Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. La cara se
distorsiona, la sonrisa vuelve con frecuencia, los ojos se fijan inconscientemente
en la boca, en la nariz, en los cachetes. El hombre atiende las necesidades
menos evidentes de la mujer. El ayer es una paradoja, para él es todo hoy y
mañana.
Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. El ir y
venir de la charla sigue un ritmo atípico, el susurro no se presente. Las palabras
se mezclan con muestras absurdas e inevitables de amor, de ese amor que te
esconde del odio, del amor sin estación ni día. Del no mirar atrás.
Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Lo vi en
un colectivo, no podía más de deseo, no podía más de sonrisas. El paisaje no
existía, todo lo que miraba era carne y hueso femenino, esa mezcla de dulzura y
pelo, de perfume y sabor a caricias de mañana sin sol y nubes.
Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Si uno le
habla, no mira para responder, no le interesa el entorno ausente en ese
instante de clímax, no camina ni se para, solo es para ella. Y ella está ahí,
sabiendo su poder, maneja con hilos ese títere que de a poco se acomoda a su
lado, sin levantar sospecha, propio de un arte el cosquilleo imposible de
confundir.
Se le nota a un hombre cuando se está enamorando. Ella mira
a la puerta del medio, recostada contra la ventana, dando un papel de
desinterés falso como ese beso amistoso de cachete izquierdo al bajarse juntos,
ambos sabiendo que es cuestión de tiempo que la pelotita de la ruleta caiga en
el lugar indicado. Y ahí se enamoran.
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