Me informé con cierta demora del incidente sobre el anden del Ferrocarril, en la misma estación donde dos semanas antes compré una gaseosa y un alfajor de chocolate mientras esperaba que la formación terminara de detenerse. Que curioso, terminar de detenerse, esperar que una palabra que viene a decir algo sin variable de tiempo vaya con una que le da un tono de suspenso. El libro se me resbalaba de las manos mientras miraba a la señora levantar al niño que se había caído al piso por correr con los cordones desatados. En realidad, solo era el pie derecho, pero a veces lo más mínimo nos puede ayudar a tropezar. El niño lloraba, me hacía acordar a mi con 6 años en la calesita de la plaza del barrio, llorando porque el insensible hombre de la arandela o como se le llame esquivaba la ilusión intacta de coronarnos campeones de la ruleta mágica. El primer campeonato del mundo lo obtuve cuando, con 9 años, le robé un beso a una compañera de colegio, que se empezó a reir. Una de las pocas veces que una mujer se río ante una sorpresa; la mayoría de las veces posteriores fueron insultos seguidos de una cachetada con cierto aroma a arrepentimiento. Me senté en el tercer vagón, en el medio, a la derecha, cuarto asiento, ventana, piernas cruzadas; de pura cábala nací señora, por si no se dio cuenta. Abrí el libro e intenté leer pero me vino a la mente un recuerdo de una noche de verano similar a la que era ahora, en la que yo pensé desee y soñé algo que ahora lo tengo y que quizás si o quizás no, ya no. Que horrible la negación, el "pero", el no poder, el estás acá y yo allá. El humano vive en tercera persona; si viviera en primera, sería mejor, sería él mismo la prioridad. Pero prefiere él o ella, algunas veces un Tu, ni que hablar un nosotros los fines de semana, aunque se lo saca a él mismo, y nunca juega el "Yo" como protagonista de la novela. El no pensar es fácil de, justamente, pensar, pero difícil de llevar a cabo. Nadie me firma una verdad si dice que piensa y que disfruta. El solo hecho de razonar así es pensar cuestionar y orientar nuestras respuestas frente a algo. Mientras menos se piensa más se disfruta. Casi despeinándome me levanté antes de pasarme de la estación. Bajé y miré a los costados esperando ver algo que me haga cambiar de parecer, pero sabía que no estabas ni ibas a estar. Si estaba tu recuerdo, allí, sentado en un banco de madera, con un cartel enorme al costado. "La vida nunca fue justa". Que tengas un buen día te dije, y me fui, silbando por lo bajito un tema de Bob Dylan.

No hay comentarios:
Publicar un comentario