadas las 00 horas. La frase "el año se pasó volando" ya no me era familiar. Para mi, había sido eterno. Pero ahora saboreaba como hace mucho no hacía el sabor del triunfo. El placer del deber cumplido.
     La gente se arrimaba a la muerte para esperar el tren. Parece que les daba mayor tranquilidad verlo llegar y no sorprenderse con su presencia. Casi como la vida. La impaciencia. Nunca logré comprender la desesperación de las personas para ingresar a un tren o subte. Siempre los miré con desprecio, porque ellos mismos estaban despreciando su vida. Que extraño. Yo sin embargo, no me movía de mi zona de atalaya. El tren llegaba despacio, y al abrir las puertas, entré al placer del mundo con aire acondicionado. Que ironía el hecho de que encontremos la relajación en un espacio de estrés. Pero ahora me percaté de muchas tantas únicas primeras cosas, que nunca advertí, ciego de condenas, esclavo de pensamientos.
     La suciedad decoraba la realidad. Las caras largas, el olor a cansancio, y el hambre que ya me hacía ruido. Era menester un poco de desinterés. Un poco de sonrisas sin paga por adelantado. Y ahora, preso de mi embotellamiento amoroso, pensaba en amar sin la necesidad de amores baratos y gotas de aire. Soñaba con que el límite de la ignorancia fuese un reconocimiento. Ya habré desviado la atención del lector, pensé. O quizás, yo haya perdido el hilo. Todo es posible. 
     El subte continuaba avanzando, dando lástima. Nadie se mira, todos son víctimas de la electrónica, pocos lo son de la literatura. Es el mundo que hay, en el que un teléfono es el mejor amigo del hombre. Con o sin auriculares, contestando un mensaje, leyendo el diario, viendo twitter. Es asombroso como se hunden en un pequeño espacio de luz. Ya no hace falta hacerse el dormido para no ceder el asiento: esto es peor, porque demuestra adicción. Necesidad. Dependencia. Ya no hay amores de transporte, miradas antimorales, persecuciones por el hola. Nadie susurra una frase al olvido. Ahora queda todo resumido a la ignorancia. Al "el otro no existe". Yo estoy solo acá. Es un detalle de la vida ese: la ignorancia solo se ve interrumpida cuando el interés le gana por goleada. No alcanza con el 1 a 0. 

martes, 7 de enero de 2014

Mechita

                Ayer no estaba bien descansado. El sábado me había acostado tarde, y arrastraba cansancio del viernes. Sin embargo, al despertarme, me dieron ganas de levantarme. Bajé a desayunar, y a hojear un poco el diario. Viendo que el día no mostraba una variante de la rutina, dispuse a escuchar música y a intentar recuperar un poco el sueño. En ese momento, viendo el sol de frente, la vuelta al estudio que me tocaba el hombro, decidí romper el esquema. Subí, ducha rápida, mochila con un mapa, un papel con recordatorios, block de hojas y lapiceras. Tomé el auto, algo de dinero, y arranqué.
                El sol asesinaba a su paso, pero mis ganas eran más grandes. Aceleré hasta Acceso Oeste, casi corriendo, sin tener prisa. Subí a la autopista, y decidí disfrutar más el viaje, intentando acompañar al resto y no estar pendiente de pasarlos. Seguí avanzando por este camino, unos cuantos kilómetros, hasta que después de unos 35 o 40 minutos de viaje, encaré hacia la derecha para la salida que iba a la Ruta 5, mi destino. Tomé una curva, pasé por encima la autopista, bajé, llegamos con el contingente de autos a una loma de burro en la cual un hombre repartía papeles. “Parrilla libre, en la otra colectora” gritaba, y recordé el hambre que tenía, que el pedazo de pan con jamón y queso no había logrado saciar. Doblé a la derecha, llegamos a una rotonda, y decidí pasar por el puente viejo, el cual es tan viejo que si un camión viene en dirección contraria, no podes pasar al mismo tiempo. Allí me detuve unos segundos, para luego pasar. Bajamos del puente y de a poco los autos se empezaban a alejar. Vinieron unos kilómetros de lomos de burro, para luego si, encarar a la ruta, que en un principio es autovía, para luego ser mano y contramano. Allí tomó más placer el viaje. Los campos que aparecían, las casas aisladas, el viento que pegaba fuerte, el sol que no daba espacio. Había poco tránsito por suerte. La sonrisa se me esbozaba sola, era imposible no sentirme pleno.
