Cuando el terreno se había terminado de limpiar, vieron en el horizonte al sol ponerse sin sobresaltos. Creían que la visibilidad estaba disminuida pero en realidad, estaban tan cerca de él que podían tocarlo sin quemarse las manos. Sentían el calor intenso e incomprensible de la estrella iluminándolos a la par de las luces de la calle que empezaban a apagarse por miedo a ser vencidas.
Vieron el
espectáculo más hermoso al creerse inmunes a los efectos del amor. Se abrazaron
en silencio y se ataron de pies y manos al destino, sabiendo que lo lindo de no
saber es el efecto sorpresa, el argumento austero del porque eso se dio y eso
no, el amago a la corona de gloria que una vez describió Borges. Sentían en sus
espaldas el epilogo del ayer y del mañana chocar frente a frente en un duelo
del que no se sale victorioso sino que se sale con vida.
Armaron
una especie de campamento alrededor de lo que una vez fue una mina de carbón. Se
sentaron con un termo de café, libros, y se pusieron a entender el diseño de la
Capilla Sixtina o se metieron en los pueblos que siempre cuenta Gabo, para los
cuales hay que estar entrenado, es difícil comprender que Macondo sea algo tan
maravilloso. Se comieron las palabras sin tener en cuenta las letras ni los
besos, se armaron de paciencia cuando el fuego se consumió. Buscaron como
prender lo que una vez había sido una llama eterna y entendieron que las
vivezas cuestan mucho más que dinero o joyas.
Entre los
árboles y los pájaros entendieron que el mañana es una ruta sin curvas a la
cual uno elige de qué modo subir a andarla. Entendieron que el siniestro
atardecer que suaviza las golondrinas adoradas por la tenue luz del fin del día
puede decorar casi cualquier paisaje menos el que retrata la nostalgia de lo
que no fue ni nunca será. Entendieron que el animarse a más es obra de dos y
que el frenar siempre es de uno, no existe relación que muera por decisión
consensuada. Entendieron que la única realidad es la que vemos nosotros, la que
saboreamos sin entender porque, no sirve que nos cuenten lo que no vivimos. Entendieron
que el entender es obra de uno, es creer en lo que nos dicen, es comprender monosílabos
o fórmulas, es disfrutar del presente sin querer razonar sobre lo que nos pasa,
simplemente admirarlo.
De golpe,
la monotonía de la rutina los envolvió en sueños de una noche de verano. Abrieron
los ojos de golpe, uno aquí y otro allá, lejos de los dos pero cerca de ambos. Uno
creyó que soñaba, hasta que el pellizco autoinfligido mostró lo opuesto. Ella creía
que caminaba, pero en realidad el sueño seguía siendo parte de su momento. Y entre
tanto, aplaudieron, concientes de la inconciencia de saber que todo lo que gira
para uno mismo, gira para el otro. De eso se trata cuando queremos tocar el
sol. De eso se trata cuando leemos a Borges. De eso se trata cuando entendemos
a García Marquez. De eso se trata el dormir, el caminar, el creer, el saber, el
admirar y el ayer. De eso se trata el destino. De eso se trata vivir.
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