Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Train Station number two.

     Un hombre se encuentra de pie frente al mar, saboreando el destino de su suerte, de su malicia, de su Marlboro Box a punto de morir en sus labios. Siente la brisa del viento que cosecha recuerdos en su memoria quemada por el amanecer súbito e intranscendente del ayer. Miente a su sombra sobre el sol, concurre de madrugada al callejón de la paranoia e invita a su inquilina soledad a beber con él, para festejar el mañana, de otro que no es él, ni ella.
     Otro hombre camina por la plaza central de Catalunya, teniendo conocimiento del horario, 6 de la tarde pleno julio, el verano come vivo tus pies. Se acerca al puesto de gaseosas y compra la bebida anaranjada de conocimiento público. Paga en efectivo, cash, sin vuelto. Agradece y se va con la otra mano en el bolsillo, palpando el teléfono que lo condena al trabajo, y el engaña ese momento de placer de no trabajar, porque recuerda números, reuniones, palabras. El estar atado al destino eterno de no poder ni siquiera ignorar lo que uno es cuando intenta desconectar.
     Un chico viaja en el subte desde Camden Town hasta Piccadilly Circus. Lee un libro sobre un desconocido que busca en una ciudad sin nombre a una mujer, atravesando las calles de noche, sin tener en cuenta que no se busca el amor. El subte frena en las estaciones y él no se da cuenta que el amor está allí, o quizás esté en sus manos, y nunca más sepa lo que significa querer a alguien. Hasta se anima a pensar que el ayer es una alfombra para esconder lo que no hacemos hoy.
     Aquel que no tenemos en nuestras manos se quiebra de conocimiento cuando lee el diario que le cuenta sobre la increíble coincidencia de cruzarse con aquella persona que no sabe hasta mañana que lo atrapará y no dejará escapar para no hacerlo más que feliz, más que sonreír, más que no dejar de estar bien hasta que un día, sin previo aviso, sin cartel de anuncio, desaparezca como apareció, para dejar en él un vacío que no será llenado ni por el aire mismo, y crear un recuerdo que lo hará recordar constantemente aquella persona que una vez en su austera vida, lo quiso un poco más de lo que él quiso a esa persona. Esa es la historia sin fin.




domingo, 8 de noviembre de 2015

Dos cartas en caminos opuestos.



     "Esa misma mañana, el pájaro silbó bajito. Miré de reojo el sol acosador que me invitaba a desayunar. Al lado abracé tu hombro, que era el más lindo de todos los hombros. Miré tu cuerpo, hundido en curvas sin miedo, de las que disfruto recorrer sin pensar en lo que viene, sin importar el precipicio. Miré tu pelo, que cae como una sábana de tela delicada y exótica, de las que uno consigue en la India, de esas que al tocarlas, la mano pide disculpas por ensuciar tal obra de arte. Recorro tu espalda, me detengo en tu cola, sigo por tus piernas, y miro tus pies, buscando lo imperfecto entre tanta perfección. Tu perfume, impregnado en mi vida desde ese lunes a la tarde que te conocí, me envuelve en manos invisibles que le pegan una cachetada al sol, prolongando la sobrecama de ésta mañana.

     "Al despertarme, dudé un poco si me había quedado dormida, pero el aroma a feriado me tranquilizó. Miré de reojo y te sentí en mi espalda, y me sentí protegida por el amor más fidedigno de todos. Ni quería salir de la cama, la luz tenue del desayuno sin tostadas me achinaba la visión. Pero me di vuelta y te vi dormir boca arriba, con tu mano debajo de mi cola, y tu otra mano sobre tu pecho, silbando suavemente sin roncar, inflando y desinflando ese lugar donde tantas veces me apoyé en busca de sentimientos encontrados, que los tenemos, desde hace mucho, cuando me sentaba en ese banquito esperando que pasaras y me dijeras lo que sea. Miré tu nariz, de perfil sin detalles, amada por muchas pero mía, toda mía, como tus labios, que brotan de tu boca casi sin aviso, pero están a la espera del beso del buen día atónito, súbito, incapaz de soñar.”