                El auto avanzaba como si no existiese resistencia del viento. Un poco de Bob Dylan al principio, para luego ir variando. De a poco me acercaba a destino, pero me faltaba mucho aún. La ruta era perfecta para mis ganas de esta escapada. Los pueblos que aparecían, Luján, Mercedes, Suipacha, Chivilcoy. Mi destino final era antes de Bragado, Mechita. Un paraje ubicado a unos 15 kilómetros de  Alberti, y 10 kilómetros de Bragado, a 3 kilómetros de la ruta, desde la que se accede por un camino de doble mano en perfecto estado, con una arboleada que decora los campos verdes propios de la pampa húmeda. El camino es muy poco transitado, tan así que puedo sentarme 5 minutos sobre el asfalto a saborear la tranquilidad. Antes de ingresar, hay no uno sino 3 carteles artesanales que indican a donde se está accediendo. Seguí ruta adentro, pasé un cartel que decía “Cementerio”, pero no me animé a entrar, ya que el camino, de tierra y en mal estado, se perdía en una arboleada moribunda. Seguí hasta un lomo de burro, y un cartel de “Zona Urbana”, a partir del cual se empezaban a ver casas, de techos bajos, para que, como decía Borges, “los pueblos tienen casas bajas para que un hombre a caballo cobra importancia”. El pueblo era un pueblo fantasma. La calle seguía hasta la nada, y las casas no variaban. Un almacén que se caía, “acá hay ielo”, unos perros bajo un árbol bajo, y chicos en bicicleta ("dale tomi vamos al puente"). Motos, autos que contaba con la mano. Así a la distancia, vi lo que quería ver: las vías del ferrocarril. Mechita era una estación de la Ex Línea Sarmiento. Al llegar a las vías, sentí alivio al ver que de lado a lado, estaban con el pasto corto; algo por acá estaba pasando, y no hablaba del tiempo. Crucé el paso a nivel y encaré hacia la izquierda, pero luego de 2 km, no llegaba a nada, y decidí volver. Pasé por ese cruce, pero en vez de tomarlo, seguí de largo, y ahí encontré la imagen que quería llevarme; la estación de trenes. Paré el auto primero para tomar unas fotos del mismo sobre las vías, y luego me acerqué a la estación. Al llegar, apagué el motor y bajé. Miraba con miedo un edificio no muy alto, de ladrillo macizo bien cuidado, con un mástil sin bandera. Al costado una reja abierta, y una plazoleta, con restos de trenes que servían para juegos, calculo yo, de los niños que esperaban el ferrocarril. Pasé por el costado de la casa grande, y sin aviso previo salí al andén. Pequeño, simple, de película. Ahí parecía que el tiempo no había pasado, que estábamos en alguna década inferior a la del 50. Carteles de “Boletería”, “Sala de Espera”, “Encomiendas”, “Ferrobaires”. Dos bancos de madera color verde, uno perfecto, otro con algunas maderas en falta. Me senté a admirar la tranquilidad que no sentía hace muchos años. Ahí solo tenes al viento de compañía. Te sentás sobre el cemento que bordea la vía, y ni el calor que cae como hojas en otoño puede arruinarte el momento. Caminar por la vía, y encontrar manchas de grasa húmeda, me daba más esperanza. Ver carteles que decían “Mechita”, con la impronta de lo viejo, de lo antaño, me dibujó otra sonrisa. Ya tenía más sonrisas de todas las del año pasado. En eso vi que una pareja con un perro se me acercaron, para charlar sobre el lugar. Al darse cuenta que yo tampoco era de ahí, nos pusimos a charlar de trenes ("¿Esto seguirá funcionando che?). Y me dieron el dato de un lugar a unas cuadras en donde habían restos de trenes. Decidí ir, a lo cual ellos decidieron acompañarme, para aventurarse en ese mini cementerio de la realidad argentina.
