Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

jueves, 2 de octubre de 2014

Misterioso final sin placebo.

     Es irrefutable el hecho de extrañar en la soledad a los que en la compañía nos enseñan a jugar ajedrez. Es menester siempre tener en cuenta que el "se puede estar peor" no puede ser nunca un justificativo. Es absurdo creer que si vivieras 100 años lograrías la felicidad sin vueltas. Es importante querer siempre avanzar cuando no tenes ni siquiera a donde ir para atrás. Como que, con el pasar de los años, fui determinando diferentes directrices que algún día iban a comandar mi mundo sin rumbo. Fui diseñando planes, que casi al mismo instante, deseché. Y mientras viajaba en el colectivo, yendo hacia el punto sin retorno, iba contando los postes y admirando el atardecer. Que adicción que tengo por los atardeceres, no puedo no verlos. No puedo no querer desayunarlos, aunque sería, temporalmente, imposible. Si la retina pudiese conectarse a una pc, transmitiría las imágenes de mi vida, más que nada, los atardeceres. Aunque, razonando lo ilógico, uno comprende que la logística es una falacia. Mi vida siempre fue un montículo de problemas, desde la base. Que placer el poder caminar sobre la vereda, sin necesidad de gritarle a otro lo que uno quiere decir. Me voy a sentar sobre el banco a beber coñac y tomarme la pastilla para ser feliz. Es redonda, de varios colores, tantos que parece un arco iris. Miro enfrente, y una señora de vestido violáceo me sonríe, sin tener idea quien soy. Yo, sin tener idea quien es, le sonrío. Y así es como se construye una anécdota, que esa señora va a contarle a sus nietos, quienes de grandes dirán, que una vez, su abuela, le sonrió a un hombre que, sentado en un banco, a un pedazo de calle de distancia, le devolvió la sonrisa, sin reclamarle nada a cambio, más que esta necesidad, de transmitir la anécdota.
   

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