Letras

"Todo mañana es la pizarra donde te invento y dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa." Cortázar.

"Schopehnauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir, hojearlas, soñar." Borges.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio". Cicerón

"La libertad está en ser dueños de la propia vida". Platón.

"Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer." Paulo Coelho

"En las adversidades sale a la luz la virtud." Aristóteles

"Lo que crece como resultado de la rudeza de los ignorantes no tiene efectos a no ser por casualidad". Umberto Eco

martes, 2 de septiembre de 2014

Diario de un Esquizofrénico: "El Viejo Estadio"

                Siempre me gustó ir al almacén del barrio a comprar una leche y unas galletitas, y ver que la señora que me atendía, que era la mujer del dueño, el cual estaba en la vereda vestido de jean y camisa, pasando la escoba, anotara en un cuaderno marca “Gloria” de hojas amarillas, cuánta plata había ingresado al local. Era digno de barrio, de vereda y de conocidos éste hecho, el poder decir “buen día Rosa”, el poder intercambiar opiniones sin miradas desafiantes ni rechines de dientes.
                Hubo una mañana que llegué a la misma esquina, y el almacén estaba cerrado. Doña Rosa no daba noticias, estaría durmiendo quizás. Consternado por ésta ausencia, tomé el tranvía de la calle Gibson, hasta la esquina de Roca. Caminé 5 cuadras en dirección al viejo estadio, doblé en Urusti y me metí al centro del Barrio Libanés, lleno de polacos encendiendo pipas y tomando vodka puro. Al entrar al local de ropa que no entendía porque iba, me frené de seco y medité. Y ahí descubrí que la verdadera razón por la cual había tomado el tranvía, había sido para escapar a la rutina. Salí del local y empecé a caminar por las calles angostas, tan angostas que las bicicletas te rozan los codos y los niños te superan en altura. Me fui vendiendo al silencio del umbral del dolor de mi pie gastado y con ampollas, pero feliz de que una vez en la vida, podía aplaudir sin mirar a quien.
                Era tarde en la mañana del atardecer de la noche de ayer que hoy relato. Me senté a escribir en un viejo tronco abandonado en los costados de una cancha de fútbol barrial que tenía más tierra que el mismísimo desierto. Había chicos pateando estrellas en arcos montados sobre nubes. Una mujer de bolso negro que miraba. Dos cigüeñas debatiendo destinos, una linterna que daba oscuridad, y tu sonrisa tapando el siniestro destino. Me di cuenta que si quería ser feliz, tenía que empezar por no pensar. Y no pensar, es lo que más le cuesta al ser humano. Porque siempre es más fácil pensar que actuar, si uno piensa y actúa, y se equivoca, suaviza el error diciendo “lo pensé”. Pero si actúa sin pensar, y no logra lo cometido, se castiga, pero en realidad, debería aplaudirse. Es imposible que entendamos eso. Quizás viéndolo al revés, tenga más lógica.
                Cuando revisé el bolsillo, buscando el boleto de vuelta a la rutina, me encontré con el papel de la carta enviada por mi hermano, viviendo en territorio azteca. A la distancia, me decía lo mucho que me quería y me extrañaba, lo mucho que le gustaba el tequila y los tacos, y lo mucho que seguía al equipo barrial, al equipo del pueblo. Yo le había contestado no hace mucho, diciendo que el viejo estadio seguía estando en la avenida Roca, y que el nuevo iba a construirse no se donde, ni no se cuando. Pero que iba a construirse. Él me dijo después, mediante otra carta enviada desde el desierto, que nunca dejara de ir al viejo estadio, ya que en él habían tesoros jamás encontrados, como goles, gritos, aplausos, jugadas, maravillas y algún que otro silencio escondido. Yo ahí entendí que en realidad, nunca fui al barrio libanés, ni que quise comprarme ropa. Yo entendí que quise cumplir el deseo de mi hermano. Ahora estaba feliz, leyendo esta carta, sobre el campo de juego del viejo estadio, escribiéndole a la eternidad un pedazo de historia personal.

                

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