                Al llegar al lugar, paramos los autos al lado de una comisaría que, parecía desierta. Nos metimos por un camino de tierra escondido, y llegamos a ver una locomotora “Fiat”, de la década del 50, en mal estado, pero que daba placer verla, no por el estado, sino por la nostalgia de lo pasado. Seguimos recorriendo, y encontramos un tren de principio de siglo con un vagón de madera, cerrado herméticamente. Otros 3 vagones Fiat, y restos de materiales. Parecía un taller abandonado. Pasamos el taller y doblamos a la derecha, viendo cadáveres de metal, y encontramos otro taller abierto, en el cual había más trenes, y parecía haber actividad. Vimos unas ruedas nuevas, restos de plásticos, grasa húmeda; alguien había acá. En eso aparecen perros y un hombre detrás, a los chiflidos, callando a los caninos. Se acercó y le explicamos de donde veníamos. El hombre nos empezó a contar que ahí se trabajaba. Y nosotros mostrábamos interés en esto, para lo cual él lo devolvió. Y empezó a mostrarnos el taller. Habló casi dos horas, pasando por Lanusse, Alfonsín, Menem, Jaime, Kirchner. Ninguno se salvó. Desde el año 83 que trabajaba para los ferrocarriles, y lo mismo su padre; vaya si conocía. En eso veo una locomotora Diésel, GT – 22 número 9076. El hombre veía que me interesaba, y me invitó a subir, mientras me explicaba porque habían pasado los accidentes en las líneas Sarmiento y el de San Miguel. Dentro de la locomotora, nos explicó todo, y nos dice “ahora la enciendo”, lo cual me generó risa relacionada a lo absurdo que sonaba eso. No porque la locomotora no andara, sino porque no esperaba que pasara. En eso veo que abre un panel, acciona una palanca, y empieza a sonar una chicharra muy fuerte. “Es el sistema eléctrico, ahora hay que encender el diésel”. Salí afuera con él, y me mostraba el motor, veo que acciona una palanca, y me dice “escucha”. Presiona la palanca afuera, se escucha como una turbina que empieza a girar, sale un chorro de humo terrible del centro de la locomotora. Realmente estaba encendida. Cuando me doy cuenta, la estaba moviendo, nos estaba llevando unos 150 metros. Una maravilla realmente, no pensaba cuando llegué allí que iba a poder disfrutar de estas cosas. Volvimos y la frenó, explicándonos el sistema de freno. “No es como todos dicen, y yo no defiendo a nadie, pero hay mucho error humano, consecuencia de la falta de control”. Para lo cual lo cerró diciendo “lo que nos pasa es consecuencia de lo que somos; interesados, egoístas, y corruptos. Todos, cada uno en un porcentaje menor y mayor”. Siguió mostrándonos y explicándonos negociados que no van al caso, pero que ayudan a entender porque hoy en día está todo como está. Luego de mostrarnos otra parte del taller y de contarnos anécdotas, lo abandonamos, sin antes agradecer en reiteradas veces. La pareja seguía ruta hacia otra localidad, por ende los saludé, casi como si los conociera de la vida.
                Me subí al auto, y salí despacio, despidiéndome del pueblo, ansioso de volver pronto. Al volver a salir a la ruta, me obligué a parar y sacar unas fotos, necesidad imperiosa de tener este momento en algún lugar más que la retina. Volví a la ruta, y emprendí la vuelta. Al pasar por Alberti, tuve la necesidad de entrar y visitar la estación, muy similar a la de Mechita, pero más linda, con más verde, más edificios. Este ya no era tanto un pueblo fantasma.

                La vuelta fue más de lo mismo, nostalgia, pero muchas conclusiones. Es muy feo ver como retrocedimos desde 1950. La desinversión, la falta de interés, los negociados. Los trenes creaban pueblos, y con su cierre, murieron muchos. Pero en algunos lugares queda gente apasionada, que intenta con lo que tiene mantener lo que nadie quiere mantener. Pero no me sorprendió. Me pareció un poco más de lo que conocemos como progreso, nosotros. Nosotros lo conocemos así. Pero el diccionario no dice lo mismo.