Éste texto cuenta la historia de dos personas perdidamente enamoradas, pero incapaces de estar juntos por cuestiones geopolíticas. Uno, el hombre, el primero, describe el amor por su mujer en cartas que ella contesta, casi al instante, de modo que al leer una, el otro ya escribió la otra, por lo cual, las cartas son respuestas tardías, pero elocuentes, siguen un progreso que no hace más que enamorarlos más. Las cartas suelen escribirse en cursiva, utilizando la imprenta solo para las fechas. No se subrayan nada, ya que no quieren hacer hincapié en nada. En cada letra recuerdan aún más a la otra persona. Lo triste de la novela, es que nunca se enteraran cuando murieron.

domingo, 18 de octubre de 2015

El lobo estepario

"Conseguir tanta ventura sensual y amorosa como si fuera humanamente posible con las dotes que le habían sido dadas, con su figura singular, sus colores, su cabello, su voz, su piel y su temperamento, hallar y producir en el amante respuesta, comprensión, y contrajuego animado y embriagador a todas sus facultades, a la flexibilidad de sus lineas, al delicadísimo modelado de su cuerpo, era lo que constituía su arte y su cometido."

Hermann Hesse

domingo, 11 de octubre de 2015

Diario de un Esquizofrénico: "Octaedro"

     Sonrió, y al instante recordó que cada sonrisa se paga en vida. Se acalambró el silencio de tanto callar. Un poco de café le ayudaría, gracias. El diario estaba a trasmano, las noticias te sacan ese pago extra. Vomitó sobre el recuerdo de lo que le pasó sin ignorancia, con plena conciencia de que su amor eterno estaba en algún lugar. Calmó su ansiedad con el tercer cigarrillo del mundo. Se creía reina en un castillo sin límites, fosa sin cocodrilos, puente de papel. Brindó con el aire para matar la ausencia, y pensó en ti cuando debería pensar en él. No quería entender, pero pidió un diccionario, el cual no había. Ahora la duda era gigante, o tal vez, era tan simple que el mismo enrosque le ponía piedras. Se miró al espejo, que le devolvió una pizarra para escribir todos los sueños que alguna vez vendió para comprar sonrisas de ceniza. Se quebró el aire, la ideología natal era una quimera acústica. A los botes diría el marinero. Le pesa la vida pero ella, pasa las hojas del libro como si fueran hojas de un árbol caído sobre el camino. Mira de reojo el pasado, que le susurra en la nuca lo que nunca hizo y nunca hará. Sabe bien que lo mejor es siempre hacer, de modo de evitar el arrepentimiento. Y ante la duda, asentir, para evitar citar a Gabo: “Contéstale que sí. Aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contestas que no.”
     Cuando camina, parece esquivar el viento, el aire le roza la clavícula sin sobornar ese pelo que cae como cuenta gotas sobre los hombros. Aprieta los puños, la psicología diría que el nerviosismo toma cartas en el asunto, pero simplemente quiere relajar los músculos, que, contradictoriamente, están tensos. Sigue caminando por las sombras de los fantasmas del mañana. Una vez más, se cree monarca, se cree aquí y allá la dueña del todo, pero solamente es dueña del mismo sentimiento de duda que tienen todos. Se sienta en el banco de la plaza y admira como la tranquilidad es el centro de todos los ojos. Pide un mate, volviendo al ayer, camino al mañana. Pásame un poco de yerba, quedó en el bolso. Octaedro, La ciudad y los perros, La invención de Morel. ¿Qué leemos primero, Horacio? Que irresponsabilidad no saber qué hacer. Permítame señorita, el agua está demasiado caliente. Un sombrero no vendría nada mal. Guardare indietro. Me refiero al mismo teclado de piano de cola cuando digo que un abrazo es falso cuando no se cierran los ojos. Siéntese aquí y escuche la música.
     Se acercó al mostrador del bar, y se pidió un whisky doble sin hielo. Al lado había un libro sin dueño, del cual tomó una cita “Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria”. Cuando iba a incursionarse en la lectura, llegó la bebida. Casi de un saque introdujo el elixir en su organismo. Miraba el horizonte que se proclamaba a través de la ventana del bar que daba al mar, decorado al fondo con un barco blanco sin vela, y algo de arena. Decidió salir y aspirar el día nublado, frío, sombrío, apagado. El viento soplaba del sur, la gente se movía vestida de vestimentas largas. El viento le fumaba hasta la colilla. Se sacó los zapatos y se arremangó el pantalón para ingresar a la playa. Iba esquivando las piedras traicioneras que se ponen entre la arena escondidas. A medida que saboreaba la sal con mayor ímpetu, recordó su vida y entendió que para vivir a veces es necesario haber vivido mucho y de muchas formas. Entendió que un aplauso de pie no vale mucho más que la palmada en el hombro. Y dejó de pensar, porque llegó al agua, que estaba fría. “Nunca viví tanto”, meditó. El problema es saber medir ese tanto.




sábado, 12 de septiembre de 2015

Línea 28

     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. La cara se distorsiona, la sonrisa vuelve con frecuencia, los ojos se fijan inconscientemente en la boca, en la nariz, en los cachetes. El hombre atiende las necesidades menos evidentes de la mujer. El ayer es una paradoja, para él es todo hoy y mañana.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. El ir y venir de la charla sigue un ritmo atípico, el susurro no se presente. Las palabras se mezclan con muestras absurdas e inevitables de amor, de ese amor que te esconde del odio, del amor sin estación ni día. Del no mirar atrás.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Lo vi en un colectivo, no podía más de deseo, no podía más de sonrisas. El paisaje no existía, todo lo que miraba era carne y hueso femenino, esa mezcla de dulzura y pelo, de perfume y sabor a caricias de mañana sin sol y nubes.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Si uno le habla, no mira para responder, no le interesa el entorno ausente en ese instante de clímax, no camina ni se para, solo es para ella. Y ella está ahí, sabiendo su poder, maneja con hilos ese títere que de a poco se acomoda a su lado, sin levantar sospecha, propio de un arte el cosquilleo imposible de confundir.
     Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Ella mira a la puerta del medio, recostada contra la ventana, dando un papel de desinterés falso como ese beso amistoso de cachete izquierdo al bajarse juntos, ambos sabiendo que es cuestión de tiempo que la pelotita de la ruleta caiga en el lugar indicado. Y ahí se enamoran.

domingo, 6 de septiembre de 2015

GGM - El amor en los tiempos del cólera.

·         Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.
·         No le había sido fácil recobrar ese domino desde que oyó el grito de Digna Pardo en el patio, y encontró al anciano de su vida agonizando en el lodazal. Su primera reacción fue de esperanza porque tenía los ojos abiertos y un brillo de luz radiante que no le había visto nunca en las pupilas. Le rogó a Dios que le concediera al menos un instante para que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar la vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pasado. Pero tuvo que rendirse ante la intransigencia de la muerte. Su dolor se descompuso en una cólera ciega contra el mundo, y aun contra ella misma, y eso le infundió el dominio y el valor para enfrentarse sola a su soledad. Desde entonces no tuvo una tregua, pero se cuidó de cualquier gesto que pareciera un alarde de su dolor. El único momento de un cierto patetismo, por lo demás involuntario, fue a las once de la noche del domingo, cuando llevaron el ataúd episcopal todavía oloroso a sapolín de barco, con manijas de cobre y forros de seda acolchonada. El doctor Urbino Daza ordenó cerrarlo de inmediato, pues la casa estaba enrarecida por el vapor de tantas flores en el calor insoportable, y él creía haber percibido las primeras sombras moradas en el cuello de su padre. Una voz distraída se oyó en el silencio: “A esa edad ya uno está medio podrido en vida”. Antes que cerraran el ataúd, Fermina Daza se quitó el anillo matrimonial y se lo puso al marido muerto, y luego le cubrió la mano con la suya como siempre lo hizo cuando lo sorprendía divagando en público. –Nos veremos muy pronto- le dijo.
·         … y estaba convencido en la soledad de su alma de haber amado en silencio mucho más que nadie jamás en este mundo.
·         Contéstale que sí – le dijo-. Aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contesta que no.
·         Le parecía tan bella, tan seductora, tan distinta de la gente común, que no entendía porque nadie se trastornaba como él con las castañuelas de sus tacones en los adoquines de la calle, ni se le desordenaba el corazón con el aire de los suspiros de sus volantes, ni se volvía loco de amor todo el mundo con los vientos de su trenza, el vuelo de sus manos, el oro de su risa.
·         Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.
·         Cuando Hildebranda murió, casi centenaria en su hacienda de Flores de María, encontraron su copia bajo llave en el armario del dormitorio, escondida entre los pliegues de las sábanas perfumadas, junto con el fósil de un pensamiento en una carta borrada por los años.
·         Florentino Ariza permanecía en vela la mayor parte de la noche, creyendo oír la voz de Fermina Daza en la brisa fresca del río, pastoreando la soledad con su recuerdo, oyéndola cantar en la respiración del buque que avanzaba con pasos de animal grande en las tinieblas, hasta que aparecían las primeras franjas rosadas en el horizonte y el nuevo día reventaba de pronto sobre pastizales desiertos y ciénagas de brumas. El viaje le parecía entonces una prueba más de la sabiduría de su madre, y se sintió con ánimos para sobrevivir al olvido.
·         Esta certidumbre halagadora aumentó la ansiedad de Florentino Ariza, que en la cúspide del gozo había sentido una revelación que no podía creer, que inclusive se negaba a admitir, y era que el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser sustituido por una pasión terrenal.
·         Le había enseñado que nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor.
·         Los idiomas hay que saberlos cuando uno va a vender algo –decía con risas de burla-. Pero cuando uno va a comprar, todo el mundo le entiende como sea.
·         Lo único que me duele de morir es que no sea de amor.
·         Sin embargo, Florentino Ariza descubrió ese parecido muchos años después, mientras se peinaba frente al espejo, y sólo entonces había comprendido que un hombre sabe cuando empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre.
·         Pero después ya no pudo decir si su costumbre de fornicar sin esperanzas era una necesidad de la conciencia o un simple vicio del cuerpo.
·         La torre del faro fue siempre un refugio afortunado que él evocaba con nostalgia cuando ya tenía todo resuelto en los albores dela vejez, porque era un sitio bueno para ser feliz, sobre todo de noche, y pensaba que algo de sus amores de aquella época les llegaba a los navegantes en cada vuelta de los destellos. De modo que siguió yendo allí, más que a cualquier otra parte, mientras su amigo el farero lo recibió encantado, con una cara de bobo que era la mejor prenda de discreción para las pajaritas asustadas. Había una casa abajo, junto al estruendo de las olas desbaratándose contra los cantiles, donde el amor era más intenso porque tenía algo de naufragio. Pero Florentino Ariza prefería la torre de la luz después de la prima noche, porque se divisaba la ciudad entera y el reguero de luces de los pescadores del mar, y aun de las ciénagas distantes.
·         … fue una mirada material que lo tocó como si fuera un dedo.
·         Pero no pudo reaccionar como hubiera querido, porque el corazón le hizo entonces una de esas trastadas de putas que sólo se le ocurren al corazón: le reveló que él y aquel hombre que había tenido siempre como el enemigo personal, eran víctimas de un mismo destino y compartían el azar de una pasión común: dos animales de yunta uncidos al mismo yugo. Por primera vez en los veintisiete años interminables que llevaba esperando, Florentino Ariza no pudo resistir la punzada de dolor de que aquel hombre admirable tuviera que morirse para que él fuera feliz.
·         Al menos pudo vivir sin ver a Fermina Daza, a diferencia de antes, cuando interrumpía a cualquier hora lo que estuviera haciendo para buscarla por los rumbos inciertos de sus presagios, en las calles menos pensadas, en sitios irreales donde era imposible que estuviera, vagando sin sentido con unas ansiadas del pecho que no le daban tregua mientras no la veía siquiera un instante.
·         Vendió de cualquier modo la casa de su padre porque no podía soportar el dolor de la adolescencia, la visión del parquecito desolado desde el balcón, la fragancia sibilina de las gardenias en las noches de calor, el susto del retrato de dama antigua la tarde de febrero en que se decidió su destino, y hacia dondequiera que se revolvía su memoria de aquellos tiempos tropezaba con el recuerdo de Florentino Ariza. Sin embargo, siempre tuvo bastante serenidad para darse cuenta de que no eran recuerdos de amor, ni de arrepentimientos, sino la imagen de un sinsabor que le dejaba un rastro de lágrimas. Sin saberlo, estaba amenazada por la misma trampa de compasión que había perdido a tantas víctimas desprevenidas de Florentino Ariza.
·         Pues aún a veinte brazas debajo de la tierra habría reconocido de inmediato aquella voz de metales sordos que llevaba en el alma desde la tarde en que le oyó decir en el reguero de hojas amarillas de un parque solitario: “Ahora váyase, y no vuelva hasta que yo le avise”.
·         Se deleitaba con los hálitos del perfume de almendras que le llegaba de regreso de su intimidad, ansioso de saber cómo pensaba ella que debían enamorarse las mujeres del cine para que sus amores dolieran menos que los de la vida.
·         De modo que era razonable pensar que la mujer más amada sobre la tierra, a la que había esperado desde un siglo hasta el otro sin un suspiro de desencanto, apenas tendría tiempo de tomarlo del brazo a través de una calle de túmulos lunares y canteros de amapolas desordenadas por el viento, para ayudarlo a llegar sano y salvo a la otra acera de la muerte.

