Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

lunes, 17 de noviembre de 2014

Bar céntrico en un otoño primaveral.

    Un hombre pide un café en un bar en el centro de la ciudad. De camisa, pantalón negro, zapatos. Fuma con la ventana abierta, pegado al sol. Hojea una agenda con más años que él mismo. Muerde la parte alargada y estética del anteojo que se apoya en la oreja derecha de la persona. Da una pitada. Se acerca el mozo y le deja el café. El hombre tarda unos segundos en advertir el movimiento del transitorio peón. Otra pitada, azúcar en mano. Levanta la vista con aire de sobrador, y admira el sol que le cae en la cara.
     Se cierra la puerta (dejando afuera al frío), y entra una señora. Se pone a esquivar mesas, bajando la mirada para ver sus pies, y subiéndola para saludar a otra mujer, vestida de camisa floreada, que la espera agitando el brazo como despidiéndose. Se hunden en un abrazo, se enredan, entre el coso que sirve para colgar los anteojos de una, con la cartera de la otra. Se sueltan, y se sientan al grito de “señor”, mirando al mozo. Una se acomoda el pelo. La otra se miente a si mismo, diciendo “nada nada, me estoy cuidando” cuando el mozo le preguntaba si quería pedir algo. Se aleja con el pedido, dándoles la espalda sin intención.
     Los malabaristas de la esquina intentan, mediante el uso de su destreza, obtener ese objeto circular, metálico, pequeño, con números y dibujos históricos, para poder aplaudir el día Los autos ignoran esto, los colectiveros controlan relojes. El policía charla con el verdulero sobre fútbol. Las más antiguas creencias pasan de largo aquí. Salgo apurado entre el vacío. El bar enciende las luces. Se cae el día. Miro al pasar el detalle de mi camisa, manchada del café más atónito.
     Al subir al taxi, me acuerdo de aquel verano, en la pileta del club, en el que me acerqué para enseñarte mediante una explicación breve, que no había nada más hermoso que vos. Y tu cara, paralizada, que dibujó sin preámbulos esa sonrisa inconsciente, involuntaria, propia, signo característico que el piropo había llegado al medio de tu corazón. Al buscar en los bolsillos el dinero para pagar el viaje, encontré una carta jamás enviada, pero si guardada, que tenía escrita la palabra “Ana”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario