Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

domingo, 17 de mayo de 2015

Olympus.

     El auto parecía avanzar sin que existiese el tiempo. El sol, de cara a mi conciencia, me anunciaba el atardecer. Estaba fresco, quizás por la velocidad, quizás por mi desorientado sentido del abrigo. La radio había perdido la señal, la ruta era semidesierta. Las montañas a lo lejos, dando el cuadro pintoresco. La amargura del camino dejado, el costado de lo que cultivo, el ir y venir al destino incierto e insidioso, una sombra en mi cultura anegada. Manejaba sin prisa, disfrutando el moverme. El motor se peleaba con el viento para llegar a mis oídos. Me quedaba combustible, pero ya había tomado la decisión de, en caso de encontrar una estación, frenar.
     Luego de la curva que bordeaba una especie de lago artificial, vi un cartel. “5 km combustible”. Me relajé, la tensión del pensar en el remolque se alejó. La estación tenía un techo dos aguas, dos surtidores en línea, un auto viejo estacionado al costado y dos motos. La entrada y la salida no tenían marcas, era tierra mezclada con piedras. A los costados, el campo. A lo lejos, la noche, y el sol peleando con la luna que reclamaba su turno. Detuve el auto pegado al primer surtidor. Descendí y abrí la tapa del tanque, que susurró un “gracias” imaginario. Coloqué la manguera en la tapa, e inicié la carga. Mientras, decidí caminar por el lugar. No salía nadie. Dentro de la edificación, veía un mostrador, algunas mesas. Un hombre de sombrero tomando un café. Otros dos en la barra sin hablarse, mirando la madera. La mesera que iba y venía mintiéndose a sí mismo sobre la ausencia de trabajo que había. Sonaba blues. “King”, pensé. En eso, sale un muchacho, me saluda y se queda al lado del surtidor. Entonces, me acerqué al alambrado que separaba todo del campo, y me encendí un Chesterfield, el segundo del día.
     Era peculiar el color rosado que aparecía entre el celeste platinado que invadía mi cabeza, y el amarillento naranja rojizo que suavemente aterrizaba en el final. Era digno el momento, tanto manejar había valido la pena. Cada vez hacía más frío, la amplitud térmica de ésta zona era abismal. Sentía los pies fríos, el pantalón inútil, la remera como un decorado. Me puse un buzo negro con capucha, y seguí mirando. Justo aquí no había montañas, pero no había dudas que mis ojos apuntaban al oeste. Había dos copos de un árbol proximal al molino, y unas ramas de algunas plantas que crecían hasta cierta altura, como si la naturaleza les dijera “hasta ahí, que van a tapar al espectador”. Se veía el horizonte, el sol muriendo, con el amarillo fuego concentrado que quemaba todo intento de día. La nostalgia me tocó el hombro, recordé atardeceres de verano en el barrio de mi infancia, entrenamientos en el club de mi vida, días de lectura, noches de amor, y un montón de cervezas con amigos. El sol no se iba, tenía tiempo para seguir contando las estrellas imaginarias que habían caminado junto a mí. Busqué sin éxito alguna nube para distraer la vista. Solo por encima del sol había como un guiño, indefenso frente al cielo despejado. Siempre quería poder vivir en el campo, pero yo digo que el humano debe vivir en el desastre para conocer la relajación, al revés no sirve. Los grillos se presentaban, marcando tarjeta para entrar a trabajar. Quería buscarlos, quería sentarme con ellos para admirar más atardeceres del mañana. Estuve a punto de pedir un puesto de trabajo, pero sabía que el amor me conduciría lejos de ése lugar. Detrás, la tecnología, el auto, el ayer y el hoy. Adelante, la relajación, el vox populi, el Panteón de Roma y la Torre Eiffel, la felicidad. Me sentía en el clímax, pocas cosas podían relajar tanto como el silencio de la naturaleza y vos. Ni siquiera el pasar de los autos, que era escaso, opacaba éste encuentro. El molino estaba inmóvil, en un asta veía un pájaro que parecía admirar la misma belleza que mi lóbulo temporal transformaba en recuerdo. Me acordé de ella y de mí, del beso, del abrazo, del regreso, del mensaje diciendo “ansío verte”, de la respuesta diciendo “estoy en camino”. Me acordaba del silencio, me imaginaba sentado en una piedra mirando al norte, auscultando sin elementos los latidos de mi vida. Y entre tanto, me sinceré conmigo mismo, de que era momento de continuar.
     Escuché el sonido agudo del tanque lleno. El muchacho que sacaba la manguera, y se metía dentro del bar. El sol comenzaba a retirarse. Un pájaro que había visto todo desde el molino tomó vuelo por encima de la línea del horizonte. Fue allí cuando saqué mi cámara y tomé una foto. Aquí la adjunto.