·         -Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La dorada.-Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz iluminada por la gracia del Espíritu Santo y miró al capitán: él era el destino. Pero el capitán no la vio porque estaba anonadado por el tremendo poder de inspiración de Florentino Ariza. -¿Lo dice en serio?- le preguntó. –Desde que nací – dijo Florentino Ariza-, no he dicho una sola cosa que no sea en serio. El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. -¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?- le preguntó. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. – Toda la vida- dijo.



domingo, 23 de agosto de 2015

Cuenta la leyenda

     Cuenta la leyenda que los  amores prohibidos son aventuras desleales que inundan el corazón de adrenalina pero castigan a la mente aun en la inconsciencia matutina. Cuenta la leyenda que al abrir los ojos, lo primero que vemos es lo que nos gustaría ver y no lo que realmente estamos viendo.
     Cuenta la leyenda que las mentiras son  pequeños esquives a la realidad, para evitar enfrentar momentos tensos que te den esas arrugas que con el tiempo terminan de matar  la poca autoestima que sobrevivió entre la maleza. Cuenta la leyenda, que los besos son indicio de amor cuando al darlo sentís que no existe nada más que dos.
     Cuenta la leyenda que un libro se puede leer de tantas maneras como quieras, que las reglas para la vida las pone uno, que los amigos son pilares para que no muera el bienestar, y que las flores de color amarillo sirven para acordarse del sol cuando está nublado.

domingo, 26 de julio de 2015

Probabilidades

                Es probable que viva y muera solo, como lo firmó el destino hace muchos años. Es probable que me vaya sin despedida, nadie a mi lado para el último adiós. Es probable que el mar me atrape sin vueltas, el amor se disolverá como mis ideas en la boca. Es probable que al morir, nadie reclame una herencia, no existe ser al que yo le quiera dejar una mínima fortuna, ni ninguno que desee recibir algo de mis brazos. Mi camino es directo al portón que esconde verdades inusitadas sobre el violento abrazo de la adversidad y el egoísmo implícito en ese saludo a distancia, en el ayer. Es probable que si me siento a esperar, la calle se desdibuje, y me caiga en un precipicio imaginario para todos y real para mí, tan real como mi imaginación agobiada de susurros violentos y besos desalmados. Es probable que las lágrimas artificiales cobren vida y me desgane en llantos atónitos, mientras el mirador de vidrieras me fulmina en curiosidad. Es probable que nunca ame ni sea amado, que nadie me desee, que para nadie sea interesante convivir conmigo, que ninguna se anime a que la ame. Es probable que viva escribiendo  escuchando música para tapiar las ventanas que no dejan entrar el sol, y mi mundo se transforme en una tristeza andante, como yo. Es probable que falle siempre y que no consiga nada que se asemeje a una compañera. Es probable que la probabilidad de reclamar un sueño sea proporcional a vivirlo, el sentimiento es mutuo en el ideal del positivo, del boomerang de lana y metal. Lo lindo de la probabilidad, es que es simplemente un porcentaje. Nada de precisos a la hora de vivir.

domingo, 17 de mayo de 2015

Olympus.

