- Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos.
- Tal vez la atmósfera hechicera de aquel lugar había podido conmigo, pero tuve la seguridad de que aquel libro había estado allí esperándome durante años, probablemente desde antes de que yo naciese.
- "O sea, diez. No te pongas años de más,
sabandijilla, que ya te los pondrá la vida."
- Quizá por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño.
- Quizá por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño.
- Una de las trampas de la infancia es que no
hace falta comprender algo para sentirlo.
- No tenía sueño, ni ganas de tentarlo.
- "Saber no sabe nadie, ni Freud, ni ellas
mismas, pero esto es como la electricidad, no hace falta saber cómo funciona
para picarse los dedos." (Fermín hablando de las mujeres)
- "Pues mire, que no le sepa mal, porque lo
mejor de las mujeres es descubrirlas. Como la primera vez, nada de nada. Uno no
sabe lo que es la vida hasta que desnuda por primera vez a una mujer. Botón a
botón, como si pelase usted un boniato bien calentito en una noche de
invierno." (Fermín)
- "...
en ésta vida lo único que sienta cátedra es el prejuicio."
- "Alguien
dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien,
ya has dejado de quererle para siempre."
- Pensé en
lo mucho que deseaba refugiarme en aquella mirada huidiza que se temía
transparente, vacía. Pensé en la soledad que iba a asaltarme aquella noche
cuando me despidiese de ella, sin más trucos ni historias con que engañar su
compañía. Pensé en lo poco que tenía que ofrecerle y en lo mucho que quería
recibir de ella.
- El hombre
más sabio que jamás conocí, Fermín Romero de Torres, me había explicado en una
ocasión que no existía en la vida experiencia comparable a la de la primera vez
en que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me había mentido, pero
tampoco me había contado toda la verdad. Nada me había dicho de aquel extraño
tembleque de manos que convertía cada botón, cada cremallera, en tarea de
titanes. Nada me había dicho de aquel embrujo de piel pálida y temblorosa, de
aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecía arder en cada poro
de la piel. Nada me conto de todo aquello porque sabía que el milagro solo
sucedía una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas
se desvelaban, huían para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella
primera tarde en el caserón de la avenida del Tibidabo con Bea en que el rumo
de la lluvia se llevó el mundo. Mil veces he querido regresar y perderme en un
recuerdo del que apenas puedo rescatar una imagen robada al calor de las
llamas. Bea, desnuda y reluciente de lluvia, tendida junto al fuego, abierta en
una mirada que me ha perseguido desde entonces. Me incliné sobre ella y recorrí
la piel de su vientre con la yema de los dedos. Bea dejó caer los párpados, los
ojos y me sonrió, segura y fuerte. “Hazme lo que quieras”, susurró. Tenía
diecisiete años y la vida en los labios.
- La muerte tiene éstas cosas, a todo el mundo le despierta la sensiblería. Frente a
un ataúd, todos vemos sólo lo bueno o lo que queremos ver.
- “La espera es el óxido del alma.”
- “Hay
peores cárceles que las palabras”
- "¿Qué tiene?"
“Le podría decir a usted que es el corazón, pero lo que lo mata es la soledad. Los recuerdos son peores que las balas.”
“Le podría decir a usted que es el corazón, pero lo que lo mata es la soledad. Los recuerdos son peores que las balas.”
- Julián escribió una vez que las casualidades son las cicatrices del destino.
- “… mientras se nos recuerda seguimos vivos. Como tantas veces me ocurrió con Julián, años antes de encontrarme con él, siento que te conozco y que si puedo confiar en alguien, es en ti. Recuérdame, Daniel, aunque sea en un rincón y a escondidas. No me dejes ir.”
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