Hola
maestro, hoy pude visitarlo. Finalmente. Sentí una gran alegría al verlo. Lo
noto bien, feliz, acompañado como usted quiere. Veo que recibe muchas visitas,
que lindo eso, que lindo sentirse querido. Pero usted, ¿Cómo andará allá
arriba? ¿Qué cuenta? ¿Hay cigarrillos? ¿Vino? ¿Algo de café? Imagino que si.
¿Una tiza? ¿Piedras? ¿Juega a la Rayuela? Que contará… Acá todo es un poco de
lo mismo. La gente sigue haciendo ruido en los edificios, los pisos no son
acústicos, los amores siguen siendo baratos, y aún no se creó nada que reemplace
a las velas para tomar un buen café en una noche fresca. Quizás esto compita
con la caída del sol en París, imagen única, como todas. Nada nuevo bajo el sol.
Me
quedé pensando, mientras leía los nombres de los otros vecinos del barrio, si
usted es feliz. Si llega a fin de mes. Si odia más de lo que ama, o ama más de
lo que se puede odiar. Vio que, uno odia hasta que los dos se aman, eso es ley.
Me pensé todo, y el agua se fue, está caluroso. Pero estoy feliz de poder estar
aquí, con usted, dándole la mano. Sepa que lo admiro, que su forma de
expresarse es única. Que aprendí más de lo que leí cuando tuve sus escritos en
la mano. Que sus palabras siempre son sabias, y que es un empuje para la
lectura, la escritura, el beso, el mate, el café, el viaje, la sonrisa y el
poder llegar al cielo. Créame. Admirar es difícil, más si nunca pude verlo en persona, más si no pude verlo en televisión vivo, más aún, si ni siquiera compartimos época. Por ende, mi admiración es mayor.
Y,
dígame, ¿extraña? Porque acá, se lo recuerda todo el tiempo. Se lo recuerda mucho, aunque los recuerdos solo pueden cambiar el pasado menos interesante, se lo sigue recordando mucho. En la tele, en la radio, su nombre y apellido siempre son mencionados. Por unos
o por otros. No tanto igual, pero bastante. Si puede, pase por unos amargos,
aunque por como está la situación acá, sumado a que hace 20 años ya que no sale
de ahí, difícil. Quizás sea mejor que se quede, y que sigamos hablando así, en
un feedback falso pero útil. Créame cuando digo que lo queremos. No paro de conocer gente que me habla bien de usted, parece que fueran amigos suyo, sin importar si coincidieron o no algunas horas en un sofá o una película con usted. Si viniera lo entendería.
Ahora
si, creo que me voy a ir. Se hace tarde para caer en algún bar, y darse tiempo
para la cena. Sepa que me gustó venir, que lo admiro mucho, y que su muerte por
más lejana que sea, me sigue haciendo masticar bronca. Comencé a leerlo casi
sin querer, y ahora lo considero necesario. Por eso, el poder venir a
acariciarlo o hablarle, a pesar de que esté hablando con una cerámica, me hace sonreír.
Me hace cumplir una deuda pendiente conmigo mismo. Me hace sentirme muy feliz. Las flores, los carteles, las
frases, las rayuelas, los boletos del metro, las piedritas. Gracias por
enseñarme a dar cuerda a un reloj, a jugar a la rayuela, a viajar por autopistas,
a llegar al cielo, a enamorarme, a creer y descreer. Gracias por mostrarme París con sus palabras, por contarme de apartamentos, de hoteles, de Notre
Dame, de la Torre Eiffel, Pont Des Arts, Pont Neuf, El Louvre, Old Navy, Rue
Martel, Dauphine, los Jardines de Luxemburgo y el Barrio Latino que rodea lo
que hoy es el epicentro de una pasión, consecuencia directa de mezclar palabras
con ganas de quemar cabezas, un poco de tinta y hojas, y acá estamos, en París,
1 menos veinte de la mañana del 24 de julio del 2014, relatando en papel y lápiz lo feliz que estoy de poder decir que
estuve con Julio Cortázar. Chau Maestro, que descanse.
PD: ¿Lo dejan escribir ahí arriba?
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