Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

lunes, 22 de diciembre de 2014

Diario de un Esquizofrénico: "Ocho con noventa"

     Miraba por encima de la pared al lejano camino que se bifurcaba sin previo aviso, sin notoria coincidencia con el destino. Se asomaba cada tanto, a la ventana que daba al parque San Martín, en la parte más externa del interior de su pequeño pueblo. Él se animaba a contar estrellas, a mirar al sol sin pestañear, a escribir la pared sin tener que borrarla. Y entre tantas cosas, tomaba un vaso de agua, cantaba en inglés, acariciaba un perro viejo y se fumaba el tercer cigarrillo del año. Era verano, terminaba la vida. Miró de nuevo la hora en el reloj de madera colgado en la pared, y se dio cuenta que era temprano para tarde, era hora para un beso. Salió de la habitación, atravesó la cocina, entró al vestíbulo. Esquivó un beso, agarró un abrazo, escuchó un consejo y desestimó una campera acompañada de un “está fresco”, que rebotó con un “hay sol”, opacando cualquier otro anuncio meteorológico. Era único. Era especial. Caminaba sin pensar todo lo que pensaba, era el mejor de todos. Y era, como se sabe, el dueño de su propia sonrisa.
     Pero él era ignorante de la realidad. El colectivo no paraba, no era necesario sentarse pensó, si el tren en algún momento iba a aterrizar. Esos pensamientos, la confusión a flor de piel, el estado post ictal a nada, a un poquito quizás de coñac. Pero hoy no es domingo pensó. Ayer no fue lunes. ¿Qué pasa? Dudaba de todo, menos de él. Guardó las monedas sobrantes, se encendió el sexto cigarrillo del día, y buscó el diario en la mesa del bar, sin entender porque el mozo le seguía diciendo “ocho con noventa”. Para callarlo, le dio diez, para recibir el “gracias” amable que todos esbozamos cuando se cumple nuestro pedido. Nunca antes, claro está. Salió del bar, y se cruzó de vereda a las siguientes dos cuadras, para volver de nuevo sobre sí mismo, y entender, que lo que le había pasado, era como siempre, causa y consecuencia de haber sido considerado un loco por la sociedad, por sus mentiras, sus acciones, sus vaivenes, su big bang ideológico y conspiratorio, sobre el cual, ahora, sin meditar, estaba sentado. Pensó mucho.
     Y entre tanto, pensó en que todo lo que quiso, estaba ahí, en la punta de su mano. Una casa, una familia, un trabajo, una idea, un abrazo, algunos besos, abrigos, un tren, un avión, un colectivo. En realidad, el avión no estaba ahí, estaba allá, cuando me despierto. Pero siempre sentía que le faltaba el amor. Le faltaba la sospecha, el desengaño, la autoestima baja, el indiferente autónomo de amores baratos y ciegos, de Saramago, Borges, Bioy Casares y Galeano, de un pedazo de ayer que se transforma en hoy. Se quebró, emocionalmente, al verse en el espejo, de camisa y pantalón de vestir, zapatos, listo para enfrentar lo que no sabía. Vibró su suerte, cambió de sentimientos. Aquí y allá, el abrazo al megáfono, al quizás mejor pago de la vida. Se burló de todos. “Acá me voy a morir sin sentir amor” pensó, dando vueltas en la cama. “Que ganas de volver a la vida”, volvió a meditar. Y se cerraba en esa idea, de no haber sentido amor. De que desconocía lo que era aferrarse a alguien, y que ese alguien te entregara sus más íntimos secretos. No conocía la bondad sincera, el beso comprado ni la sonrisa envuelta en verdades, en abrazos eternos que no hacen más que querer plasmar sobre la pared la imagen, ni un poco ni mucho, simplemente, un poco de amor. No conocía el camino de ida, la propuesta amorosa, el desayuno compartido, el baño en espera. No conocía la mano con la mano, la presentación sonriente, el estar alegre sin motivo, el cosquilleo matutino. Y el nocturno. Y todo eso que él no conocía, que él ignoraba completamente, producto quizás de como se había movido, o de las elecciones que hizo siempre, priorizando nada por mucho. Entonces, se quedó allí pensando, sacando conclusiones. Anotando. Como siempre. “Eso debe salir más de ocho con noventa”, pensó. "Y el gracias seguramente lo termine diciendo yo".

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