     El auto parecía avanzar sin que existiese el tiempo. El sol, de cara a mi conciencia, me anunciaba el atardecer. Estaba fresco, quizás por la velocidad, quizás por mi desorientado sentido del abrigo. La radio había perdido la señal, la ruta era semidesierta. Las montañas a lo lejos, dando el cuadro pintoresco. La amargura del camino dejado, el costado de lo que cultivo, el ir y venir al destino incierto e insidioso, una sombra en mi cultura anegada. Manejaba sin prisa, disfrutando el moverme. El motor se peleaba con el viento para llegar a mis oídos. Me quedaba combustible, pero ya había tomado la decisión de, en caso de encontrar una estación, frenar.
     Luego de la curva que bordeaba una especie de lago artificial, vi un cartel. “5 km combustible”. Me relajé, la tensión del pensar en el remolque se alejó. La estación tenía un techo dos aguas, dos surtidores en línea, un auto viejo estacionado al costado y dos motos. La entrada y la salida no tenían marcas, era tierra mezclada con piedras. A los costados, el campo. A lo lejos, la noche, y el sol peleando con la luna que reclamaba su turno. Detuve el auto pegado al primer surtidor. Descendí y abrí la tapa del tanque, que susurró un “gracias” imaginario. Coloqué la manguera en la tapa, e inicié la carga. Mientras, decidí caminar por el lugar. No salía nadie. Dentro de la edificación, veía un mostrador, algunas mesas. Un hombre de sombrero tomando un café. Otros dos en la barra sin hablarse, mirando la madera. La mesera que iba y venía mintiéndose a sí mismo sobre la ausencia de trabajo que había. Sonaba blues. “King”, pensé. En eso, sale un muchacho, me saluda y se queda al lado del surtidor. Entonces, me acerqué al alambrado que separaba todo del campo, y me encendí un Chesterfield, el segundo del día.
     Era peculiar el color rosado que aparecía entre el celeste platinado que invadía mi cabeza, y el amarillento naranja rojizo que suavemente aterrizaba en el final. Era digno el momento, tanto manejar había valido la pena. Cada vez hacía más frío, la amplitud térmica de ésta zona era abismal. Sentía los pies fríos, el pantalón inútil, la remera como un decorado. Me puse un buzo negro con capucha, y seguí mirando. Justo aquí no había montañas, pero no había dudas que mis ojos apuntaban al oeste. Había dos copos de un árbol proximal al molino, y unas ramas de algunas plantas que crecían hasta cierta altura, como si la naturaleza les dijera “hasta ahí, que van a tapar al espectador”. Se veía el horizonte, el sol muriendo, con el amarillo fuego concentrado que quemaba todo intento de día. La nostalgia me tocó el hombro, recordé atardeceres de verano en el barrio de mi infancia, entrenamientos en el club de mi vida, días de lectura, noches de amor, y un montón de cervezas con amigos. El sol no se iba, tenía tiempo para seguir contando las estrellas imaginarias que habían caminado junto a mí. Busqué sin éxito alguna nube para distraer la vista. Solo por encima del sol había como un guiño, indefenso frente al cielo despejado. Siempre quería poder vivir en el campo, pero yo digo que el humano debe vivir en el desastre para conocer la relajación, al revés no sirve. Los grillos se presentaban, marcando tarjeta para entrar a trabajar. Quería buscarlos, quería sentarme con ellos para admirar más atardeceres del mañana. Estuve a punto de pedir un puesto de trabajo, pero sabía que el amor me conduciría lejos de ése lugar. Detrás, la tecnología, el auto, el ayer y el hoy. Adelante, la relajación, el vox populi, el Panteón de Roma y la Torre Eiffel, la felicidad. Me sentía en el clímax, pocas cosas podían relajar tanto como el silencio de la naturaleza y vos. Ni siquiera el pasar de los autos, que era escaso, opacaba éste encuentro. El molino estaba inmóvil, en un asta veía un pájaro que parecía admirar la misma belleza que mi lóbulo temporal transformaba en recuerdo. Me acordé de ella y de mí, del beso, del abrazo, del regreso, del mensaje diciendo “ansío verte”, de la respuesta diciendo “estoy en camino”. Me acordaba del silencio, me imaginaba sentado en una piedra mirando al norte, auscultando sin elementos los latidos de mi vida. Y entre tanto, me sinceré conmigo mismo, de que era momento de continuar.
     Escuché el sonido agudo del tanque lleno. El muchacho que sacaba la manguera, y se metía dentro del bar. El sol comenzaba a retirarse. Un pájaro que había visto todo desde el molino tomó vuelo por encima de la línea del horizonte. Fue allí cuando saqué mi cámara y tomé una foto. Aquí la adjunto.