Fotografía tomada con una Olympus 35 UC que había pertenecido a un viejo amigo.

viernes, 15 de mayo de 2015

La Sombra del Viento - Carlos Ruiz Zafón (Citas)


- Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos.

- Tal vez la atmósfera hechicera de aquel lugar había podido conmigo, pero tuve la seguridad de que aquel libro había estado allí esperándome durante años, probablemente desde antes de que yo naciese.
 
- "O sea, diez. No te pongas años de más, sabandijilla, que ya te los pondrá la vida."

- Quizá por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño.

- Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo.

- No tenía sueño, ni ganas de tentarlo.

- "Saber no sabe nadie, ni Freud, ni ellas mismas, pero esto es como la electricidad, no hace falta saber cómo funciona para picarse los dedos." (Fermín hablando de las mujeres)

- "Pues mire, que no le sepa mal, porque lo mejor de las mujeres es descubrirlas. Como la primera vez, nada de nada. Uno no sabe lo que es la vida hasta que desnuda por primera vez a una mujer. Botón a botón, como si pelase usted un boniato bien calentito en una noche de invierno." (Fermín)

- "... en ésta vida lo único que sienta cátedra es el prejuicio."

- "Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre."

- Pensé en lo mucho que deseaba refugiarme en aquella mirada huidiza que se temía transparente, vacía. Pensé en la soledad que iba a asaltarme aquella noche cuando me despidiese de ella, sin más trucos ni historias con que engañar su compañía. Pensé en lo poco que tenía que ofrecerle y en lo mucho que quería recibir de ella.

- El hombre más sabio que jamás conocí, Fermín Romero de Torres, me había explicado en una ocasión que no existía en la vida experiencia comparable a la de la primera vez en que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me había mentido, pero tampoco me había contado toda la verdad. Nada me había dicho de aquel extraño tembleque de manos que convertía cada botón, cada cremallera, en tarea de titanes. Nada me había dicho de aquel embrujo de piel pálida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecía arder en cada poro de la piel. Nada me conto de todo aquello porque sabía que el milagro solo sucedía una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huían para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella primera tarde en el caserón de la avenida del Tibidabo con Bea en que el rumo de la lluvia se llevó el mundo. Mil veces he querido regresar y perderme en un recuerdo del que apenas puedo rescatar una imagen robada al calor de las llamas. Bea, desnuda y reluciente de lluvia, tendida junto al fuego, abierta en una mirada que me ha perseguido desde entonces. Me incliné sobre ella y recorrí la piel de su vientre con la yema de los dedos. Bea dejó caer los párpados, los ojos y me sonrió, segura y fuerte. “Hazme lo que quieras”, susurró. Tenía diecisiete años y la vida en los labios.

- La muerte tiene éstas cosas, a todo el mundo le despierta la sensiblería. Frente a un ataúd, todos vemos sólo lo bueno o lo que queremos ver.
 
- “La espera es el óxido del alma.”

- “Hay peores cárceles que las palabras”

- "¿Qué tiene?" 
  “Le podría decir a usted que es el corazón, pero lo que lo mata es la soledad. Los recuerdos son peores que las balas.

- Julián escribió una vez que las casualidades son las cicatrices del destino.

