Cuando quise
acordarme, el tren estaba muy lejos. No quedaba nadie en la estación, más que
el guarda que, quitándose la gorra, iba en busca de su refugio. Hacía frío, de ese
tipo de frío que te congela los huesos. Y el viento daba miedo, soplaba desde
el sur trayendo un aguanieve que decoraba toda la vía. A lo lejos veía el tren,
que se iba metiendo en la ausencia de nitidez visual para mi ojo cansado. Me prendí
un cigarro y me dispuse a admirar el alrededor, buscando un sol que no estaba,
una alegría que tampoco. Quizás estaba en el último vagón.
Mechita
estaba callada. El tanque de agua decoraba el punto opuesto, Bragado era un
trámite. El viento soplaba más fuerte, ya mi campera no era resistencia para
tanta violencia. Escuché a la distancia un auto que cruzaba las vías gastadas
de tan poco trajín. Un pequeño perfume de la señora que limpia la estación me
llenó los ojos de recuerdos. Preferí irme, por lo cual, debía salir de la
estación. Pero su paz, consecuencia de la nada misma, me llenaba el alma.
Salí, y
caminé por el costado, rodeando un pequeño jardín. Caminé sobre el asfalto y
llegué a la calle, desierta, seca, callada, ansiosa. Pasó una bicicleta frente
a mis ojos, no se si alguien iba en ella o no, no me sorprende. Ni tampoco me
interesaba entender. El tercer cigarrillo se encendía sin haber consumido el
segundo, estaba fresco en medio de la desolación. Caminé en dirección a mi
casa, pensando que mi vida era una vuelta constante de ritmo, de baile,
silencios y un montón de palabras. El vecino menos cordial me estrechaba la
mano, pero dudo hasta de mis propias preguntas. No sé si a la noche me autoinsulto
de tan desconfiado que soy, aunque aún el día de hoy no entiendo porque me pasa
esto. Brindé con el paisaje, y encaré la calle. A la distancia, estaba la plaza
“Brigadier General López”, vaya a saber quien era ese. Me senté en un banco, y
saqué de mi interior el diario, que titulaba algo que no leí. Solo vi que había
un título. La estatua estaba cansada, la miraba y me daba pena el frío que
debía estar pasando. Ahí me acordé de Luli, y que se había ido, y que la
extrañaba, y que iría corriendo para llegar al tren. Empecé a correr, pero al
hacer 6 pasos, entendí lo irracional de mi razonamiento.
Ella se enojaba si le decía Lu, a
ella le gustaba Luli, “me gusta como suena la i al final, le da más sentido a
la ternura” me decía, mientras cebaba mate. Ese tren era el último sueño que
tuve de ella, hasta no se cuando. Quizás mañana volvía, aunque lo dudo; nunca
los trenes vuelven tan rápido. Si no es ahora, es ayer, es mañana. Ya la
extrañaba, pensé en tomarme un remis hasta el tren. Pero cuando me paré, me di
cuenta que no había remis que pudiese seguir un tren. Lo más lógico sería
llegar y pedirle a Matilda que dibuje un tren, encuadrarlo, ponerle perfume
(como el de la señora de la estación), y colgarlo en mi habitación. Aunque,
capaz para ese entonces, Lu ya podía haber vuelto. Ojalá nunca lea esto, se enojaría
si no dije Luli.
Tenía ganas de una coca con
hielo, o mejor, un té con galletitas. Pero en casa no había gente, por ende,
encaré para la pulpería, que quedaba en la segunda vuelta que diera con mis
pasos a la derecha. Entré, y me senté al final de todo, para que ningún vecino
me viera, y me reconociera, y se acordara de mis antepasados. El mozo vino
vestido de policía y me pidió que ordenara. Así lo hice, y así se fue. Mientras
contaba monedas y billetes, todos de número bajo, saqué el cuaderno y el lápiz
gastado, para dibujar una sonrisa. Al dibujarla, me acordé de Luli, que debía
estar llegando a Mercedes. El viento soplaba fuerte, y las paredes parecían no
sentir el empuje de la naturaleza. La recordaba a Luli, y sonreía, sin saber
porque, para lo cual, se acercó el mozo, que era vecino de mi tía, a traerme la
cerveza. Se fue y no saludó, “que mal educado” pensé, mientras apagaba el
cigarrillo, que nunca prendí. Entre las miles de ideas, escribí.
“Cuando me siento en el final del camino, entiendo que para poder aplaudir sin que exista un espectáculo, me alcanza con poder mirarte y comprender, que tu sonrisa cura todos los males, aleja todos los fantasmas, festeja todas las derrotas. Sos ante todo, lo único que en toda mi vida, me dio más de un motivo para no dejar de amarte. Sos, enfrente de mis jefes, la mejor excusa para la ausencia, el mejor logro para el festejo, el mejor libro para la sabiduría, la mejor noticia entre la tristeza. Y ahora que quiero agarrarte y no puedo, siento que en sí, todo depende de cuan lejos te vayas. Porque aprendí a conocer la distancia entre los ojos de tu cara, y los ojos que nos miran cuando nos amamos. Y podemos estar así por horas, porque ninguno hace el amor, solamente, matamos al tiempo, envueltos en los propios brazos de la esperanza y la belleza de hoy poder contar que mis mañanas son ideales para amar. No te vayas muy lejos Luli, no quiero esperarte. Me aburre contar las horas para tu vuelta, no me gusta tirar la piedra y que si no cae en los números, nadie me la pueda alcanzar. No me dejes de querer Luli, no quiero olvidarte. No te olvides de mi Luli, acá voy a estar”.
“Cuando me siento en el final del camino, entiendo que para poder aplaudir sin que exista un espectáculo, me alcanza con poder mirarte y comprender, que tu sonrisa cura todos los males, aleja todos los fantasmas, festeja todas las derrotas. Sos ante todo, lo único que en toda mi vida, me dio más de un motivo para no dejar de amarte. Sos, enfrente de mis jefes, la mejor excusa para la ausencia, el mejor logro para el festejo, el mejor libro para la sabiduría, la mejor noticia entre la tristeza. Y ahora que quiero agarrarte y no puedo, siento que en sí, todo depende de cuan lejos te vayas. Porque aprendí a conocer la distancia entre los ojos de tu cara, y los ojos que nos miran cuando nos amamos. Y podemos estar así por horas, porque ninguno hace el amor, solamente, matamos al tiempo, envueltos en los propios brazos de la esperanza y la belleza de hoy poder contar que mis mañanas son ideales para amar. No te vayas muy lejos Luli, no quiero esperarte. Me aburre contar las horas para tu vuelta, no me gusta tirar la piedra y que si no cae en los números, nadie me la pueda alcanzar. No me dejes de querer Luli, no quiero olvidarte. No te olvides de mi Luli, acá voy a estar”.
Luli debía estar leyendo esto, no
se desde donde. Terminé la torta, y salí del bar, envuelto en la camisa de lana
que me regaló la tía. Caminé y me enfrenté al pueblo entero que venía a
reprocharme algo que hasta hoy, no se bien que es. Digamos que no recuerdo lo
que estoy escribiendo, por decirlo de alguna manera. Solo se que el humano sin
amor, es tan frágil como el vidrio de una copa de vino, o la rama de una planta
naciente. Todos somos duros hasta que nos congelamos. El problema es con aquél que
nos congela.