El hombre se quedó perplejo ante tamaña declaración de amor.
Se hundió en el sillón, con la medida de whisky a su lado. Dudó, pero estaba
seguro de la bebida y del admirable paisaje de su ventana. El cigarrillo lejos,
prefería no levantarse. Dos hielos peleando con la atmósfera. La audacia, el
desasosiego absurdo y la mitad de su vida encerrado, en caminos “extralarge”, sin
una curva que lo haga más simple para el aburrimiento. Bebió y respiró, así
funcionaba su alma. Sonaba música del vecino, ese amarillista soviético,
ignorante del buen gusto y la mazonería. La noche se caía y nadie la atajaba,
se creía reina, entre tantas estrellas. Y en el susurro, el umbral se cerró. La
canción sonaba más fuerte, en su conciencia, gritando. El hombre no la quería
escuchar, lo conduciría a lo absurdo de nuevo, y para eso, mejor ningún
remedio, es mejor lo vivido que lo que está por venir, cualquier cosa es mejor antes que apostar por alguien, según él.
No se animaba a volver, el animarse a algo lo aterraba. El miedo
genera eso, paraliza, es un arma útil en la confrontación. Sin embargo, una
parte de él le decía que vuelva, que el amor le iba a salvar la vida, que la
angustia desaparecería sin que se diera cuenta. Segunda medida de whisky, la
botella pegada al sillón, como dicen los libros. Sonaba su radio, el
informativo de las siete, anunciaba nieve. Hacía frío, mucho frío en Buenos
Aires. Se cansó de la monotonía. Pensó en salir, pero, no sabía a donde. Y ahí
se dio cuenta que lo que menos importa es a donde ir, sino ir. Es como querer y
hacer, uno vale más que el otro.
Le costó levantarse porque antes de ponerse de pie, el
whisky había llegado a su cabeza. Fue un proceso eterno ponerse un sweater, la
campera, la bufanda. Se puso a buscar un gorro mientras la radio pasaba música
clásica. Cerró los ojos para escuchar. “Bach” murmuró, y subió el volumen del
viejo aparato. La tele prendida, un periodista debatiendo con el aire mismo. Se
maravilló con la pieza. La música clásica le generaba ese placer desconocido
para el que no la admira. Que locura querer salir con éste frío. “No puedo
dejar solo a Johann”, pensó, siendo una verdad y una excusa al mismo tiempo, la
doble función, el doble deseo, la “Doppel Entschuldigung”. Le sobró el momento, fue insuficiente
lo que quiso y lo que querrá. Apagó la tele, y dejó que la música entre a su
conciencia. Se sintió feliz, aunque conocía que el no hacer, era peor, ya lo
había meditado. Sabe que debe aprender a pedir un beso para no dejar de recibir
abrazos.
“Air on the G String” o “Aria para la cuerda de sol”. Arreglo
musical realizado por el violinista August Wilhelmj, la cual formó parte de la “Suite
orquestal nº3 en re mayor, BWV 1068”, compuesta por Johann Sebastian Bach, entre 1725 y 1739 en Leipzig,
Alemania.
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