- “… mientras se nos recuerda seguimos vivos. Como tantas veces me ocurrió con Julián, años antes de encontrarme con él, siento que te conozco y que si puedo confiar en alguien, es en ti. Recuérdame, Daniel, aunque sea en un rincón y a escondidas. No me dejes ir.” 



domingo, 3 de mayo de 2015

La tumba de la tristeza.


     Cuando era niño, me gustaba pasear por el pueblo, caminar las cuadras sin pensar en un destino fijo. Entre los caminos, siempre terminaba rozando el viejo cementerio. Había muchas historias alrededor de él. Fantasmas, personas vivas, personas que nunca conocieron la luz del día, desaparecidos, animales, famosos. Nunca nadie pudo confirmar la veracidad de ninguna, pero tampoco, negarla con énfasis. 
     Un domingo bien temprano, mi madre me mandó a comprar pan y facturas. Venían las abuelas, y había que recibirlas con honores. Me puse la campera, ya que estaba fresco, y encaré por la avenida principal, en camino directo a la panadería. No había noticias del sol. Al doblar por cuarta vez a la derecha, con otras dos veces a la izquierda en el medio, choqué con el cementerio. No sé porque esa mañana oscura me generó curiosidad. Decidí entrar. Entré.
     El cementerio era un lugar pequeño en sí, acorde a un pueblo de tan pocos habitantes. En el centro había un ángel de piedra, rodeado de un círculo de pasto verde cortado con la mano por los hijos de los que visitan a los que alguna vez les enseñaron la vida. Abajo del ángel, sobre la cerámica que lo sostenía, estaba escrito algo. "Aquí descansan aquellos que se han ido. Tenga a bien, respetar la voluntad del alma, en caso de no hacerlo, que su conciencia sea su castigo." Me agarró un escalofrío al leer esto, yo era de los que jugaba a la pelota contra el paredón sur del cementerio. Al recorrerlo, empecé a conocer gente. Gerardo, Matías, Señora Gilmore, Alberto Mastropiero, Francisco "El Loco" Tusseni. Cada uno, una lápida diferente, una parcela diferente. Algunos eran queridos, ya que las flores tenían color, y el nombre se veía de lejos. Y otros, fueron abandonados, sin flores, lápida sucia, el pasto crecido, sin amor. Entre éstos últimos, vi una lápida que me llamó la atención. Al acercarme, leí:
     "Aquí descansa la Tristeza". 
     No había fecha, ni mensaje de despedida. Nadie firmaba y, por lo visto, nadie visitaba. Me genero curiosidad. Me acerqué y vi que la lápida tenía una manija pequeña y redonda. Al tirar de la misma, salió un cajoncito. En él, un cuaderno, con una sola hoja, amarillenta, gastada. Lo leí, y conservo el recuerdo de lo que decía. 
"La tristeza es auténtica cuando se te dibuja sola la sonrisa invertida, se te hunde el pecho, se te hinchan los ojos y se te corta la voz. La tristeza no puede ser un sentimiento de presencia constante, no puede ser usada para generar algo, no puede tener objetivos. La verdadera tristeza es una expresión involuntaria, que sale directamente desde el alma, la cual está dolida. Entre las causas, hay muchas. Ninguna define que es más o que es menos triste, el análisis es subjetivo, la facilidad para desprender una lágrima depende exclusivamente de quien la genera. Pero cuando sentís un vacío atónito y ciego, cuando sentís una muralla que rodea toda intención de cambiar el ánimo. Cuando el hablar es inútil, el dormir es irracional, el pensar en otra cosa no existe. Ahí es cuando realmente estás triste." 

     Lo leí 3 veces, y las tres, medité. Pero no llegué a conclusiones. Se me hacía tarde para que las facturas estén secas, asique, me fui. Al salir del cementerio, caminé rápido, y en la esquina, una mujer me preguntó, porque lloraba.

                            El Genio del Sueño Eterno, Cementerio de Montparnasse, París

"Souvenir". Memoria