Fotografía tomada con una Olympus 35 UC que había pertenecido a un viejo amigo.

viernes, 15 de mayo de 2015

La Sombra del Viento - Carlos Ruiz Zafón (Citas)


- Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos.

- Tal vez la atmósfera hechicera de aquel lugar había podido conmigo, pero tuve la seguridad de que aquel libro había estado allí esperándome durante años, probablemente desde antes de que yo naciese.
 
- "O sea, diez. No te pongas años de más, sabandijilla, que ya te los pondrá la vida."

- Quizá por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño.

- Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo.

- No tenía sueño, ni ganas de tentarlo.

- "Saber no sabe nadie, ni Freud, ni ellas mismas, pero esto es como la electricidad, no hace falta saber cómo funciona para picarse los dedos." (Fermín hablando de las mujeres)

- "Pues mire, que no le sepa mal, porque lo mejor de las mujeres es descubrirlas. Como la primera vez, nada de nada. Uno no sabe lo que es la vida hasta que desnuda por primera vez a una mujer. Botón a botón, como si pelase usted un boniato bien calentito en una noche de invierno." (Fermín)

- "... en ésta vida lo único que sienta cátedra es el prejuicio."

- "Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre."

- Pensé en lo mucho que deseaba refugiarme en aquella mirada huidiza que se temía transparente, vacía. Pensé en la soledad que iba a asaltarme aquella noche cuando me despidiese de ella, sin más trucos ni historias con que engañar su compañía. Pensé en lo poco que tenía que ofrecerle y en lo mucho que quería recibir de ella.

- El hombre más sabio que jamás conocí, Fermín Romero de Torres, me había explicado en una ocasión que no existía en la vida experiencia comparable a la de la primera vez en que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me había mentido, pero tampoco me había contado toda la verdad. Nada me había dicho de aquel extraño tembleque de manos que convertía cada botón, cada cremallera, en tarea de titanes. Nada me había dicho de aquel embrujo de piel pálida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecía arder en cada poro de la piel. Nada me conto de todo aquello porque sabía que el milagro solo sucedía una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huían para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella primera tarde en el caserón de la avenida del Tibidabo con Bea en que el rumo de la lluvia se llevó el mundo. Mil veces he querido regresar y perderme en un recuerdo del que apenas puedo rescatar una imagen robada al calor de las llamas. Bea, desnuda y reluciente de lluvia, tendida junto al fuego, abierta en una mirada que me ha perseguido desde entonces. Me incliné sobre ella y recorrí la piel de su vientre con la yema de los dedos. Bea dejó caer los párpados, los ojos y me sonrió, segura y fuerte. “Hazme lo que quieras”, susurró. Tenía diecisiete años y la vida en los labios.

- La muerte tiene éstas cosas, a todo el mundo le despierta la sensiblería. Frente a un ataúd, todos vemos sólo lo bueno o lo que queremos ver.
 
- “La espera es el óxido del alma.”

- “Hay peores cárceles que las palabras”

- "¿Qué tiene?" 
  “Le podría decir a usted que es el corazón, pero lo que lo mata es la soledad. Los recuerdos son peores que las balas.

- Julián escribió una vez que las casualidades son las cicatrices del destino.

- “… mientras se nos recuerda seguimos vivos. Como tantas veces me ocurrió con Julián, años antes de encontrarme con él, siento que te conozco y que si puedo confiar en alguien, es en ti. Recuérdame, Daniel, aunque sea en un rincón y a escondidas. No me dejes ir.” 



domingo, 3 de mayo de 2015

La tumba de la tristeza.


     Cuando era niño, me gustaba pasear por el pueblo, caminar las cuadras sin pensar en un destino fijo. Entre los caminos, siempre terminaba rozando el viejo cementerio. Había muchas historias alrededor de él. Fantasmas, personas vivas, personas que nunca conocieron la luz del día, desaparecidos, animales, famosos. Nunca nadie pudo confirmar la veracidad de ninguna, pero tampoco, negarla con énfasis. 
     Un domingo bien temprano, mi madre me mandó a comprar pan y facturas. Venían las abuelas, y había que recibirlas con honores. Me puse la campera, ya que estaba fresco, y encaré por la avenida principal, en camino directo a la panadería. No había noticias del sol. Al doblar por cuarta vez a la derecha, con otras dos veces a la izquierda en el medio, choqué con el cementerio. No sé porque esa mañana oscura me generó curiosidad. Decidí entrar. Entré.
     El cementerio era un lugar pequeño en sí, acorde a un pueblo de tan pocos habitantes. En el centro había un ángel de piedra, rodeado de un círculo de pasto verde cortado con la mano por los hijos de los que visitan a los que alguna vez les enseñaron la vida. Abajo del ángel, sobre la cerámica que lo sostenía, estaba escrito algo. "Aquí descansan aquellos que se han ido. Tenga a bien, respetar la voluntad del alma, en caso de no hacerlo, que su conciencia sea su castigo." Me agarró un escalofrío al leer esto, yo era de los que jugaba a la pelota contra el paredón sur del cementerio. Al recorrerlo, empecé a conocer gente. Gerardo, Matías, Señora Gilmore, Alberto Mastropiero, Francisco "El Loco" Tusseni. Cada uno, una lápida diferente, una parcela diferente. Algunos eran queridos, ya que las flores tenían color, y el nombre se veía de lejos. Y otros, fueron abandonados, sin flores, lápida sucia, el pasto crecido, sin amor. Entre éstos últimos, vi una lápida que me llamó la atención. Al acercarme, leí:
     "Aquí descansa la Tristeza". 
     No había fecha, ni mensaje de despedida. Nadie firmaba y, por lo visto, nadie visitaba. Me genero curiosidad. Me acerqué y vi que la lápida tenía una manija pequeña y redonda. Al tirar de la misma, salió un cajoncito. En él, un cuaderno, con una sola hoja, amarillenta, gastada. Lo leí, y conservo el recuerdo de lo que decía. 
"La tristeza es auténtica cuando se te dibuja sola la sonrisa invertida, se te hunde el pecho, se te hinchan los ojos y se te corta la voz. La tristeza no puede ser un sentimiento de presencia constante, no puede ser usada para generar algo, no puede tener objetivos. La verdadera tristeza es una expresión involuntaria, que sale directamente desde el alma, la cual está dolida. Entre las causas, hay muchas. Ninguna define que es más o que es menos triste, el análisis es subjetivo, la facilidad para desprender una lágrima depende exclusivamente de quien la genera. Pero cuando sentís un vacío atónito y ciego, cuando sentís una muralla que rodea toda intención de cambiar el ánimo. Cuando el hablar es inútil, el dormir es irracional, el pensar en otra cosa no existe. Ahí es cuando realmente estás triste." 

     Lo leí 3 veces, y las tres, medité. Pero no llegué a conclusiones. Se me hacía tarde para que las facturas estén secas, asique, me fui. Al salir del cementerio, caminé rápido, y en la esquina, una mujer me preguntó, porque lloraba.

                            El Genio del Sueño Eterno, Cementerio de Montparnasse, París

"Souvenir". Memoria